𝐗𝐕𝐈

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𝐋𝐞𝐨

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𝐋𝐞𝐨

Leo deseaba poder inventar una máquina del tiempo. Retrocedería dos horas y desharía lo que había ocurrido. O eso o inventar una máquina abofeteadora para castigarse a sí mismo con la potencia de los golpes de la rubia, aunque dudaba que le doliera tanto como la mirada que Helena le estaba lanzando, ni siquiera podía compararlo.

Sus ojos azules eran tan fríos que creyó que se estaba congelando.

-Otra vez -dijo, mortalmente sería -. ¿Qué ha pasado exactamente?

Leo se dejó caer contra el mástil. Tenía la cabeza a punto de estallar debido al golpe que ella le había dado. A su alrededor, su precioso nuevo barco estaba hecho un desastre. Las ballestas de popa eran montones de astillas. El trinquete estaba destrozado. La antena parabólica que permitía conectarse a internet a bordo y ver la televisión había volado en pedazos, cosa que había sacado de quicio al entrenador Hedge. El dragón de bronce que hacía de mascarón de proa, Festo, tosía y expulsaba humo como si se hubiera tragado una bola de pelo. Y por los crujidos que se oían en el lado de babor, Leo supo que algunos remos aéreos se habían desalineado o se habían partido del todo, lo que explicaba por qué el barco se escoraba y se sacudía en el aire, y por qué el motor resollaba como un tren de vapor asmático.

Contuvo un sollozo. Helena pareció notarlo, más no dijo nada, Leo se alegró, no quería ser consolado en aquel momento y menos por ella.

-No lo sé. Tengo un recuerdo borroso.

Lo estaban mirando demasiadas personas: Helena (Leo detestaba cabrearla; ella le daba demasiado miedo aun siendo muy buenos amigos), el entrenador Hedge con sus patas de cabra peludas, su polo naranja y su bate de béisbol (¿tenía que llevarlo a todas partes?), y el recién llegado, Frank.

Leo no sabía qué pensar de Frank. Parecía un pequeño luchador de sumo, pero Leo no era tan tonto como para decirlo en voz alta. Sus recuerdos eran vagos, pero mientras había estado semiconsciente, estaba seguro de que había visto un dragón posarse en el barco: un dragón que se había transformado en Frank.

Helena se cruzó de brazos, el solo tembló.

-¿Quieres decir que no te acuerdas?

-Yo... -Leo se sentía como si estuviera intentando tragarse una pelota de beisbol-. Me acuerdo, pero es como si hubiera estado viéndome a mí mismo hacer cosas. No podía controlarlo.

El entrenador Hedge dio unos golpecitos con el bate contra la cubierta. Con su ropa deportiva y su gorra calada sobre los cuernos, parecía el mismo de la Escuela del Monte, donde había pasado un año encubierto como profesor de educación física de Jason, Piper y Leo. Por las chispas que el viejo sátiro echaba por los ojos, Leo se preguntó si el entrenador iba a mandarle que hiciera flexiones.

-Mira, muchacho, te has cargado algunas cosas -dijo Hedge-. Has atacado a los romanos. ¡Increíble! ¡Genial! Pero ¿tenías que cortar los canales por satélite? Estaba viendo un combate de lucha.

𝐌𝐨𝐨𝐫𝐥𝐚𝐧𝐝; Percy Jackson [#3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora