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Con la mirada perdida en algún punto del techo, dejaba que el tipo que tenía encima se lo follara. Su cuerpo sudoroso lo aprisionaba contra el colchón, aplastándolo e impidiéndole hacer movimiento alguno. Estaba a punto de acabar, podía sentirlo, como su respiración se volvía pesada y sus movimientos más erráticos. 

Él solo deseaba que fuera rápido, que se corriera y se fuera de su departamento.

5 minutos después, que parecieron una eternidad, y con un gruñido casi animal, el tipo se corrió en el condón.

Esa era la única condición que tenía con sus clientes, siempre con preservativo, si no, no ofrecía sus 'servicios'.

El tipo, del cual no recordaba su nombre o nunca se lo había dicho, salió bruscamente de su interior, se quitó el condón, se vistió, dejo 100 libras en su mesa de noche y se fue.

Solo en el momento en que escuchó la puerta de entrada cerrarse se permitió volver a respirar.

Con las piernas temblorosas y dolorido, se levantó de la cama y se metió en el baño.

Los sábados por la noche eran así, varios hombres desfilaban por su departamento hasta la madrugada, algunos ya eran habitué, otros eran nuevos clientes, 'aventuras' de una sola noche.

Abrió la ducha, dejando que el agua fría empapara su cuerpo desnudo, observando como un fino hilillo de sangre resbalaba por entre sus piernas.

Ya estaba acostumbrado a bañarse con agua fría y a ver cómo dicho fluido cristalino arrastraba la sangre de las lastimaduras que algunos clientes le provocaban.

Salió de la ducha, tiritando ligeramente, y se envolvió en una toalla. Cuando se dirigió a su habitación, que también era la sala de estar y la cocina, se le puso la piel de gallina, por más que mantuviera todo cerrado, cada vez hacía más frío allí dentro.

Le habían cortado el gas hacía 3 meses, por falta de pago, por lo que se manejaba únicamente con un horno y un calentador de agua eléctricos.

Le era demasiado difícil pagar todas las facturas, el alquiler y la universidad, por lo que siempre tenía alguna deuda pendiente.

Su casero le había perdonado un par de veces el atrasarse con el alquiler, eso si, a cambio de una buena follada.

Alguien toco a su puerta, frunció el ceño, extrañado, el cerdo que recién se había ido, había sido su ultimo cliente, que él recordara, no esperaba a nadie más.

Se puso su bata animal print, y abrió la puerta, para su suerte, no era ningún cliente, era su vecina, Anette.

—Anette ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? ¿Los niños están bien?

Anette era una joven ugandesa-francesa, de apenas 30 años que cargaba con 3 niños de 12, 7 y 5 años.

Por lo que sabía, Anette había llegado a Londres hacía 2 años, huyendo de las garras de su violento esposo, abandonándolo en Uganda e intentando comenzar una nueva vida.

—Sí, Harry, los niños están bien, durmiendo. Vine a ver como estabas tú.

Anette conocía a la perfección su situación, sabía que se prostituía desde que lo había atendido cuando un cliente se puso violento y le dio una golpiza. De eso, hacía ya 6 meses.

—Estoy bien, no te preocupes.

Anette enarco una ceja, fijando sus oscuros ojos en sus desnudas piernas, donde aún tenía rastros de sangre.

—Hazte a un lado, voy a entrar.

En silencio, se corrió, dejando entrar a su amiga, ella observó a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que el departamento estuviera vacío y volteo a verlo.

The Corner Of Your LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora