𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈

1.6K 105 33
                                    

𝐅𝐫𝐚𝐧𝐤

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

𝐅𝐫𝐚𝐧𝐤

Frank esperaba que hubiera fuegos artificiales.

O como mínimo un gran cartel que rezara: ¡BIENVENIDO A CASA!

Hacía más de tres mil años, su antepasado griego —el bueno de Periclímeno el transformista— había viajado al este con los argonautas. Siglos más tarde, los descendientes de Periclímeno habían servido en las legiones romanas del este. Luego, por medio de una serie de contratiempos, la familia había acabado en China y por último había emigrado a Canadá en el siglo XX. Ahora Frank estaba de vuelta en Grecia, lo que significaba que la familia Zhang había dado la vuelta entera al mundo.

A él le parecía motivo de celebración, pero el único comité de bienvenida que lo esperaba era una bandada de arpías salvajes y hambrientas que atacaron el barco. A Frank le sabía un poco mal abatirlas con su arco. No paraba de pensar en Ella, la inteligentísima arpía de la que se habían hecho amigos en Portland. Pero esas arpías no eran Ella. Ellas le habrían arrancado gustosamente la cara a mordiscos. De modo que las convirtió en nubes de polvo y plumas.

El paisaje griego era igual de inhóspito. Las colinas estaban cubiertas de guijarros y cedros enanos, resplandecientes en medio del aire brumoso. El sol caía a plomo como si quisiera forjar la campiña a martillazos y convertirla en un escudo de bronce celestial. Incluso desde unos treinta metros de altura, Frank podía oír el zumbido de las cigarras que cantaban en los árboles: un apacible sonido de otro mundo que hacía que le pesaran los párpados. Hasta las voces enfrentadas del dios de la guerra que sonaban dentro de su cabeza parecían haberse dormido. Apenas habían molestado a Frank desde que la tripulación había entrado en Grecia.

El sudor le caía a gotas por el cuello. Después de haber sido congelado bajo la cubierta por la desquiciada diosa de la nieve, Frank había creído que no volvería a pasar calor, pero en ese momento tenía la parte de atrás de la camiseta empapada.

—¡Calor y humedad! —Leo sonreía tras el timón—. ¡Echo de menos Houston! ¿Tú qué opinas, Hazel? ¡Ahora solo necesitamos unos mosquitos gigantes y será como estar en la costa del golfo de México!

—Muchas gracias, Leo —murmuró Hazel—. Ahora seguro que nos atacan unos mosquitos monstruosos de la antigua Grecia.

Frank los observó a los dos y se asombró de que la tensión entre ellos hubiera desaparecido. No sabía lo que le había pasado a Leo durante sus cinco días de exilio, pero había cambiado. Todavía gastaba bromas, pero Frank percibía algo distinto en él, como un barco con una nueva quilla. Puede que no vieras la quilla, pero sabías que estaba allí por la forma en que el barco surcaba las olas.

Leo no parecía tan empeñado en burlarse de Frank. Charlaba más relajadamente con Hazel, sin lanzarle esas miradas tristes y soñadoras que siempre habían incomodado a Frank.

Hazel había diagnosticado el problema en privado a Frank:

—Ha conocido a alguien.

Frank no lo creía.

𝐌𝐨𝐨𝐫𝐥𝐚𝐧𝐝; Percy Jackson [#3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora