All Men Must Die [GENDRYA]

9

Infiernos, infiernos, infiernos.

Empujó la masa contra la mesa con rabia, como si fuera el rostro que deseaba golpear. Arya había invertido tiempo y esfuerzo en sus planes. Sirvió a los odiados Frey. Soportó los comentarios agrios de Elmar y los manoseos de los señores. Incluso se había ganado la confianza del viejo mayordomo. Todo para el estúpido herrero apareciera con Anguy de Dorne para jugar al caballero bandido. Grandísimo idiota. Lo reconoció a pesar de los años y la barba de dos días que cubría su mentón, aunque por suerte tuvo la idea de fingirse muda para no hablar con ellos nuevamente. Aun así, debía espiarlos siempre que podía. Así terminó enterándose de que planeaban atacar el castillo con pocos hombres y pocas posibilidades de salir ilesos. Si son tan estúpidos merecen su suerte, pensó con rabia. Gendry es un idiota y Anguy todavía más. ¿Por qué debería arriesgarme por ellos?

Obviamente no se arriesgaría. Aunque... si no intervenía era muy posible que los descubrieran, que los Frey se volvieran paranoicos y llenaran el castillo de guardias armados. Ese sería el fin para ella. Por eso debía actuar pronto, de ser posible esa misma noche. Muchas veces, cuando las otras mujeres estaban durmiendo, pensaba en dejar sus ansias de justicia de lado. Cabalgar lejos de todos los conflictos y buscar un lugar al que pertenecer, hacer amigos entre los demás. Pero no podía. Un techo sobre su cabeza, comida, una cama tibia... no la sustituían. Para eso había dejado Braavos.

Estaba allí para vengarse.

Si de todas formas tenían un objetivo común, ¿por qué no unirse a ellos? Estaban del mismo lado y tenían los mismos enemigos. Había servido tisanas, soportado comentarios agrios de Elmar y manoseos de los señores. Suficiente, se dijo mientras rellenaba el pastel con la carne de cerdo y las verduras.

Debía reconocer que una parte de ella estaba feliz de ver a Gendry a salvo. Pensaba que nunca lo volvería a ver. Aunque seguía furiosa al pensar en su "amistad" y se sentía algo miserable al recordar que la había abandonado por ese grupo de forajidos. Especialmente porque en el fondo de su corazón deseó en algún momento cabalgar a su lado y hacerse bandida. Sólo una niña tonta podía imaginar esas cosas. 

Sabía que era injusta. Gendry nunca había tenido la oportunidad de formar parte de un grupo donde todos eran iguales. Yo le ofrecí ser parte de mi familia. Tal pensamiento hacía que su corazón fuera carcomido por la angustia. No fue suficiente para él, por eso la abandonó en cuanto pudo. Claro que no era suficiente, nadie quería cargar con una niña molesta a la que medio reino habría entregado a la reina. Separarse fue lo mejor para ambos. De todas formas ni siquiera podía asegurar que su familia lo hubiese aceptado. Jon sin duda lo habría hecho, también Bran, Robb y Rickon. ¿Y los otros? ¿Su madre y su hermana? Especialmente su hermana.

¿Cómo podía criticarlo si ambos eran niños?

Ya no es un niño, dijo una molesta voz en su cabeza que no cesó de interrumpir su trabajo. Es un hombre. Un hombre, un hombre, un hombre. 

- Nan, date prisa con esos pasteles - dijo el mayordomo despertándola de su trance -. El joven señor llegará pronto y estará hambriento. 

Asintió y puso sal en el relleno. Walder el Negro había llegado esa misma mañana junto a su hermano Lothar. Eran los hijos favoritos del viejo Walder y debían servirles rápidamente, casi ignorando al resto de la familia por ellos. Si deseaban comer los sirvientes servirían sus platillos favoritos en la loza más fina. Si deseaban un baño las mujeres más bellas frotarían sus espaldas. Si deseaban a una mujer, esta debía ir a su cama. Sin quejas ni lágrimas.

Una de las cocineras llevó los pasteles al horno cuando terminó con ellos y el mayordomo la llamó aparte. Le ordenó ponerse ropa limpia mientras esperaba la comida. Las gotas de sudor en su frente delataban su miedo. Tartamudeando, le dijo que sólo serviría a Walder el Negro y que debía quedarse escanciando su vino mientras comiera.