No está.

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Me llevó a casa, según el necesitaba descansar y desconectar; ingenuo Jaime si pensaba que de verdad lo haría. No me opuse, hubiese sido montar un espectáculo con ocho guardias metiéndome en el coche del jefe; así que simplemente me dejé llevar por mi amigo.

Tal cual llegué, me duché y me metí en la cama para dormir un rato; e imaginé que, presa del cansancio, caí.

Mi gran amigo no se movió de allí, le dejé en el sofá mirando algo en su móvil y cuando desperté, estaba haciendo un poco de comida. Miré el reloj, casi las nueve de la noche del segundo día; íbamos a entrar en el tercero sin noticias de Samanta y no me di cuenta de la gravedad de eso, hasta que abrí los ojos y me senté en la cama.

—Qué bien que ya estás despierta, he hecho la cena. Cuando te lo termines todo, volvemos a la comisaría.

—¿Hay novedades?

—Siguen interrogando a Mateo, cotejando las listas de los coches y los casos de Sammy —contestó dándome un plato de comida—. En cuanto al nuevo caso, es una víctima solitaria; no tiene familia ni nada. Aparentemente ha sido al azar.

—Entonces sencillamente la querían allí en ese momento. —Mi amigo asintió sentándose a mi lado en la cama—. ¿Y si es por mí?

—Eso también lo he pensado yo. Sea por lo que sea, lo sabremos. Ahora, come.

Pero no comí, dejé el plato en la mesilla consiguiendo la mirada enfurecida de mi amigo; yo suspiré, me tapé el rostro y pronuncié lo que más miedo me daba.

—¿Y si no la encuentro, Jaime?

—Eh... Jess, claro que lo harás.

—No tenemos nada —susurré empezando a llorar sin quererlo—. Estamos como el primer día, persiguiendo sombras, sin nada sólido. Esos tipos se la han llevado hace dos días y no tengo nada... —Me dejé caer sobre su hombro cuando él me abrazaba—. Años de una carrera impecable para que ahora no pueda encontrar a mi mujer.

—Lo harás, yo no tengo la menor duda.

—Pues deberías. No me voy a rendir pero... A cada minuto que pasa sin saber nada de ella, sin saber dónde está o cómo, me apaga más.

—Mírame —susurró agarrándome las manos—. Eres Jessica Jenkins, y Samanta lo sabe de sobra. Esté dónde esté, sabe que estás haciendo lo imposible por encontrarla y que lo harás. Como tú misma me dijiste ayer, esos no saben con quién se han metido —repitió mis palabras colocando su mano sobre mi cuello—. Haz lo que mejor sabes hacer, Jess.

Eso no era suficiente; le agradecía sus palabras, pero en ese momento de vulnerabilidad, en mi casa, donde horas atrás había despertado con ella, dónde había ignorado la reunión con Jaime por quedarme con ella... No era suficiente. Por eso, quizás, negué llorando todavía más; rompiéndome de miedo, no lo soportaba, la idea de no tenerla, de perderla y no poder encontrarla.

Jaime me abrazó, acercándose todo lo que pudo a mí; permitiéndome romperme junto a él, dejando fuera la coraza que envolvía a la inspectora jefe Jenkins, dejándome ser solo Jessica, una mujer que estaba perdiendo a su esposa poco a poco.

—Yo no tengo ninguna duda, Jessica, darás con ella.

—Me da miedo no hacerlo, Jaime.

—Lo sé —dijo él limpiándome las lágrimas—. Sammy confía ciegamente en ti y yo también. Si ella estuviera aquí te diría lo mismo que te estoy diciendo yo: date una ducha, come y vuelve a la central. Míralo todo con otros ojos, con unos nuevos. Desde el principio.

Era lo que tenía que hacer, lo que haría si ese caso fuera uno rutinario para mí; uno cualquiera si mi mujer no fuera la protagonista más dolorosa que había tenido jamás.

Miradas de celos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora