Natalia había entrado en la galería junto a su abuela aquella noche con la determinación de ahogar sus sentimientos hacia Alba en lo más hondo de su ser, aunque sólo fuera por ese día.
Y hacerlo aunque estos fueran buenos o malos, pues se había imaginado que tal vez sentiría cierta rabia o ira al ver a la rubia de nuevo sabiendo que ésta ahora dedicaba sus atenciones, sus sonrisas y Dios sabe qué más a una persona que no era ella. Por muy absurdo que pudiera sonar, pues ellas no eran nada.
Pero Natalia así lo había sentido desde el momento en el que se enteró de que salía con el dueño de La Posada por Marina.
Pero para su sorpresa, no fue la ira o los celos lo que tuvo que refrenar al ver a Alba bajo ese nuevo prisma. Si no que tuvo que sacar fuerzas de donde pudo para intentar que su sonrisa apenas correspondiera a la que la chica les había dedicado a ella y a su abuela en la entrada de la sala.
Una sonrisa que bien había podido iluminar un día gris y lluvioso.
Para su suerte, su abuela enseguida consiguió alejarla de allí. Gracias a su interés en hablar con la dueña y su deseo de conocer al artista que había realizado las pinturas.
Pero por desgracia, Alba seguía revoloteando discretamente por toda la sala. Alba, con su paso rápido y algo infantil, su cabellera rubia destacando entre la oscuridad de los invitados y su vestido de seda azul oscuro. El cual, para más inri de la morena, dejaba de nuevo parte de su espalda al descubierto.
Aquella espalda que solo se había atrevido a pensar en acariciar en sus sueños más profundos, por no hablar de la parte de la anatomía de la rubia que le seguía a esta.
No quería ni pensarlo, y le estaba costando horrores no desviar su vista hacia aquella parte de su cuerpo cada vez que discretamente posaba su mirada sobre su cuerpo.
Aquel vestido de seda tan ceñido no ayudaba nada al asunto.
Alba por su parte, aún descolocada por el casi estéril saludo de la morena tras su almuerzo de días atrás, apenas tenía espacio para pensar en ello, pues se estaba pasando la noche atendiendo a las preguntas de algunos invitados, ayudando a Marta en su función de camarera de emergencia en todo lo que podía, y velando por el bienestar de las obras. Todo al mismo tiempo.
Durante un instante en el que tuvo un respiro, tras salir del baño, se encontró de frente a Esther de los Reyes hablando con Amelia a unos metros de distancia, pero los suficientes como para poder escuchar su conversación a pesar del ruido ambiente. Natalia, seguía de cerca a su abuela, mirando las obras con ese aire de superioridad que tanto molestaba a Alba desde el día que la conocío.
La galerista intentó disimular fingiendo que estaba buscando a alguien entre los invitados para no moverse de allí, ya que pretendía escuchar toda la conversación de la abuela de Natalia con su jefa.
Aunque en cuanto comenzó a entender de qué hablaban, se arrepintió enseguida. Debido a que la señora de los Reyes no la estaba dejando en muy buen lugar como galerista en ciernes frente a su actual jefa.
Hablaba, por supuesto, de la reunión que mantuvieron ambas para intentar cerrar la venta.
-Por ello señora Sanz, si a usted no le supone un inconveniente, me gustaría poder reunirme con usted y mi asesor la semana que viene- le pedía Esther a Amelia, aunque sin perder ni un ápice de dignidad ni rebajar su habitual tono de voz.
-Por supuesto. Estaré encantada. Pero pensaba que Alba había resuelto todo con Natalia adecuadamente- dijo Amelia para intentar calmar el ambiente.
En ese momento, Alba, que se había visto obligada a resguardarse tras una esquina para poder seguir escuchando sin ser vista, espero una contestación a la altura por parte de la morena. Sin saber bien la razón de ese deseo.
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Primeras impresiones
FanficNatalia Lacunza pertenece a una de las familias más adineradas del país. Alba, trabaja como galerista de arte en Madrid y vive soportando las contínuas insistencias de su madre para que se despose cuanto antes. ¿Qué sucederá cuando sus caminos se c...