Capítulo 17

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El pecho de Alba comenzó a subir y bajar de forma casi frenética, cuando su cuerpo se encontraba, en ese momento, tras el escritorio del despacho de Amelia en la galería.

No era su lugar de trabajo habitual, pero ante la ausencia de su jefa la rubia se había hecho con aquel espacio. Y debido a ello, allí era hasta donde había conducido a Natalia Lacunza, en cuanto la morena había puesto el primer pie dentro de la galería.

La razón de su respiración entrecortada en ese instante no era otra si no la mirada que le estaba dedicando Natalia al otro lado de aquel escritorio que las separaba.

Una mirada felina, casi salvaje, e incluso algo oscura.

Aún con todo eso, Alba no era capaz de apartar la vista de esos ojos marrones, le resultaba algo imposible.

La visión que estaba teniendo en aquellos momentos hacía, además de acelerar sus pulsaciones y el ritmo de su respiración, que su boca se abriera instintivamente con el objetivo de recabar todo el aire posible de la sala para sus pulmones.

Este hecho, no hizo si no que los ojos de la morena se fijaran con especial atención y deseo en los labios de Alba. Los cuales, gracias a esa apertura suave de su boca, se habían tornado más apetecibles que nunca para Natalia.

La boca de Alba, debido a todo esto, se iba secando por momentos.

Muy al contrario que otra parte de su anatomía más al sur de su cuerpo.

Viendo que Natalia estaba decidida a quedarse inmóvil como una estatua contemplándola, Alba sintió que ya no aguantaba más aquella separación entre sus cuerpos, la cual casi le llegaba a doler.

Por ello, poseída por una fuerza que la atraía hacia la morena de una forma irrefrenable, se movió de manera rápida hasta donde estaba ella, saliendo del escritorio.

Una vez tuvo a Alba al lado, Natalia, embriaga por el dulce aroma que desprendía  se giró en su dirección, al tiempo que sus cuerpos se acercaban hasta casi tocarse para alivio de ambas mujeres.

De repente, pillando por sorpresa a las dos, los labios de Alba apresaron los de Natalia de forma brusca, incoherente y húmeda.

Sus bocas dejaron atrás la sequía que había reinado hasta ahora, ya que ahora sus lenguas mojadas se estaban encargando de acariciarse entre sí de la manera más íntima posible.

Mientras sus lenguas bailaban con ímpetu, las manos de ambas se desplazaban con fiereza sobre el cuerpo de la otra. Unos movimientos que no podían considerarse inocentes caricias.

Cada una recorría el costado de la otra con las manos, de arriba a abajo, y con rapidez. Rozando durante el recorrido: el comienzo del pecho hacia la ida y las caderas prietas al dar vuelta de nuevo hacia arriba.

En uno de esos roces de caderas, Natalia, pensando que ya no podía aguantar más de lo que había aguantado durante todo el tiempo que conocía a Alba, agarró sin miramientos el culo de la rubia con sus dos manos abiertas, apretando sus nalgas, acercando sus cuerpos todo lo que se pudiera.

Y todo ello sin llegar a separar sus labios de ella.

Siguió apretando aquellos glúteos que la volvían loca con el simple hecho de contemplarlos con toda la fuerza que pudo, haciendo que Alba soltara un gemido inesperado que consiguió prender la mecha del todo.

Los besos apasionados no cesaron, añadiendo mordiscos en el cuello por parte de ambas, y sus cuerpos ya se restregaban sin miramiento alguno, intentando ambas rozar sus entrepiernas contra la otra de la manera que fuese.

La morena, tras soltar momentáneamente el culo de Alba, (no sin antes dedicarle unas caricias de despedida), puso sus manos ahora sobre las caderas de la rubia para empujarla hasta el borde de la mesa que tenían justo detrás.

Ésta quedó primeramente apoyada sobre ella, pero con la ayuda de Natalia consiguió sentarse sobre el borde con cierta estabilidad.

Alba, por suerte aquel día llevaba una falta negra que le terminaba a la altura de la rodilla, y la morena, tomando buena cuenta de ello, había comenzado sin titubear a acariciar el interior de sus muslos desnudos al tiempo que la tela de la falda iba subiendo más y más por los muslos de la rubia, hasta dejar al descubierto su ropa interior, en la cual la humedad de su intimidad se había hecho más que patente.

Alba en este momento ya se encontraba jadeando, no podía esperar más a que Natalia la tocará, a que recorriera su humedad.

Pero estaba tan extasiada, tan llena ya de placer, que tampoco era capaz de articular una palabra para pedírselo.

Finalmente, y sin apartar la vista ni un segundo de los ojos mieles de Alba, la morena por fin tocó el coño de Alba a través de la tela que aún la cubría. El ansiado contacto aumentó notablemente la humedad en las bragas de la propia Natalia, cuyo cuerpo se estremeció al intuir la jugosidad que iba a encontrarse tras aquel trozo de tela mojada que estaba deseando de eliminar de su vida.

Alba volvió a gemir desesperada, y en ese momento sus largos dedos se colaron en el interior de aquellas bragas azules haciendo que la rubia suspirara de forma aguda con placer y alivio.

Cuando sus dedos ya habían apartado totalmente la tela, dejando al descubierto sus labios hinchados para el gran deleite de Natalia, la puerta del despacho de Alba comenzó a abrirse, haciendo que la rubia cerrará las piernas en un acto reflejo y se intentará bajar de la mesa a pesar de la retención de su cuerpo en aquel lugar que Natalia no pensaba dejar de ejercer.

-Natalia, por favor, suéltame- le suplico a la morena, que seguía sin ánimos de soltarla.

-Natalia, ¡déjame!-insistió, en tono ya de preocupación e incluso alarma, al darse cuenta de que la morena no la quería soltar por nada del mundo.

De repente, alguien tocó a la puerta de nuevo, y repetidamente, mientras pronunciaba el nombre de la rubia.

-¡Alba! ¿Alba? ¿Estás bien?- pero aquella voz no era la de Marta ni la de Amelia, si no la de su hermana Marina.

Alba, desorientada por fin abrió los ojos, y se sorprendió momentáneamente tras distinguir entre la oscuridad las paredes de su habitación en su piso de Madrid.

Todo había sido un sueño.

-Mini, estoy bien- corrió a responder sin tener aún muy claro en qué mundo se encontraba- Sólo he tenido un...Una...Una pesadilla. Sí- dijo no muy convencida antes de que su hermana llegará a abrir la puerta- vuelve a la cama ¿Vale? Estoy bien.

-¿Seguro? Bueno, como quieras- pronuncio Marina entre convencida y somnolienta justo antes de volver hasta su cuarto.

Alba entonces, aún aturdida y confundida, encendió la lamparita que tenía sobre su mesilla de noche.

Volvió a tumbarse boca arriba en la cama y suspiró.

Había sido un sueño, sí.

Pero al llevar sus manos hasta su entrepierna no pudo negar que la humedad que encontró allí era algo de lo más real.

***

Dejo este "aperitivo" por aquí y me vuelvo a ir sigilosamente

Jajaja

Besos❤️😽

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