Capítulo 22 Unknown Mother-Goose

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El primer recuerdo de Kakyoin Tenmei era uno muy claro, tan nítido y vívido que podría contarlo con una exactitud perfecta y también era... bastante enigmático para quien no conociera el concepto de "Stand", incluido él mismo.

Ante sus enormes y violetas ojos, una.. ¿liana, cuerda, tentáculo?, verde salía de él, no como si de un animal se tratara, tampoco como el cordel de los kimonos, ni tampoco como las enormes sogas que anudaban en los muelles de los barcos. Era algo natural y suyo, algo que podía sentir con cada fibra de su ser.

La cuerda lo detenía de seguir avanzando hacia el bosque más allá del jardín. Algo extraño se alzaba, una amenaza se escondía en los árboles y ese resplandor esmeralda quería protegerlo.

No sabía porqué se alejó de su casa, mucho menos cómo escapó de la vista de su nana, pero tenía cuatro años, no pensaba mucho en el por qué o cómo de las cosas.

Poco a poco la cuerda tomó forma, primero las manos, luego el torso, las piernas y finalmente la cabeza, haciéndolo todo como si de un enorme y largo hilo vivo se tratara. La misteriosa criatura se alzó hasta que lo miro fijamente, su misma altura exacta, su misma complexión infantil y un sentimiento compartido que no podía definir, incluso con el pasar de los años.

Lo primero que sintió fue curiosidad, pero también que "él" estaba ahí con un objetivo, uno más allá de su razonamiento. Con mucho cuidado se acercó, no quería que el otro se fuera, realmente sentía que debía conocerlo. La criatura tenía la boca cubierta, pero podía sentir una sonrisa tras la extraña máscara que poseía. Antes de poder preguntar una pequeña esmeralda le fue entregada por el espíritu en su mano, sonrió ante el regalo y se dedicó a observarlo, pues no parecía que fuera a irse a ningún lado.

Su piel verde con patrones irregulares le recordaba a un melón y le agradaba mucho, aun sin saber por qué. Las horas pasaron como si fueran minutos y un frío viento le advirtió que debía ir a casa junto a una oscuridad en el horizonte que le causó miedo. El verde entonces lo envolvió lentamente, sus cuerdas cubrieron todo su cuerpo brillando con intensidad y se sintió a salvo, sabiendo en el fondo de su ser que ese aquel espíritu siempre lo protegería.

Siendo el niño pequeño que era olvidó de inmediato de avanzar a lo desconocido. Su mente, más rápida que un colibrí, se quedó fascinada. Encantado con la agradable sensación que le daba ese ser; brillante y amable, había encontrado un amigo por primera vez, y durante mucho tiempo sería el único.

Sin embargo, el conocerlo también le trajo burlas y rechazo de cualquier niño al que le contará, un grito espantado y que le encajen un rosario por parte de su nana extranjera y la cara de decepción de sus padres, que rápidamente decidieron llevarlo donde un pariente, uno al que ni siquiera recordaban en ese momento.

No habían tenido ni un poco de piedad al hacerlo, ese familiar era el más lejano y olvidado posible, tenía el trabajo del que por generaciones habían huido y no se tocaron ni un segundo el corazón al enviar a su pequeño niño junto a él. Todo con el fin de alejarlo de la vista de las personas. Estaban muy cerca de lograr salir de Japón y volverse realmente importantes como embajadores, no podían dejar todo por su hijo que exclama y repetía cosas absurdas, no podían permitirse un desliz en el fuerte y gran proyecto en el que habían trabajado tan duro.

Aun si eso significaba dejar solo a Kakyoin.

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Aburrido.

Era absurdamente aburrido ver pasar los días sin un cambio. Tal vez si estuviera aprendiendo algo, lo que sea, no se la pasaría caminando solo por los alrededores, memorizando todo lo que podía a su alrededor. Un enorme valle le impedía avanzar más allá del bosque y una montaña escarpada por el otro lado lo tenían en una trampa natural.

El heredero perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora