En el interior de una cómoda mansión en medio de la noche, a la luz de la chimenea, un singular hombre vestido con hábito y de pelo tan blanco como la espuma de mar leía una y otra vez pergaminos en lenguas pérdidas; tratando inútilmente de encontrar aquello que su maestro e inspiración alguna vez encontró.
Su único objetivo y más grande anheló era cumplir con las palabras de su amo y señor, aquel que lo había cautivado desde que lo conoció el día que su mundo se había destruido.
Todo lo atormentaba, no podía con el peso de su alma, gemia y lloraba al pensar en el infierno que le esperaba, pues por más oraciones que rezará, por más castigo y ayuno que se impusiera, no se creía merecedor de perdón.
Hasta que lo conoció a él, justo cuando más lo necesitaba.
Ese hombre rubio y etéreo le sonrió tranquilamente, de ojos capaces de inducir al más bajo de los pecados lo veía con genuino interés; con labia y voz hipnótica hablaba suavemente; con cuerpo escultural no temia exhibirlo ante nadie.
Se había topado con él en su punto más bajo, olvidando todo.
En lugar de palabras burlonas o fría indiferencia, fue consolado, entendido. Cómo si el misterioso hombre supiera exactamente lo que era desear el paraíso más que nada.
Y entonces tan rápido como llegó se fue, sin dejar rastro, nada más que una flecha dorada y que le pidió guardar siempre en su cuello, hasta que volvieran a encontrarse.
Pasaron muchas cosas luego de ese encuentro, tantas y tan desgarradoras que podrían enloquecer a cualquiera, pero era inútil pensar en el pasado.
Sin embargo la única pista de su investigación había sido destruida, y solo una memoria podría devolverle al camino que el consideraba "correcto". Una que había sido perdida en el mar.
Pero si algo sabía es que la gravedad nunca dejaría su causa, que el disco que buscaba estaba en algún lugar en las manos de alguien, por qué lo había sentido. Debía darse prisa o la valiosa información de su maestro se perdería.
Estaba en medio de una profunda meditación sobre lo siguiente que haría cuando tocaron la puerta.
—Ya llegaron sus invitados, Padre Pucci —la mucama entró agachada, con la voz trémula y triste, algo que el sacerdote notó de inmediato.
—Gracias por avisarme Miraschon, en un momento voy— una amable sonrisa calmó el pesar de la joven, marchandose con el corazón más ligero.
Piadoso, todos lo describían así, por su forma de hablar, por qué a su alrededor hasta el más vil pecador sentía que tenía salvación, aunque en realidad el no sentía empatía, veía a todos como una pieza en el tablero de su maestro, porqué el mismo se sentía una.
Guardo su investigación y fue directo con los dos inútiles que siempre pululaban por lo que fue una de las casas de Dio, no le interesaban en lo más mínimo ellos, sino el niño que estaba a su cuidado. Mientras caminaba mentalizaba ocultar su desagrado. Fingió con maestría una actitud solemne y entro a la sala de estar donde lo esperaban.
—Buena noche, agradezco su pronta presencia.
Ahí estaban, Mariah, Hol Horse y el pequeño vidente que temblaba ante su presencia, comiendo galletas y bebiendo té casi con descaro, al menos los adultos.
—Oh, Padre, perdona no esperarte, pero es lo que un sacerdote debe hacer ¿No?
La peli blanca lo miraba burlona, no le tenía ni un poco de respeto y aunque esperaba una reacción nada cambio en el sacerdote.
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El heredero perfecto
FanfictionAño 1886 Inglaterra La familia Joestar está a la espera de nombrar un heredero. Jolyne Joestar es, quizá, la única en la línea de sucesión. Sin embargo esta no es una sucesión normal. El tiempo está en su contra, hay quienes quieren que la familia...