Haruno Brando era un niño que había crecido en un castillo, ubicado en lo profundo de un bosque tupido, muy alejado a cualquiera ciudad.
El bastión era un vestigio de lo que alguna vez fue una fortaleza, de esas que se dejaron de hacer desde que existieron los cañones, obsoleto y a penas refaccionado como para ser habitable.
En invierno la estructura de piedra traía consigo un frío brutal, ese frío que te hacía perder la fe en despertar cuando por fin caes rendido, por más que su aya y los dos sirvientes que lo cuidaban prendían la chimenea y lo cobijaban con todas las mantas posibles temblaba y encogía su cuerpo lo más que podía.
Esas tres tristes personas eran mayores, demasiado, todo por el pánico de Diego de que si contrataba alguien joven podía ser secuestrado, el castillo era una trampa mortal si no se contaba con caballos, y el único que había pisado el sitio en años también era el que Diego se llevaba y traía las pocas veces que podía ir a ver a su pequeño sobrino.
El moreno comía lo exacto, al igual que sus guardianes, y no sabía porque desde que tenía memoria tenía que vivir así.
Ya no lloraba, no podía, pues los tres ancianos lo acompañaban en su tormento y rompían en llanto cuando el lo hacía, no eran malas personas y lo último que quería era hacerlos sufrir.
Miraba por la ventana orando y rogando por qué el invierno terminé o por qué su tío vuelva, pues podría ir a buscar bayas o cualquier cosa para comer, más allá de la harina que empezaba a escasear.
Vio como los tres sirvientes dormían junto al fuego, en esa habitación que apenas servía como refugio y que hacían el mejor esfuerzo por sobrevivir en esa tormenta más larga de lo usual.
Desde el fondo de su corazón deseo poder tener algo de comer, pues a pesar de tener ocho años sabía que los cuatro que estaban ahí no sobrevivirían más que un par de días.
En medio de sus pensamientos notó que el frío se hacía más fuerte, buscó la causa y miró horrorizado que el fuego se apagaba.
Conciente de que moriría si eso llegará a pasar salió de la cama con la idea de ir a la cocina, esperando encontrar leña.
El frío a penas salió al pasillo le lastimo las mejillas y naríz haciéndolo retroceder, cerrando la puerta en búsqueda de mantener el calor.
Temeroso intento despertar a cualquiera de sus protectores, pero al tocar sus heladas manos supo que sería inútil.
"Inútil"
—Muda, muda.
Tomo las mantas que antes lo cubrían y los tapó con ellas, quedandose con una para salir y enfrentar el frío. Con todo el valor que tenía bajo el único piso que lo separaba de la tan apreciada leña que necesitaba.
Recorrió con calma el castillo, los pasillos estaban cubiertos de hielo por lo que debía dar cada paso con cuidado. Aunque era de día, la ventisca había oscurecido mucho el cielo y el viento hacía un eco fantasmal con cada paso que daba. Aún así no se detuvo hasta que vio con sus ojos verdes la puerta que daba a su objetivo
Tocar ese helado pomo le quemó la mano, pero a ese punto no sé dió cuenta, con toda la fuerza que tenía abrió la puerta a la cocina.
Una vez dentro sonrió, no era una victoria hasta que pudiera encontrar la leña, pero estaba orgulloso de si mismo.
Primero reviso en el lugar designado al lado de la estufa, en el gavetero dónde se solía guardar la leña seca e incluso en donde se guardaban los alimentos.
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El heredero perfecto
Fiksi PenggemarAño 1886 Inglaterra La familia Joestar está a la espera de nombrar un heredero. Jolyne Joestar es, quizá, la única en la línea de sucesión. Sin embargo esta no es una sucesión normal. El tiempo está en su contra, hay quienes quieren que la familia...