Capitulo 30

1K 36 1
                                    

Ya en el baño, me quité la sudadera café y me quedé solo con el top que llevaba debajo de ésta. Me acerqué al espejo y vi como hasta el top estaba manchado de ese líquido rojo. Tomé una toalla para las manos y la humedecí con el agua del lavabo. Limpié mi rostro, mi cuello, mi escote y parte de mis brazos.
– ¿Estás bien Darían ? – preguntó Hanna cuando entró al baño.
– Ah, sí, solo fue una tontería de mi parte –dije regresando mi mirada al espejo para seguir limpiando las manchas rojas.
– Pero, ¿qué fue lo que pasó? – preguntó con intriga.
– Iba a tomar un trago del vino y Libardo me espantó. Salí corriendo porque me dio algo de vergüenza haberme asustado con tanta simpleza.
– Oh – suspiró. – No debería darte vergüenza. Fue un accidente.
Le sonreí a través del espejo. Se acercó a mí y empezó a recoger mi cabello. Me recordó a mi madre, cuando me había pasado algo malo en el colegio y veía que tenía una cara triste, desenredaba mi cabello y lo trenzaba suavemente.
– Libardo debe ser afortunado al tenerte, dulzura. Ese chico era todo un... Ah, ¿cómo decirlo? – seguía trenzando mi cabello. –Era gordito, tenía problemas de acné... En teoría, no era nada atractivo.
– Yo tampoco lo era.
– Eso no lo puedo creer - exclamó sorprendida.
– De verdad. Usaba frenos y no me gustaba ser morena así que me hice güera un tiempo hasta que empecé a cambiar.
– Todos pasamos por eso.
Después de un rato, Hanna le llamó a una chica y la mandó a traer algo de ropa para mí. La mujer regresó con un vestido negro con escote en la espalda muy bonito. Me metí a un baño para cambiarme. Cuando salí ya habían más de 5 mujeres esperándome con varias herramientas de belleza; maquillaje, planchas para el cabello, pinzas, etc.
– ¿Y esto? – les pregunté señalando los artefactos.
– Libardo va a quedar impresionado cuando terminemos contigo – dijo Eleanor.
Le sonreí y me senté en una silla robada del conjunto de mesas de afuera.
Después de una hora más o menos, salimos todas. Ellas me cubrían ya que me daba algo de pena salir. Me asomé para ver a parejas bailando en la pista y unas cuantas mujeres que estaban sentadas platicando mientras que otra bolita de hombres fumaban unos cigarrillos lejos de las mesas.
Y ahí estaba Jean , besando a otra chica que no era yo, acariciando su cabello, sonriéndole de esa manera que solo él sabía. Y al otro extremo se encontraba Libardo , solo, mirando al piso, enamorado de mí.
– Vamos dulzura, tienes que darle una grata sorpresa a Libardo .
– Sí, solo quiero que me lleven hasta él mientras me esconden. Tiene que ser una buena sorpresa – susurré.
Me obedecieron y me llevaron hasta el lugar en el que se encontraba mi querido Libardo . Se detuvieron enfrente de él y Libardo solo les sonrió y les preguntó por mí. Nadie contestó nada. Salí de entre ellas y me miró como si fuera la octava maravilla del mundo.
- ¿Darian ? – divagó.
– La misma – dije sonriendo.
Me abrazó fuertemente y me levantó entre sus brazos. Plantó un beso delicado en mis labios y volvió a depositarme en el suelo sin dejar de besar mis labios. Tomó mi rostro entre sus manos y siguió chocando nuestras bocas en una sola. Cuando dejó de besarme comenzamos a reír. Me abrazó por la cintura y me dijo lo hermosa que me veía al oído.

