Capitulo 64

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Salimos de la especie de cueva después de volver a ponernos las prendas para nadar encima de nuestros cuerpos y darnos un chapuzón. Nadamos hasta el bote que ya se encontraba lleno de todas las personas que habían llegado ahí con nosotros.
Jean me levantó de la cintura y me hizo subir al bote para que después él con sus brazos y su fuerza sobrehumana subiera a un lado de mí y me abrazara completamente en el momento en que quedamos estables sobre el piso de madera del bote. Nos levantamos en un solo movimiento y nos incorporamos para disfrutar de un beso cálido y suave. Nos separamos y avanzamos hasta llegar a donde se reunían todos. Jean entrelazó su mano con la mía y yo en reflejo le abracé el brazo sintiéndome tan afortunada de tenerlo así.
Caitlin le dio una mirada a jean y luego me regaló una sonrisa inocente y linda. Le correspondí y solo agaché la mirada para esconderme detrás del brazo de mi novio.
– Regresaremos hoy por la tarde a la ciudad, ¿de acuerdo? – anunció Yenny con tono autoritario.
– De hecho, mamá, nosotros regresaremos justo al atardecer.
– ¿Perdón? – dijo Yenny algo conmocionada por la decisión de Jean .
– Madre, podrían ser los últimos momentos que pase junto a darían antes de que sus padres me impidan verla por las vacaciones que probablemente tendrá. No quiero perderme ni un minuto. – habló suave y claro mientras me apretaba la mano y me abrazaba por la cintura. – La amo. Solo quiero unos minutos más.
Yenny lo miró con dulzura pero dureza también. Su gesto mostraba ternura y admiración, pero su porte indicaba lo contrario. Quería concederle eso a su hijo, a su único hijo, aunque eso significara que era débil y no podía resistirse a esa mirada suplicante y bochornosa de su hijo. Accedió.
– Pero, promete que llegarás al desayuno.
– Lo prometo.
El bote nos llevó hasta donde lo tomamos por primera vez para que bajáramos y todos nos despidiéramos entre nosotros
El bote nos llevó hasta donde lo tomamos por primera vez para que bajáramos y todos nos despidiéramos entre nosotros. Jean abrazó a todos para después apegarme a su cuerpo y abrazarme por la cintura.
Me besó la frente y vimos como Samy se acercó a nosotros. Jean se puso rígido y me aplastó más a él.
– Jean ... – susurró con voz ronca. – No quería incomodarte, de verdad lo lamento.
– Samy, solo... no lo hagas. No te humilles más de lo que ya lo has hecho. – le dijo jean algo frío y duro.
– Jean ... – intervine. No quería que fuera tan rudo con ella.
– No, darían , debe saber que te amo, que no hará nada para separarnos, ni en mil años. –Jean miró a Samy con odio y asco y me daba miedo verlo así.
– Yo nunca...
– Por favor, no te engañes más, Samy. Lo nuestro pasó hace mucho, tuvimos nuestros momentos, pero nunca una historia. Hazlo por ti, no por mí. Olvídate de todo eso, de que te besé y que te hice sentir bien solo un tiempo, y haz tu vida, no te humilles más de lo que ya has hecho.
– Jean ... – le dije con tono enojado.
Miré a Samy. Estaba a mirando a Jean como si fuese una extraña especie en extinción, que todo lo que ella había amado de él estaba desapareciendo justo frente a sus ojos. Las lágrimas inundaron sus mejillas y solo me miró a mí y agachó la cabeza seguida de un sollozo. Di un paso al frente despegándome del cuerpo de Jean para poner mis manos en los hombros de Samy intentando llamar su atención. – Sam... – susurré. – No llores. Por favor, yo lo amo, lo amaré para siempre y sé que tú también lo haces, aunque lo dudo después de presenciar lo que acaba de pasar, pero... no detengas tu vida por alguien que no ve lo hermosa y linda que eres, lo amable y dulce que llegas a ser en momentos como éste. Tienes mucho por delante.
