Capitulo 49

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Desperté de una pesadilla terrible. Tomé una bocanada de aire en cuanto desperté y sentí algo que invadía mis fosas nasales. Escuché el pitido de alguna alarma o algo por el estilo y comencé a alarmarme. Solté un quejido después de sentir un dolor tremendo en mi cabeza. Cerré los ojos y me quedé inmóvil. Moví mi mano para llevarla a mi cabeza y me topé con una manguera enterrada en mi piel. Sí, no había duda... No había sido una pesadilla, todo había sido real.
– ¿Qué demonios? – susurré con voz rasposa.
Intenté ver mis pies pero los cubrían varias cobijas.
– Hola, Darian . Soy Jessyca, tu doctora.
– ¿Qué hago aquí? – pregunté casi contestándome yo sola.
– Sufriste de una violación. No hubo contacto genital pero sí hubo contacto con los dedos del hombre que quiso violarte. Él ya está en contacto con oficiales de la policía y hay unos cuantos fuera que quieren tomar tu testimonio, pero antes de eso quiero revisar tus heridas tanto genitales como de la cabeza, si no te importa – habló. La voz de Jessyca me tranquilizaba en una escala grandísima, sentía como si mi madre estuviera hablándome.
Era pelirroja, de una esencia magnífica. Llevaba puestas unas gafas y su cuerpo era cubierto por una bata blanca como todos los doctores que conocía.
– ¿Es necesario?
– No han pasado 24 horas aún desde el accidente y queremos ver si hay heridas internas en tus...
– Shht– la callé. – Solo hágalo.
– Okey... Voy a subir tus piernas a estas manijas y examinaré allí dentro, ¿está bien? Si sientes alguna molestia cuando esté examinando, házmelo saber.
Asentí con la cabeza y colaboré lo más que pude. Ella metió un tipo de instrumento por mis paredes vaginales y de vez en cuando hacía gestos que no mostraban nada bueno.
– daría¿recuerdas algo de ayer? – preguntó Jessyca aún examinándome.
– Sí, algunas cosas.
– ¿Recuerdas si este hombre tuvo contacto sexual contigo? Es decir, ¿recuerdas si metió su pene en tu vagina? – preguntó algo preocupada.
– No, no que yo lo recuerde, ¿pasa algo malo? – pregunté algo preocupada.
– Tienes una dilatación algo grande para que solo hubiese metido un dedo. ¿Recuerdas cuantos dedos te metió, dulzura?
Qué repugnancia.
– No, no con certeza – intenté no perder los estribos.
Sacó su artefacto de dentro de mí y subió mis bragas de nuevo. Me hizo bajar las piernas y relajarme. Sería el último estudio que me harían de mi... feminidad.
– Ahora revisaré tu cabeza, ¿está bien?
Asentí. Me ayudó a sentarme en la cama para poder quitar el vendaje que me cubría gran parte de la cabeza. Empezó a toquetear suavemente cerca de la herida y solo sentía como mi cabeza punzaba y ardía.
– ¿Te duele?
– Lo suficiente para no querer que me toques más – admití casi gimiendo.
– Lo lamento.
Hizo una mueca y me miró con dulzura.
– Haré que pasen los oficiales para interrogarte, si no quieres hablar con ellos solo me llamas y los sacaré de aquí, no necesitas hablar de algo que probablemente te haya dañado emocionalmente...

- Gracias, doctora.
Le sonreí amablemente mientras veía como salía de la habitación y se acercaba a un grupo de policías. Ellos entraron y empezaron a preguntarme qué había pasado con todos los detalles. Es obvio que me dolió contarles, pero me dolía más saber que Jean me había engañado, y que ni siquiera le había importado cómo me afectaría eso.
...
Después de unas horas dejaron que Libardo entrara. Estuvimos platicando y le pedí que durmiera un rato, pero no quiso y trajo a nosotros el peor tema de conversación...
– Darian ... – susurró.
– ¿Sí?
– No conozco a tus padres y creo que sería bueno que hablaras con ellos y les contaras lo que pasó. Supongo que están muy preocupados por ti – dijo algo tímido
– Jessyca, mi doctora, me dijo hace una rato que ella les avisaría, pero creo que no ha podido contactarse con ellos.
Hice una mueca. Eso era siempre, todo el tiempo estaban trabajando y lo que a mí me pasara no les importaba, con solo decir que el día que me fugué con Jean ni siquiera se dieron cuenta que estuve fuera de casa varios días.
– Pero... yo le avisé a... a Jean .
Tragué saliva. ¿Qué había hecho qué?
– Supuse que por ser tu novio tenía el derecho de saberlo y pues, le llamé. Viene camino aquí, solo que estaba en Australia y por eso no llegó de inmediato.
- ¿Qué le dijiste exactamente?
Me miró con algo de culpabilidad.
– Lo que pasó. No iba a decirle algo que no fue, no se lo merece.
¿No? Se merece algo peor.
– Creo que se alteró muchísimo. Uno de sus trabajadores empezó a gritarle que dejara de romper los muebles del hotel.
Sonreí un poco. Eso me hizo sentir un poco mejor.
– No tenías por qué decirle a nadie.
– Darian , eres una inconsciente. ¿Sabes cuantas personas estarán preguntándose qué te pasó que no irás al colegio? Tus amigas se darán cuenta y no tendrás otro remedio más que decirles.
– No pensé que...
– No, nunca piensas en los demás, nunca piensas en lo que los demás piensan y sienten. Hay muchas personas que te quieren, que te aman, que darían todo por saber que estás bien, y tú en lo único que piensas es en ti, en lo que quieres, pero no es así... Tienes que pensar en el bien o en el mal que le puedes hacer a la persona que le ocultes las cosas, porque al fin y al cabo, sin esas personas no serías nada.
Una lágrima se derramó por mi mejilla. Era cierto, era una egoísta que no pensaba en los demás, pero a mí también me dolía ser ignorada en los momentos en los que más necesitaba a alguien.
- Perdón – susurré.
– No, no tienes...
– Claro que sí – lo interrumpí. – Siento mucho haberte dejado sin otra explicación más que tu mejor amigo, perdón por no ir a casi ninguna de tus clases por no soportar el hecho de que quedé como estúpida frente a ti. Perdóname, de verdad – comencé a llorar.
Libardo se dio cuenta y se sentó en la orilla de la cama y me regaló un beso en la mejilla. Sus labios pasearon hasta mi oreja y susurró: – No llores.
Limpié las lágrimas que se avecinaban y lo miré con ternura. Era hermoso. Se levantó de la cama y se fue hacia la puerta.
– ¿A dónde vas? – pregunté alarmada. No quería que se fuera.
Necesito alimentarme un poco, y quiero darme una lavada – se olió la ropa e hizo un gesto de repugnancia.
– ¿Puedes... puedes recostarte conmigo y esperar a que esté dormida? Puedes irte si quieres cuando me duerma, es que no soporto la idea de no tener a nadie a mi lado...
Sonrió.
– Está bien, chiquita, pero si terminas oliendo a perro mojado, luego no te quejes.
Solté una risita y le hice un espacio en la cama para que se recostara. Lo hizo. Cuando lo tuve a un lado no dudé ni un instante en acurrucarme muy cerca de su cuerpo y recargar mi cabeza en su regazo. Olía delicioso, no sabía por qué se quejaba de su olor, a mí me parecía perfecto.

Sex instructor || Jean y Darian|| hot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora