POV JESSICA
—Tengo mucho lío, papá —dije saliendo de mi despacho—. En cuanto pueda yo te llamo, le diré a mi asistente que me mire un día para ir a casa a comer, ¿vale?
—Vale, hija, pero que no se te pase, por favor. Me apetece mucho comer contigo.
—No se me pasará, te lo prometo. Adiós, papá.
—Adiós, Jeyki, cariño.
Colgué dirigiéndome a la mesa de Olivia.
—El día que tenga libre guárdamelo para comer con mi padre.
—Libras dentro de cuatro. ¿Lo reservo igualmente?
—Sí, claro.
—¿Para dos?
—Para tres.
Samanta para ese día ya tenía que estar conmigo y no admitiría que nadie me dijera otra cosa.
Me dirigí a la sala dónde todos trabajan a un alto rendimiento; Jaime estaba allí, intentando coordinar algo, dando órdenes; siendo consciente que o encontrábamos algo ya o a mí me daría algo... Y lo quería evitar a toda costa. Les había prometido un beneficio considerable de dinero cuando encontraran a Samanta; probablemente por eso, pese a las horas que llevaban sin descansar, ninguno se quejó ni pidió un tiempo.
—Tenemos algo —dijo Memo que acababa de hablar con uno de los agentes—. Las marcas de neumático del suelo son todavía de fábrica, tienen una antigüedad de menos de cinco años. La marca pertenece a un Seat León de cuatro puertas, tamaño medio.
—Quiero una lista de todos los que se hayan vendido en ese período y otra de los que se hayan denunciado en robos. Si ha sido robado quiero el lugar y que lo inspeccionéis de arriba abajo. Comprobad si alguno tiene relación con Mateo.
—De acuerdo.
Memo tuvo toda la intención de darle la orden al mismo que había hablado con la científica de las marcas del coche; sin embargo, otro de ellos, justo al otro extremo, colgó un teléfono sorprendiéndonos a todos, se puso de pie y me miró mientras leía un papel.
—Mateo ha sido visto en la Calle Francisco de Asís caminando hacia el Parque Central.
—¡Poned una patrulla ya!
Lo grité saliendo corriendo a mi despacho para coger la placa, la pistola y la chaqueta. Memo hizo lo mismo, Jaime sacó su teléfono para hacerlo y los agentes siguieron trabajando; ese último con la orden de mantenernos informados de todos los movimientos de Mateo; además de, simultáneamente, empezar a conseguir las listas que había pedido de los Seat León.
Nosotros bajamos al garaje, mi coche, en perfecto estado, preparado para lo que hice; derrapar y acelerar cuando Memo no había cerrado ni la puerta. Según los cálculos que hice en lo que salí de la central; tardaba menos de diez minutos en llegar donde habían visto a Mateo, ignorando el tráfico; pues la sirena ya estaba encendida, quizás lograba llegar un poco antes. Memo ya estaba en contacto con el agente que había dado con su paradero; sus últimas instrucciones eran que había cruzado el parque y se dirigía a la Calle Antonio Hernández.
Justo cinco minutos después, en cuanto crucé esa calle dejando el parque atrás; quité la sirena y aminoré considerablemente la velocidad. Lo mejor era que no nos viera venir. Si mis deducciones no iban mal encaminadas, Mateo estaba acostumbrado a esquivar a la policía, y como que me llamaba Jessica Jenkins que no se me escaparía.
—Ahí, ahí, ahí.
El aviso de Memo, sumado de su dedo índice que me señalaba el lugar; divisé enseguida a Mateo, con una bolsa de plástico andando en la misma dirección en la que íbamos nosotros. Simplemente aceleré un poco, giré a la derecha justo antes de que él cruzara por el paso de peatones. Frené cuando Memo abría la puerta; pues fue en cuestión de dos segundos que, él salió, yo activé la sirena para que nadie se llevara ese coche y justo cuando comprobaba que mi pistola estaba dónde y cómo debía; Mateo tiró la bolsa en el suelo y salió corriendo por la dirección contraria a la que había llegado yo.
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Miradas de celos.
Fiction généraleJessica Jenkins, ascendida ahora la inspectora jefe del todo el cuerpo nacional de policía; deberá enfrentarse a uno de sus mayores miedos. ¿Bastará la compañía y el amor de Samanta, su esposa, para que todo vuelva a la normalidad? Esta cuarta entre...