Samy subió la mirada para encontrarse con la mía y dedicarme una sonrisa cálida y abierta.
– Gracias, darían . Ahora veo por qué te ama.
Me dio un vuelco al corazón escucharla decir eso, escuchar como su voz temblorosa se volvía un hilo casi impredecible, como su espalda se encorvaba, nos daba la espalda y se iba, sin decir nada más, sin mirar atrás.
Jean y yo nos fuimos a la cabaña para empacar y comer algo antes de irnos del puerto y volver a caer en manos de mis padres. Jean me invitó a tomar una ducha, accedí.
Cuando salimos de la regadera, empecé a recordar cada momento de los últimos minutos en los que nos sentamos en la tina, casi unidos en alma, y él empezó a acariciarme la piel desnuda, jugueteó con mi cabello que ya me daba a media espalda y con su mano, tomaba un chorro de agua y lo posicionaba en mi cabeza para después darme besos delicados. Yo cerré mis ojos disfrutando del contacto de su piel con la mía, de sus yemas acariciándome la piel. Plasmé ese momento en mi cabeza para siempre, para quedarme con ese recuerdo, para nunca olvidarlo y cada que tomase una ducha, no olvidará el contacto de la piel del amor de mi vida con la mía.
El amor de mi vida.
Lo era él.
En cuerpo y alma me había entregado a él. Era suya y de nadie más. Lo amaba con tanta potencia que ni siquiera las matemáticas serían correctas en descifrar la cantidad exacta de mi amor hacia Jean . Nuestro amor me recordaba a una rosa, a una de esas rosas que me regaló el día de mi cumpleaños, que dejó en la almohada donde él había dormido la noche anterior y de ella colgaba una notita que decía: "Duerme bien, señorita Rojas ". Recuerdo como la observé y noté la delicadeza de sus pétalos y la rigidez de su tallo. Nuestro amor era así... era frágil, sensible, hermoso... pero sabemos que pase lo que pase, venga lo que venga, nuestro amor es fuerte y rígido como un tronco, como el tallo de la rosa, de mi rosa.
– ¿En qué piensas? – pronunció la voz de jean a mis espaldas sacándome de mi trance.
Me di vuelta para tenerlo frente a mí y abrazarlo por la cintura.
– Te amo tanto. – dije con dolor.
Sus brazos me rodearon y acariciaron.
– También te amo. – aseguró. – por siempre y para siempre.
Apreté mis párpados y mi rostro lo apegué más a su pecho. Escuché su respiración; era tranquila y regular. Olfateé el olor de su loción y luego el de su piel. Acaricié su espalda y recordé las curvas que la marcaban de arriba hacia abajo. Me llené de su presencia, de su aroma, de su aliento cayendo despacio sobre mi cabeza, chocando contra mi hombro y llenando mis poros. Una lágrima cayó por mi mejilla, recordándome que era el fin, que lo nuestro estaba acabando, tan pronto que me dolían las entrañas de solo recordarlo, de recordar que tenía a un niño esperando dentro de mí, que estaba despidiéndome del padre de mi hijo o hija, del amor de mi vida, del dueño de mis sueños y de mis fantasías, mi vida. Estaba dándole la espalda a la persona que más me importaba en el mundo, a la que amaría para toda la vida, a la que buscaría por sobre todo y amaría hasta el final de mis días.
Un sollozo se disipó por mi garganta sorprendiendo a Jean .
– Hey... – susurró separándome de él para después tomarme del mentón y hacer que subiera la mirada hacia la de él. – ¿Qué pasa? – dijo con gesto preocupado limpiando la lágrima que estaba escapándose de mis ojos. – No... ha pasado nada, es solo que ha sido la mejor semana que he tenido en toda mi existencia y no soporto la idea de terminarla. – dije sincera.
– No se acaba. Será el inicio de nuestra aventura, dulzura.
– ¿Me lo juras?
