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El único ruido constante en el bosque era producido por los cascos de los caballos. A veces se oía el viento a través de las hojas o el aullido de los lobos, pero eran iban y venían de forma inconsistente. El negro de la noche comenzaba a convertirse en gris oscuro y las estrellas desaparecían lentamente. De vez en cuando, Gendry miraba hacia atrás, sorprendido por la columna de humo que se alzaba, cada vez mayor. Anguy hacía lo mismo, pero la chica no se dignó a mirar siquiera. Parecía segura de que no serían perseguidos.

Él no estaba demasiado seguro. En algún momento encontrarían los cuerpos y los relacionarían a los siervos desaparecidos. Faltarían tres caballos y un guardia habría muerto también. Sin embargo, el humo... Decidió que no quería saber qué había hecho esa chica para asesinar al viejo. Era bastante tenebroso pensar que una muchacha, cuyo rostro aún conservaba rasgos infantiles, cabalgase tan alegremente mientras tres cabezas ocupaban la bolsa que colgaba de su montura. Se concentró en seguir su paso, pues iba tan rápido que a veces parecía que el bosque la tragaba. Por suerte a lo largo de los años había aprendido a cabalgar: no le costaba tanto como cuando era un aprendiz dirigiendo al burro que llevaba el carro del metal, pero aún se sentía algo patético sobre el caballo. Podía sostenerse a paso rápido y seguir a la chica, pero no lo disfrutaba. Especialmente cuando ella se detenía a esperar que la alcanzaran, sus ojos entrecerrados parecían reírse de él.

Después de un par de horas cabalgando salieron del bosque hacia las orillas del río, el paso de los caballos se hacía más lento a medida que la vegetación se hacía más espesa. Iban en silencio, ni él ni Anguy se atrevían a hablar y la chica no parecía demasiado interesada en hacerlo. Los condujo a una zona llena de abetos cuyas ramas golpeaban sus rostros al pasar, dejando un margen muy estrecho entre ellos y el agua. Sólo entonces se detuvieron.

- ¿Por qué te envió la hermandad? - murmuró Anguy rompiendo el silencio -. ¿Por qué degollaste al viejo? Íbamos a tomar el castillo, nuestros vigías rondan el bosque.

- Si lo hicieran ya nos habrían detenido - respondió la chica secamente, entrecerrando sus ojos -. Los planes cambiaron. Debemos esperar que nos encuentren. 

No dijo más. En cambio, bajó de su montura y quitó las riendas a su corcel. La imitaron. Cuando los animales comenzaron a pastar, Anguy arregló un par de mantas entre las raíces de un árbol y se quedó dormido. Él dudaba si imitarlo o no pues si bien, tenía sueño, no se sentía capaz de dormir nuevamente. La chica parecía decidida a seguir despierta, cavaba rápidamente bajo un abeto. Está loca, pensó mirándola de reojo, hasta que la vio sacar varios arreos ricamente decorados y dos bolsas pequeñas que dejó junto al resto de sus cosas. Una de ellas tintineó cuando la arrojó, sin duda contenía varias monedas. Debía reconocerlo, era ingeniosa. Y bastante guapa, por cierto. No se había fijado demasiado en ella antes. Era delgada, tenía el pelo oscuro por debajo de los hombros. Los ojos eran oscuros también. Afilados. La miró fijamente sin que se diera por aludida. 

- Te conozco - gruñó al fin al ver que lo ignoraba -. Me mentiste antes.

- Imposible - murmuró ella quitando la tierra de los arreos -. Yo no miento.

- Claro que me mientes - insistió ceñudo -. Estoy seguro de que te conozco.

Silencio. 

- Que estúpido eres - le dijo al cabo de un rato -. ¿Cómo podría conocerte si nunca me has visto antes?

Lo miró enarcando las cejas, los ojos abiertos por completo. Grises, grises, son grises, pensó alborozado. Es imposible. Ella debería estar muerta pero esta chica... Debe tener la misma edad. Si tan sólo pudiera saberlo...

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now