– Te quiero – dijo al fin.
– Y yo a ti – le respondí.
Volvimos a besarnos como niños pequeños; escondidos detrás de una columna.
– ¡Chicos, chicos, chicos! – exclamó una rubia por el micrófono captando la atención de todos. – El querido Jean se ha ofrecido a bailar un tango con su querida novia Bárbara.
Sentí una punzada en el pecho, de esas que quiere gritar y patalear.
– ¡Ese es mi chico! – gritó Libardo aun abrazándome por detrás.
Una luz iluminó el centro de la pista, donde se encontraba Jean dándome la espalda y su novia morena delante de él en posición de inicio. La música de tango invadió toda la habitación y los movimientos de Jean y Bárbara también. Todos estaban cautivados ante la actuación de los dos. Tomé de la mano a Zabdiel y la acaricié intentando ignorar mis celos.
– Bailan muy bien – admití para mí misma.
– Supongo que bailas mejor que ella. Ganaste el concurso de hace tres años en la secundaria, ¿no es así? – me preguntó Libardo al oído.
– ¿Cómo lo supiste?
– Tu profesor de baile me lo dijo.
– ¿Conoces a Alex? – le pregunté más interesada.
– Me ayudó bastante para saber más de ti.
Sonreí pícaramente. Tomé a Libardo de la nuca y lo acerqué a mí para darle un beso. Regresé mi vista a la pareja de bailarines y fruncí el ceño. Jean le daba de vueltas cuando su mirada se cruzó por accidente con la mía. Me di cuenta que me había visto cuando volvió a buscarme con la mirada. Su expresión era de confusión. Lo miré detenidamente y al parecer eso lo distrajo porque dejó que Bárbara cayera justo frente a él, haciendo que todos volteáramos a verla tendida en el suelo. Jeanno dejaba de mirarme, pero me acerqué a ellos para ofrecerle ayuda a Bárbara que todavía se encontraba tendida en el suelo.
- ¿Estás bien? – le pregunté mientras ayudaba a que se levantara. Miré a Jean por el rabillo del ojo y seguía mirándome con asombro.
Bárbara asintió y me sonrió dulcemente. La recargué en mi hombro y la encaminé al baño. Libardo llegó por detrás y me ayudó a sentarla en una silla antes de que ambas cayéramos.
– ¿Puedes llevarla con Eleanor? – le pedí a Libardo algo exhausta.
– Sí.
Me quedé sentada en un silla viendo cómo todos se iban detrás de Libardo hacia la entrada del salón. Solté un suspiro, alcé la mirada y vi que ya tenía a Jean frente a mí. Ya no había nadie en el salón, solo él y yo.
– ¿Qué haces aquí? – me preguntó aún sorprendido.
– Oye, tu novia acaba de desmayarse, y eres el único a quien no le interesa.
– Fue tu culpa que ella haya caído.
– ¿Mi culpa? – exclamé ofendida.
– Sí. Tú te atravesaste en mi cabeza con esos ojos aguamarina.
- ¡Tú la dejaste caer!
– ¡Tú fuiste la razón por la que la dejé caer!
Me levanté y caminé hacia la entrada. Sentí la mano de Jean jalar mi brazo bruscamente de manera que pudiera verlo de frente.
– ¿Con quién viniste? – me preguntó.
– Con Libardo, Jean
– ¿Lo conoces?
– Es mi novio.
– ¿Tu novio?
– Dijiste que era libre de salir quien quisiera. Decidí no hacerlo con Víctor y hacerlo con él, ¿qué hay de malo en eso?
Lo dejé con la palabra en la boca y me fui hacia donde todos se fueron. Cuando llegué a la entrada pude localizar a Harry. No quería que me viera así que hice el menor ruido posible, pero no sirvió de nada.
– Hola, lindura – susurró acercándose a mí.
– ¿Qué tal, Harry? – le sonreí fríamente.
– ¿Dónde está Libardo ? ¿Acaso te dejó sola? –empezó a acerarse todavía más a mí hasta que quedó pegado a mí.
Puso su mano en mi cintura y acercó su boca a mi cuello.
– ¿Puedes soltarme? – le pedí mientras empezaba a forcejear para soltarme de su agarre.
– Vamos, dulzura. Sé que necesitas esto tanto cómo yo.
Bajó su mano a mi trasero y tapó mi boca con la otra. Solté un grito que supe que nadie alcanzaría a escuchar gracias a la mano de Harry en mi boca. Me llevó a un rinconcito muy oscuro, casi invisible a simple vista. Seguí forcejeando y forcejeando. Harry me aplastó contra la pared acorralándome para que no me moviera. Con una mano, empezó a desabrochar su cinturón y a bajar la bragueta. Grité más y más. Las lágrimas se empezaron a apoderar de mí.
Harry subió mi vestido hasta el abdomen y bajó mis bragas. Acercó su miembro ya desnudo a mi entrada y empezó a acariciarla con su masculinidad. De repente se escuchó un grito de una mujer. Harry se dio vuelta y me dejó caer al suelo. Del salón salió Jean y agarró a Harry antes de que éste se fuera. Me había golpeado en la cabeza así que no escuchaba nada, solo veía borroso. La silueta de un hombre se acercó a mí, con delicadeza y cautela.
– Ese hijo de puta lo pagará, te lo juro

Sex instructor || Jean y Darian|| hot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora