Capítulo 24 Vente conmigo.

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—Te amo Caesar, no me hagas esto.

Sus súplicas fueron arrastradas por el viento, el ímpetu de su voz se había ido y ni siquiera podía reconocerse a sí mismo, pero era el resultado de un corazón completamente destrozado.

Fue la última vez que vio a su amado rubio, y ni siquiera pudo vislumbrar su cara. Caesar le había dado una noche de pasión como nunca tuvo ni volvería a tener, dejando atrás cualquier limitación o miedo disfrutaron del cuerpo de su compañero hasta que el sol despidió sus primeros rayos, solo para luego marcharse antes del amanecer y no volver.

Joseph se aferró a él, le suplicó hasta que su voz se quebró, le prometió desde el fondo de su corazón que sí pudieron enfrentar a los vampiros creados por el legado de los hombres del pilar y evitar el despertar de estos últimos podían enfrentar lo que sea, siempre y cuando permanecieran juntos.

Pero el de Nápoles hizo caso omiso y se fue. Dejando atrás a su maestra, a la persona que más lo amaba y a la pequeña criatura que dormía plácidamente en la recámara al lado de la habitación.

Joseph se quedó devastado, incapaz de comprender que tan malo era como para que Caesar los abandonara a él y a su hija, preguntándose si alguna vez el rubio lo amo.



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Cuando Joseph escuchó el grito de Holly se puso en guardia de inmediato.

Olvidó por completo a los dos chicos japoneses, a su bisnieta e incluso empujó a Rosas que intentaba abrir la puerta de la cocina en una frenética carrera para llegar a ella.

No podía permitir que nada le pasara a su adorada hija.

Abrió la puerta destrozando la cerradura y al no ver nada gracias a la oscuridad del lugar rápidamente iluminó el sitio con Hamon, usando sus manos como linternas en un desesperado intento de vislumbrar a su pequeña.

—¡Holly! ¡¿Dónde estás?! —Joseph miraba de un lado a otro desesperado, tenía miedo de que algo le ocurriera a Holly, desde el ataque a cargo de Wheel of fortune había procurado mantener un perfil lo más bajo posible y también tener a salvo a todos en la mansión, pero nunca había podido evitar que Holly hiciera lo que quisiera, además que con lo dulce y tranquila que era no podía imaginarse a nadie atacandola. Pero ahí estaba, con el corazón palpitando como si fuera una locomotora, pensando en lo peor al no encontrarla.

—¡Papá! —en lo más profundo de la cocina la castaña estaba en el suelo, a su alrededor había una bandeja y algunas tazas rotas, pero ella estaba intacta.

—¡¡¡Holly!!! —el mayor de los Joestar no tardó ni un segundo en llegar hasta ella— ¡¿Que te paso?! ¡¿Estás bien?!

—Si, papá. Estaba caminando y se apagó la luz.

—¡Oh! ¡Qué alivio! —a Joseph le volvió el alma al cuerpo cuando tuvo a Holly en sus brazos, estaba seguro que Holly un día le causaría un infarto.

Las luces fueron prendidas y Joseph ayudó a Holly a levantarse, para ese momento la cocina estaba llena con todos los de la mansión, mostrandose aliviados por Holly, incluso los dos jóvenes japoneses parecían felices de que estuviera bien.

—Señores, creo que debemos volver a la sala —Rosas pidió amablemente— revisaré los conductos de gas.

—Oh, gracias Rosas.

Holly como siempre ofreció una hermosa sonrisa y con ello todos se tranquilizaron. Era solo un incidente menor, no había motivo para alarmarse, pensaron.

El heredero perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora