Capítulo 13

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A la mañana siguiente de su almuerzo con Alba, Natalia se despertó con la cabeza llena de ella. Se revolvió varias veces entre sus suaves sábanas rememorando sus ojos, vibrantes y enormes, así como el sonido áspero de su voz, el cual estaba empezando a convertirse en uno de sus favoritos.

De esa manera, perdida en sus ensoñaciones, se dejo llevar, permitiendo que una leve sonrisa se escapara de sus labios, pegados a la almohada, hasta que el sonido de su móvil la trajo de vuelta al mundo real.

Abrió los ojos y acto seguido se los cubrió con las manos al tiempo que suspiraba. Aquel martes debía de pasarse necesariamente por la oficina, tras haberse tomado libre el día anterior para jugar ser coleccionista de obras de arte. Encima ese día debía de asistir a un almuerzo del círculo de empresarios junto a sus tíos, un acto que temía que iba a ser de todo menos entretenido.

Con más desgana que otra cosa, se adentró en el baño para darse una ducha que con algo de suerte, la despejaría y relajaría los entumecidos músculos de su cuello.

Una vez vestida, desayunó en silencio repasando su agenda, echando en falta la compañía de su hermana Elena. Hubiera preferido que la pequeña de los Lacunza se hubiera instalado con ella, en su ático en pleno centro, los días que le restaban en Madrid antes de volver a marcharse a Reino Unido para continuar con sus estudios. Pero para su desgracia, su abuela, más con actos que con palabras, se había encargado de hacer patente que quería que su nieta no se marchará de la casa familiar, ni siquiera por unos días, mientras se encontrara en el país.

Y Natalia, había acabado conformándose con aquel arreglo, intentando verle el lado positivo. La casa de su abuela, a las afueras de la ciudad, era el lugar donde sus hermanos y ella misma habían crecido (o más bien terminado de crecer en su caso) tras la muerte de sus padres. Y Elena, en esos momentos necesitaba más que nunca sentirse en casa. La morena incluso había barajado la idea de que no se marchará de Madrid para el próximo curso, pero había acabado descartándola por varias razones. De cualquier manera, durante las vacaciones la había encontrado a con buen ánimo durante la mayoría del tiempo. Cosa que la aliviaba en parte, pero sin hacer que fuera a bajar la guardia del todo. Todo estaba demasiado reciente.

Por fortuna, la mañana en su despacho se le pasó bastante rápida y para cuando se quiso dar cuenta ya se encontraba en una sala repleta de gente, escuchando con un interés fingido el discurso que se estaba dando en ese momento a la vez que intentaba que las personas a su alrededor no se percataran de que le estaban sonando las tripas. Se estaba muriendo de hambre. 

Respiro aliviada cuando por fin termino el tiempo de los alegatos y el almuerzo procedió a servirse.

-Natalia, Isabel me ha comentado antes que te vio ayer comiendo en el Ritz. Me ha pedido que la disculpes por que no tuvo tiempo para acercarse a saludar- la interpeló su tía, que estaba sentada a su lado, en cuanto dio el primer bocado, que tuvo que tragar de manera súbita tras escuchar ese comentario. 

-Así es. Ayer me tomé el día libre ya que aún estamos a principios de septiembre- contestó con rapidez, sintiéndose algo intranquila, pues no se esperaba que su tía fuera a tener noticias de sus actividades del día anterior. 

Natalia había olvidado por un segundo que si te movías en los mismos círculos que el resto de la alta sociedad madrileña, hasta las paredes tenían ojos. 

-¿Y con quién almorzaste? Isabel me ha dicho que estabas con una joven a la que no reconoció.

¿Y qué le importa a la cotilla de Isabel  Avellaneda con quién estuviese comiendo?

Resopló para sus adentros antes de contestar. 

-Con la galerista que se ha encargado de llevar la venta de último cuadro que va a adquirir la abuela. Se ha empeñado en que sea un regalo para mi casa de Menorca-se explicó, deseando que aquella conversación terminará lo antes posible. 

Primeras impresionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora