El heredero perfecto

Capitulo 18 Umbrella

Ghiacco caminaba por las blanquecinas calles de Londres. Era de mañana y ya había gruesas nubes en el cielo encapotado, la nieve cubria todo a su alrededor y el helado ambiente obligaba a las personas a caminar con cuidado bajo gruesos abrigos, un paisaje que no le molestaban en absoluto, hasta le parecía confortable, el frío también era parte de él.

Mientras más se adentraba a la zona comercial podía ver qué había un incremento en cuanto a la gente y una animosidad molesta para él.

Muy similar al estilo alemán las costumbres festivas comenzaban a notarse por la decoración, como el árbol sobre la mesa decorado con velas aún por prenderse o los regalos a su pie con montones de lazos, pero al mismo tiempo había mucha gente con a penas lo suficiente en sus bolsillos para no morir, creando un contraste muy marcado en cuanto a las personas.

A él eso no podía importarle menos, no ahora. Tal vez era joven, pero sus vivencias en medio del mandato de Diavolo lo marcaron desde niño para ser mucho más práctico y frío, algo que su Stand reflejaba muy bien.

Mientras mascullaba en contra del bullicio y alegría que se mezclaba con la pobredumbre, la risa de un grupo de limpia chimeneas le llamo la atención.

Los niños, todos sucios con hollín, empezaron a chillar cuando una amable panadera les dió los restos de las galletas que había hecho, quizá en un intento de acallar su conciencia.

Mientras esos delgados y agradecidos pequeños comían las maltrechas migajas una memoria muy leve se despertó en él, algo que había pasado hace mucho.

Hambre, miedo, soledad, desesperación, era algo que en definitiva no quería volver a sentir. Prefería olvidar todo aquello, aunque era algo que lo tenía marcado muy profundamente.

En su lugar intento rememorar algo mejor, más confortable.

La Squadra había sido formada por un grupo sobreviviente, cada uno tenía su propia historia de como había llegado ahí, pero ninguno pasaba los 18 años cuando se conocieron.

Unidos sólo por sobrevivir a la flecha se volverían sicarios en unos cuantos años para un terrible Rey, alguien que había subido al trono sin merecerlo y que solo trajo ruina a su pueblo.

Al principio vivía con desconfianza y receló, con temor a sus compañeros, pero con el tiempo se dió cuenta que ellos no eran muy diferentes a él. Desde el silencioso jefe de ojos rojos hasta el insufrible peli morado poco a poco fue conociendo a quienes se volverían sus amigos, quienes entrenaban a su par para servir a Diavolo, un destino impuesto por haber sobrevivido, a diferencia de los cientos que habían perdido la vida.

Rissoto, Prosciutto, Sorbet, Gellato, Formaggio, Illuso, Melone y el menor Pesci se volvieron amigos en la desgracia, conociendo en un mundo cruel lo que era confiar en otros. 

Eran tan unidos que apenas pudieron salir del castillo se mudaron a un piso en una calle perdida de Nápoles, cuando empezaron con su "trabajo".

Y entre todo lo terrible que había visto aún podía recordar el momento en que dejaron de ser unos desconocidos a un verdadero equipo.

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Un día de enero, supuestamente en que una anciana iba por ahí regalando dulces, Pross los reunió, y lo primero que vieron era que sus manos estaban ocultas bajo unos guantes de hornear, pero sus sentidos estaban más concentrados en el olor a quemado que inundaba la habitación.

Pesci ya estaba ahí, y junto al rubio les ofreció un diminuto trozo de lasagna con un lado quemado.

Durante unos instantes, y hasta que todos tuvieron un plato en manos ninguno se atrevió a comer; algo que el rubio, por suerte, no vio. Y mientras los menores se veían acusadoramente entre sí, fue Rissoto el que se atrevió a dar el primer bocado, provocando que el resto lo imite, ante el encanto del rubio, que intentaba disimular su sonrisa.