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Se me congelan las bolsas, pensó Gendry al sentir su cuerpo encogido. No podía quejarse, era menos frío que del otro lado del Muro. ¡Y los gilipollas de la taberna andaban casi sin ropa con ese frío que hacía castañear los dientes! ¡Frente a dos damas!

Apretó los puños. No quería causar problemas. Habían llegado por pura suerte a ese pueblo donde los trataban bien, con la desconfianza típica del Norte. Cualquiera dudaría de extraños apestosos y hambrientos, no lo tomó como algo personal. Arya sacó por arte de magia una bolsa con monedas.

- ¿No deberíamos comprar caballos? – preguntó Meera entre cerveza y cerveza. Gendry pensaba lo mismo, los lobos y Verano esperaban en el límite del bosque. Sólo tenían un caballo y no podían permitir que los vieran montando un huargo. Debían pasar desapercibidos. Arya les guiñó el ojo.

- Conseguiré un par – su sonrisa burlona hizo que Gendry sintiera una presión en su pecho. ¿Cómo podía ser tan astuta, inteligente, hermosa...?

Durmieron en una habitación cálida, entre sábanas y almohadas que a pesar de ser ásperas les parecieron deliciosas. Casi olvidaban cómo era dormir en un lugar cerrado. Huyeron al amanecer con un par de caballos que Arya tomó prestados de algún establo. Sin pagar.

- Pagaremos cuando vistamos algo mejor que estos trapos – rió Arya cuando su hermano le cuestionó la falta de moralidad en su acción -. Te lo prometo.

Gendry se preocupaba menos por el hecho de llevar animales robados. Le encantaba cabalgar con Arya. La compañía era agradable, aunque le habría gustado pasar más tiempo a solas con ella. Tal vez algún día. Por el momento tenían la sonrisa de Meera y los amables ojos de Bran. Era un chico encantador: en el fondo de su ser, Gendry reconocía que no se parecía demasiado a Arya. Tampoco en lo físico, porque sus ojos eran suaves y azules como dos lagunas tranquilas.

Lo mejor de estar bajo la protección del Muro era verse lejos de espectros. Cruzaron varias aldeas en las evidentemente no vivía gente desde hacía años. Descubrieron que el único peligro eran los rapiñadores, muchos de ellos soldados Bolton o desertores. La gente decente del Norte no robaba. Arya solía contarle que cuando era niña se podía ofrecer hospitalidad a los viajeros, las doncellas peregrinaban a los bosques sagrados conservando su honra y los mercaderes no vigilaban su mercancía más que en los mercados. Todo eso había acabado.

Un par de hombres trató de robar los animales al ver a Meera y Bran solos, pero sólo obtuvieron una lección. Poco después, Gendry entró solo para conseguir provisiones en una villa donde oyó el rumor de un brujo paralítico, cuyos sirvientes eran demonios. Exageraban, especialmente cuando decían que uno de ellos se transformaba en un furioso corcel que respiraba fuego. Tal vez no era exagerado, Arya montaba estupendamente y parecía fundirse con el caballo. Se le daba bien el trato con las bestias de cuatro patas.

Compró las provisiones y partió, instando al grupo a moverse lejos de allí.

Tras un par de días divisaron un viejo castillo de piedra oscura, parcialmente cubierto por un muro. En sus almenas ondeaba el estandarte del ciervo con el corazón llameante. A su lado, uno desconocido. No parecía gran cosa comparado con los castillos del sur.

- Mors me dijo que intentaría recuperar su castillo mientras su hermano está con Roose Bolton - murmuró Arya al llegar a las puertas -. Al parecer lo logró. O podría ser una trampa.

Bran negó con la cabeza y le mostró una figura vagando solitaria. Puso sus ojos en blanco y una bandada de cuervos voló, haciéndole soltar palabrotas que sorprendieron hasta a Gendry. Sí, era Mors Umber. El hombre se alegró de verlos vivos, ofreciéndoles su hospitalidad a viva voz.

All Men Must Die [GENDRYA]Where stories live. Discover now