Bicho.

1.1K 120 11
                                    

POV JESSICA

—Estás más guapa de lo normal —dijo Samanta contra mis labios cuando la puerta del ascensor se cerraba—. Es hasta molesto a veces.

—¿Que sea guapa?

—Sí...

—Ahora me entero de que te molesta.

—Solo me molesta que lo seas y no poder expresar hasta qué punto lo eres.

Negué sonriendo, justo un segundo antes de que ella se abalanzara sobre mis labios besándome finalmente.

Veníamos de comer, había dejado al equipo trabajando; pues ellos habían bajado anteriormente. Eran alrededor de las cinco de la tarde, algo tarde quizás, pero yo no tenía prisa y Samanta muchísimo menos. Ella hacía lo que mismo que yo e iba dónde iba yo.

—Tenías que haberme hecho caso a lo del ajo —protesté.

—Ahora me acompañas a lavarme los dientes, quejica.

Sonreí besándola otra vez. No quería hacer nada más que eso, asegurarme de que mi vida volvía poco a poco a la normalidad.

Sin embargo, eso no iba a ser del todo cierto; puesto que, en cuanto el ascensor llegó a mi planta y las puertas procedían a abrirse, cuando no nos había dado tiempo a separarnos; Memo nos interrumpió abruptamente.

—Perdón, de verdad, perdón —repitió consiguiendo una risa por parte de Samanta—. Les tenemos.

—¿Les tenemos? —pregunté incorporándome.

—Sí. Ya he mandado un equipo de asalto, te estaba esperando porque me imaginé que querrías ir.

Asentí agarrando la mano de Samanta, directa a mi despacho para asegurarme que ella se quedaba dónde yo quería.

—Voy, los arresto y vengo; ¿de acuerdo?

—Vale. Cerraré la puerta y te esperaré, sin moverme.

—Eso es —susurré besándola—. Ten cuidado.

—Tenlo tú, por favor.

Asentí dándole otro beso, para después, sin pensármelo dos veces; salir corriendo del despacho.

Memo me puso en situación en cuanto arranqué. Habían dado con ellos gracias a unas cámaras que había en una plaza, siguieron sus miguitas de pan hasta dar, finalmente, con un bloque de pisos. Una llamada a una vecina corroboró que vivían allí. Unos vecinos muy tranquilos, aunque algo ausentes.

Un quinto sin ascensor, aparentemente sin escapatoria alguna; mucho menos cuando divisé al equipo de asalto. Diez policías preparados con el equipo entero, esperando mi órdenes. Salimos del coche, nos pusimos el chaleco antibalas y preparamos las armas; solo tuve que asentir con la cabeza para que todo se pusiera en funcionamiento.

Subimos a hurtadillas por las escaleras, girando a la derecha hasta ponernos frente a la puerta de madera con un B en la parte de arriba. Volví a darles permiso con la cabeza, y dos de los agentes dieron una patada tirando la puerta abajo.

—¡POLICÍA!

Los divisé enseguida, uno en un sofá y el otro en la cocina junto a la nevera. Clavé mi vista en el que tenía delante, sentado, mirándonos y con cierto pánico. En cuestión de dos segundos los tendríamos a todos; pero nada más lejos de la realidad, todo se estropeó en esos dos escasos segundos.

Fui a detener al primer sospechoso, cuando el sonido de un disparo nos sobresaltó a todos. El que estaba al lado de la nevera se había sacado el arma de su espalda, enganchada al pantalón, me había apuntado y su bala ya estaba clavada en mi brazo. Todo calculado al mismo tiempo que el otro, se levantaba y salía corriendo hacia la ventana.

Miradas de celos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora