𝐗𝐗𝐗𝐈𝐕

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𝐇𝐚𝐳𝐞𝐥 

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𝐇𝐚𝐳𝐞𝐥 

Hazel no se sentía orgullosa de llorar.

Después de que el túnel se desplomara, lloró y se desgañitó como una niña de dos años con un berrinche. No podía mover los escombros que los separaban a ella y a Leo de los demás. Si la tierra se desplazaba un poco más, todo el complejo se podía hundir sobre sus cabezas. Aun así, golpeó las piedras con los puños y gritó juramentos por los que las monjas de la Academia St. Agnes le habrían lavado la boca con jabón.

Leo la miró fijamente, estupefacto, con los ojos muy abiertos.

Hazel no estaba siendo justa con él.

La última vez que los dos habían estado juntos, lo había trasladado a su pasado y le había mostrado a Sammy, el bisabuelo de Leo: el primer novio de Hazel. Le había hecho cargar con un lastre emocional que él no necesitaba y lo había dejado tan perplejo que una monstruosa gamba gigante había estado a punto de matarlo.

Y allí estaban ahora, otra vez solos, mientras sus amigos podían estar muriendo a manos de un ejército de monstruos, y ella se estaba poniendo histérica.

-Lo siento -se enjugó la cara.

-Oye... -Leo se encogió de hombros-, en mis tiempos yo también la emprendí con unas cuantas piedras.

Ella tragó saliva con dificultad.

-Frank está... está...

-Escucha -dijo Leo-, Frank Zhang sabe defenderse. Probablemente se convierta en canguro y les haga unos movimientos de jiu-jitsu marsupial en pleno careto.

La ayudó a levantarse. A pesar del pánico que anidaba dentro de ella, sabía que Leo tenía razón. Frank y los demás no estaban indefensos. Encontrarían una forma de sobrevivir. Lo mejor que ella y Leo podían hacer era seguir adelante.

Observó a Leo. Tenía el cabello más largo y más greñudo, y la cara más delgada, de modo que ya no parecía tanto un diablillo; ahora recordaba más a uno de esos duendes esbeltos de los cuentos de hadas. De todas formas, la diferencia más grande estaba en sus ojos. Se movían continuamente, como si Leo intentara ver algo más allá del horizonte.

-Lo siento, Leo -dijo.

Él arqueó una ceja.

-Vale. ¿Por qué?

-Por... -señaló a su alrededor en un gesto de impotencia-. Por todo. Por creer que eras Sammy, por darte falsas esperanzas. O sea, no era mi intención, pero si lo hice...

-Oye -él le apretó la mano, aunque Hazel no percibió nada romántico en el gesto-. Las máquinas están pensadas para trabajar.

-¿Qué?

-Yo creo que el universo es básicamente una máquina. No sé quién lo creó, si las Moiras, los dioses, el Dios con mayúscula o quien fuese, pero la mayoría del tiempo funciona como tiene que funcionar. Sí, de vez en cuando algunas piezas se rompen y hay cosas que se averían, pero la mayoría de las veces... las cosas ocurren por un motivo. Como el hecho de que tú y yo nos conociéramos.

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⏰ Última actualización: Jan 02 ⏰

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𝐌𝐨𝐨𝐫𝐥𝐚𝐧𝐝; Percy Jackson [#3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora