Natalia Lacunza tenía un día bueno. Había pasado toda la mañana en la oficina reuniéndose con gente, llegando a acuerdos productivos y las acciones de la empresa familiar subían como la espuma.
Aparte, la cena en casa de Álvaro del viernes pasado la había dejado más feliz que una perdiz.
Parecía que no andaba, si no que se deslizaba por el suelo desde que supo que Alba Reche no tenía pareja. Flotaba, casi de manera literal.
Además, durante la cena tuvo la oportunidad de conocer mejor a la rubia. Ya sabía que le encantaba pintar, que ella misma se consideraba una artista algo frustrada, que su gatita Queen crecía como la hierba y que le encantaba ir a la playa a la hora de la puesta de sol.
Este último dato era una cosa muy típica, ver puestas de sol le gusta a todo el mundo pero a Natalia ya le parecía el gusto más especial y único del mundo solo porque había salido de los labios de Alba.
Esos labios que ya habían llegado a besarlas en sueños.
Pero era mejor no pensar en eso, todavía.
Iba a pasar la tarde en el casa, hablando por teléfono con sus hermanos pero tras hablar con ellos, descubrió que aún era temprano así que decidió echarse a las calles a dar un paseo sin rumbo.
Algo que no solía hacer. Perder el tiempo de esa forma no era propio de la joven Lacunza.
Mientras andaba por las frías calles de un Madrid invernal y sus suelas chocaban contra las húmedas aceras, rememoró en su mente la conversación telefónica que había tenido con Elena hacia apenas un rato.
En su anterior llamada, Natalia había callado sobre Alba. Apenas le había hablado a Elena del día de la exposición, pues la morena se encontraba algo confusa después de ese día. Pero ahora... Las cosas habían cambiando ligeramente, y el buen ánimo de Natalia había conseguido que se soltará algo más la lengua. Aunque como siempre la primera en sacar el tema había sido la joven de los Lacunza:
-Nati, deja de hablarme sobre tu trabajo, aburres a las piedras- dijo a través de la línea dando un bostezo- Dime, ¿has vuelto a ver a Alba?- pregunto cambiando su tono de manera súbita.
-Sí- contestó su hermana tras un corto silencio, con la boca pequeña y esbozando una sonrisa que Elena por desgracia no fue capaz de ver.
-¿En serio? ¿Otra cita?- Elena hizó estás preguntas casi chillando.
-Elena...-la intentó disuadir, pero su absurda alegría se lo estaba poniendo a la morena más difícil que nunca- No, no fue una cita. Y te vuelvo a recordar que no hemos tenido ninguna.
-Ya, sí, sí...-contestó fingiendo que le daba la razón para que se callara con eso- ¿Entonces dónde os visteis? ¿Otra vez en la galería? Apenas me contaste nada de la exposición, ¿la abuela se puso muy pesada?
Cuando Elena se paro para coger aire después de todas esas preguntas hechas a la velocidad del rayo, su hermana aprovecho para meter baza.
-Elena, tranquila- la paró amablemente- Una cosa detrás de la otra- soltó una risita- Como sigas así tendré que coger papel y lápiz para apuntar tus preguntas.
Elena decidió callar al fin, viendo que su hermana estaba de lo más contenta. Así que por unos instantes reino el silencio mientras Natalia decidía por dónde empezar a contestar.
-Bueno, para empezar...-vaciló- Nos vimos el viernes en casa de Álvaro. Cenamos los cuatro.
-¿Qué cuatro?-pregunto Elena con fingida inocencia.
-Elena no te hagas la tonta- puso los ojos en blanco- Álvaro, Marina, Alba y yo.
-Con que cena de parejitas, ¿eh?- soltó una carcajada aguda.
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Primeras impresiones
FanfictionNatalia Lacunza pertenece a una de las familias más adineradas del país. Alba, trabaja como galerista de arte en Madrid y vive soportando las contínuas insistencias de su madre para que se despose cuanto antes. ¿Qué sucederá cuando sus caminos se c...