– ¿El qué? ¿Qué esto apenas empieza?
Asentí.
– Te juro que...
– Jura que no importa si mañana despierto siendo otra, estando gorda y siendo la mujer más horrible del planeta, jura que si mañana cambio y no soy darían y que por un momento me pierdes, no vas a dejar de quererme, que no vas a juzgarme por cambiar o por ser horrible, que no vas a dejarme. – le pedí.
Jean dudó antes de contestarme, pero al final habló.
– No importa si engordas, si cambias, si ya no eres la misma por fuera... fea jamás serás, eso no existe. Pero a pesar de todo eso, de todo lo que puede pasar mañana, tú siempre serás mi darían . Te juro que te amaré pase lo que pase.
Alcé mis brazos para colgarme a su cuello y darle un beso lento y delicioso que el implementó con su lengua. La movió dentro de mi cavidad bucal.
– Te amo para siempre, darían .
– Te amo para siempre, Jean .
...
Jean cargó mis maletas y las suyas también llevándolas al auto con tanta facilidad que me hacía recordar a Edward Cullen.
– ¿Estás seguro que no sigues teniendo 17 años y has vivido por más de un siglo? – le pregunté mientras me ponía sus gafas en los ojos y me recargaba en el auto.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Belleza sobrehumana, fuerza sobrehumana, eres millonario... ¿Qué más podrías ser que un vampiro? – le pregunté.
Jeans se echó a reír tan fuerte que yo también lo hice.
– Es bueno que veas películas, pero no que te enganches con ellas, nena. Tengo 24 años, trabajo, como tanto que por suerte no exploto, duermo y creo que has sido testigo de ello, dulzura. ¿Aún sigues creyendo en que chupo sangre y vuelvo a la gente inmortal?
Cerró el baúl para después dirigirse a mi posición y abrir la puerta del copiloto y dejarme entrar. Después de que me metí al Audi, Jean lo rodeó y tomó su lugar como conductor.
– Bueno... vamos a casa. – suspiró.
– Vamos a casa. – le sonreí.
Durante el largo viaje de regreso, escuchamos música y nos besábamos cada que podíamos. Jean nunca soltó mi mano aunque me quedara dormida. No me soltaba.
Cuando estábamos entrando a la ciudad de nuevo, añoré el olor a sol y arena que se impregnaba en mis fosas nasales hasta inundar cada parte de mis pulmones con esa sensación de calidez tan grande y asombrosa. Me sentía vacía porque ya no estábamos más en el puerto, disfrutando del sol y del calor húmedo que nos regalaba.
– ¿Quieres dormir hoy conmigo? – me preguntó Jean acariciando mi pierna desnuda.
– Pero recuerda que tienes que llevarme a casa a las seis de la mañana. Mi madre termina su turno a esa hora. – le recordé.
Me guiñó un ojo y me sonrió de oreja a oreja.
– Esta bien, te llevo a casa a las seis.
Jean me llevó a su apartamento, donde usualmente dormía antes de conocerme y acoger de nuevo su "pent-house" en medio del bosque. Subimos varios pisos del edificio hasta llegar al número quince y encontrarnos con el magnífico y alucinante departamento que jean no había usado los últimos seis meses.
– Aquí tienes.
Me di vuelta y encontré a jean ofreciéndome una playera de esas que él usaba cuando no quería arreglarse.
– Gracias. – le dije tomando la playera entre mis manos.
Arrugué el entrecejo cuando no vi ni un pantalón.
– ¿Y los pants? – le pregunté algo confundida.
– Créeme, darían . No querrás usarlos. El espacio suele calentarse por la noche.
– Bien.
– Te espero en el cuarto. No tardes.
Mordí mi labio y lo vi caminar hacia la habitación mientras se deshacía de su camisa y de sus pantalones. Di brinquitos y me estremecí para luego meterme al baño. Era mi última noche con él, e iba a aprovechar cada segundo de ella.

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