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Tras dos días recuperando fuerzas en Hoarfrost Hill, decidieron que era hora de atravesar el Muro. Para reservar los odres de vino sellados, llenaron los que estaban vacíos con agua de los pequeños arroyos cercanos e hicieron que los enormes caballos comiesen el extraño pasto del bosque de los dioses. Al inspeccionar los alrededores del castillo descubrieron a los caballos de los soldados muertos atados a un viejo poste. Liberaron a los animales tras quitarles las sillas y las alforjas, que estaban medio llenas de carne seca y otras provisiones. La suerte les sonreía, el viaje sería muy duro.

El Muro era la estructura más impresionante que Gendry había visto en su vida. Así que esto es lo que nos protege de los endriagos, pensó mirando hacia arriba. A pesar de ser temprano la luz era algo escasa y extrañas sombras se proyectaban contra la muralla que parecía fundirse con el cielo. Hallaron el pasaje que les había indicado Melisandre, un túnel medio derruido cuyas puertas de hierro estaban a medio cerrar. Algo oscuro manchaba las paredes de arriba a abajo.

- Parece sangre - dijo Arya tras tocarlo -. Aquí hubo una batalla.

Sintió gran alivio cuando por fin el aire helado tocó su rostro. El olor a soledad del túnel tenía algo aterrador. El otro lado del Muro no se diferenciaba demasiado de los bosques que había visto, e incluso hallaron senderos que a pesar de estar cubiertos de nieve eran transitables. Cabalgaron en línea recta por varios días, perdiendo la noción del tiempo frente al desolador páramo blanco. No había grandes caminos entre la nieve, sino lechos de río secos y sendas demarcadas con pequeñas rocas. A veces se cruzaban o desaparecían, pero Arya miraba las estrellas y sabía por dónde seguir.

El frío congelaba hasta el más recóndito lugar de su cuerpo, pero Gendry se sentía de excelente humor. Ni siquiera intentó ocultarlo bajo un gesto hosco porque cada vez que fruncía los labios estos se torcían en una sonrisa. Los pocos días que había pasado con Arya en Hoarfrost Hill fueron sin duda los mejores de toda su vida. Nada era capaz de disminuir su felicidad, ni siquiera la posibilidad de morir congelado.

Valía la pena por despertar junto a ella y recibir sus delicados besos.

Antes, de sólo pensarlo se habría sentido estúpido. ¿Acaso un bastardo como él podía ofrecer algo a una dama? Era más simple pensar en ella como una simple amiga y negarlo: si no daba nombre a los dolorosos sentimientos que guardaba en lo más profundo de su ser, estos no lo herirían. Los celos, la tristeza, la ira... Ni siquiera sabía dar nombre a lo que sentía por Arya, sólo sabía que quería estar con ella el resto de su vida. Era lista, valiente y su sonrisa lo hacía estremecer. Había sido feliz cuando ella se aferraba a él bajo las hojas amarillas del bosque de los dioses. Cada vez que pensaba en sus besos su rostro ardía.

Sin embargo, un tiempo después de cruzar el Muro una sensación desagradable se apoderó de él. Un hombre común no podía simplemente yacer con una dama de alta cuna, menos un bastardo. Pensarlo fríamente le hizo tener consciencia de lo que había hecho. La había deshonrado.

- Perdóname, Arya - musitó una noche.

Estaban acostados entre las raíces de un árbol que les servía de refugio contra el frío. Eran tan grandes que quedaban ocultos casi por completo mientras se aferrasen el uno al otro. Los caballos dormían tranquilamente mientras ellos tenían los ojos completamente abiertos, temerosos de la oscuridad. O más bien de lo que podía ocultar la oscuridad. Gendry no quería reconocerlo, pero comenzaba a creer en las historias que usaban los adultos para asustar a los niños.

- Calla, que vienen los endriagos - una risa sorda acogió sus palabras -. ¿Por qué te disculpas?

En voz baja intentó explicar lo que pasaba por su mente. Su lengua estaba trabada, así que difícilmente se daba a entender. Su corazón palpitaba fuertemente, y cuando Arya por fin comprendió lo que quería decir se quedó helada. Las pequeñas manos que lo abrazaban apretaron con fuerza sus hombros. Escondió su rostro en su pecho mientras un suave sonido salía de sus labios haciéndolo sentir peor que antes. Arya estaba llorando tan fuertemente que su pecho se movía espasmódicamente y su garganta emitía sonidos entrecortados que pronto se convirtieron en carcajadas. Descubrió consternado que se estaba riendo.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now