POV SAMANTA
Ahí estaba ella en cuanto entré. Sentada en el sofá, con el portátil sobre sus muslos, comiéndose a mordiscos la barra de fuet. Puede que al principio, la imagen de mi mujer corriendo como una loca y esposando a lo peorcito del país, pudiera sobre cualquier otra. Pero en ese momento, cuando la veía de esa manera, con la ropa de estar por casa, despeinada y completamente despreocupada de su posición y estatus; era lo que más me gustaba.
Porque eso, solo lo tenía yo.
—Hola. Qué pronto has vuelto.
—Le dije a Jaime que lo terminaría en casa, así estaba contigo —contestó tragando el fuet que previamente había masticado—. ¿Qué tal esas compras?
—Bien, ¡mira lo que he comprado!
Saqué de la bolsa de papel lo que había encargado días atrás. Un conjunto blanco y azul, de unos 20 meses aproximadamente, en cuyo frontal había bordado las palabras: "mini Jess".
—¿Qué es esto? —preguntó sonriendo mientras dejaba el fuet en una bandeja y cogía la ropa entre sus manos—. ¿Mini Jess?
—Sí —respondí sacando todo lo demás—. No me he podido resistir.
—Amor, quedan meses para que el proceso de adopción termine.
—Por eso tengo meses para llenar esta casa con juguetes, ropa y cosas.
Me miró sin borrar la sonrisa, no podía y yo lo sabía; porque la nueva fantasía de Jessica era verme de madre y todo lo que eso abarcaba, como por ejemplo, que me convirtiera en una loca obsesiva por las cosas de bebés.
—¿Te gusta?
—Me encanta. —Asintió mirando el conjunto—. Cómo no me va a gustar.
—El día que lo tengamos, se lo pondré, es lo primero que debe llevar puesto —dije dándole un beso en la mejilla mientras se lo quitaba de las manos—. Tiene que presumir de madre.
—De madres.
—No, de madre.
Negó con la cabeza, regresando a la pantalla del ordenador, aunque esa vez sin fuet. Yo doblé todo lo que había comprado y lo metí en la caja en la que empezábamos a guardar todo para cuando el momento llegara.
—¿Puedes venir un momento? —preguntó—. Tengo que comentarte una cosa.
Su tono cambió, y no dudé ni por un segundo que tenía relación con lo que sea que estuviera viendo en el ordenador, es decir, trabajo.
Me senté a su lado, cuando ella dejaba el ordenador en la mesa, dejándome verlo. Un archivo policial, seguramente confidencial, de esos que yo veía y leía por ser la esposa de quién era.
—Es el jefe de una banda de narcotráfico —explicó señalando la foto de un señor calvo pero con bigote—. Llevamos años detrás de ellos. Importan la droga, generalmente cocaína, desde el norte y lo exportan a unos quince países... Que sepamos. —Entonces le dio a una tecla—. Es el agente Jaén, lleva infiltrado al menos tres años, y sorprendentemente no se ha pasado al lado oscuro. De hecho, su trabajo ha sido muy eficiente todo este tiempo. Jaime está planteándose ascenderle después de otorgarle la medalla al mérito.
—¿Por qué me cuentas todo eso?
—Dentro de dos semanas es la redada final —dijo dándole otra vez a la tecla, mostrándome una casa enorme—. Ahí es donde mueven absolutamente todo, el eje central de toda la red.
—¿Creéis que todo está ahí?
—Creemos no, lo está. Ahora dime, ¿qué ves en la casa?
—Que es grande, tienen dinero —dije mirando detenidamente la imagen hasta que me di cuenta—. Y está en medio de la nada. —La miré—. ¿Qué me estás pidiendo exactamente?
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Miradas de celos.
General FictionJessica Jenkins, ascendida ahora la inspectora jefe del todo el cuerpo nacional de policía; deberá enfrentarse a uno de sus mayores miedos. ¿Bastará la compañía y el amor de Samanta, su esposa, para que todo vuelva a la normalidad? Esta cuarta entre...