Prólogo

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Sentado en su despacho, observó con una sonrisa, la pequeña cajita que reposaba sobre su escritorio.  

A sus 25 años y después de un largo noviazgo de 5 años, al fin iba a pedirle matrimonio a su novio Alex. 

Lo había estado pensando durante un tiempo y finalmente, animado por sus mejores amigos y su familia, había ido a comprar el anillo. 

Era una alianza simple, de plata, no muy lujosa. A Alex le gustaban la discreción y la sencillez.

Salió de la oficina más temprano de lo que acostumbraba, quería sorprenderlo con una cena romántica y hacerle la propuesta en la intimidad de su hogar, lugar que ambos compartían.

Según tenía entendido, ese día Alex trabajaría hasta las 21.00 p.m., dándole un margen de dos horas extra para preparar toda la casa como él deseaba hacerlo. 

Condujo por las calles de Westminster sin prisa, tenía tiempo de sobra, dándose el lujo de admirar las pintorescas casas y locales de los alrededores.

Cruzaba la intersección de Parkhill Road y Haverstock Hill cuando por el rabillo del ojo las vio, apoyadas contra una pared, fumando cigarros y comenzando su "jornada laboral".

Aunque, si debía ser sincero, se le hacía demasiado temprano para que las prostitutas de Chalk Farm ya estuvieran "trabajando".

A veces esas chicas le daban lastima, paradas en aquella esquina a merced del frío y la lluvia, pero era la vida que muchas escogían y poco podía hacer por ellas.

Él era un simple abogado civilista, no era su terreno.

Sin darle muchas vueltas al asunto, continuó su camino hasta Hampstead Heath, lugar donde residía.

Hampstead Heath era un vivo reflejo de la situación económica de la gente que moraba en ese lugar, casas grandes, con verdes jardines y lujosos autos aparcados fuera.

Llegó a su casa, un lujoso complejo de departamentos en Downshire Hill, eran 4 pisos con 4 penthouse por piso, amplios y luminosos, como a él le gustaban.

Aparco el auto en el garaje y subió hasta el cuarto piso. Salía del ascensor cuando se cruzó con su vecina, una señora entrada en años que siempre lo saludaba cada vez que lo veía.

—¡Louis, cariño, que sorpresa verte tan temprano! —lo saludo con una gran sonrisa. 

—¡Buenas tardes señora McLein! —le devolvió la sonrisa, cordial. 

Y estaba a punto de entrar a su departamento cuando la mujer lo detuvo.

—¡Oh! Louis, cariño, no quiero sonar descortés, pero ¿Podrían tu novio y tú hacer menos ruido la próxima vez? ¡Gracias! 

Se la quedó observando, confundido, mientras la señora McLein desaparecía dentro del ascensor. 

Haciendo memoria, Alex y él no habían estado teniendo sexo en un buen tiempo. Alex siempre llegaba muy cansado del trabajo y él lo entendía, por lo que estaban en una etapa de 'sequía'. 

Entró al departamento, y algo le llamó la atención, el bolso de Alexander estaba junto a la puerta. Su novio jamás se iba al trabajo sin su bolso de deporte y si se lo olvidaba, regresaba por él. 

De hecho, esa mañana se lo había llevado. 

Escucho ruidos provenientes de su habitación y una extraña sensación se instaló en su estómago. 

¿Sería posible que Alex hubiera regresado tan temprano del trabajo? No. Era imposible. No con sus horarios. 

Tomó el picaporte de la puerta y la abrió lentamente, arrepintiéndose al momento de hacerlo. 

Se quedó helado con lo que vio, con la mano aún sosteniendo el picaporte y la puerta abierta de par en par.  

Alex estaba en la cama, con otra persona.

Con una mujer.

Vio la expresión de pánico en el rostro de su novio, ahora ex, quien, presuroso, se quitó de encima a la despampanante rubia que rebotaba sobre sus caderas. 

—Louis.... Cariño, te juro que puedo explicarlo. 

La chica, desnuda en el medio de la habitación, los miró de hito en hito —¿Quién es él? Contesta Alex. 

Alex, parecía haber perdido la capacidad de hablar, por lo que respondió en su lugar.

—Soy su novio. 

La mujer abrió los ojos de par en par, sorprendida. 

—¡¿Eres gay?! —chilló, indignada, la bofetada que le propino resonó en toda la habitación. 

—Amanda espera... —pero la tal Amanda no le respondió. 

Furiosa y mascullando groserías, empezó a vestirse con rapidez, se detuvo un momento para mirarlo, en sus ojos se veía la pena reflejada y luego se fue del departamento, dejándolo solo con aquella rata inmunda.

—Lou, cariño, puedo explicarlo, yo...

Lo cortó en seco —Voy a salir a tomar aire y cuando regrese no te quiero ver aquí, ni a ti, ni a tus inmundas cosas.

Se dio media vuelta, saliendo del departamento, y solo se permitió llorar cuando estuvo encerrado en la intimidad de su auto.

Encendió el motor y salió del garaje, necesitaba estar lejos o si no, terminaría atropellando a ese desgraciado cuando lo viera.

Recorrió la ciudad sin rumbo fijo, y cuando regresó, después de casi dos horas de recorrer Londres, Alex ya no estaba.

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