POV SAMANTA
—Jefa —dijo Olivia sobresaltándonos a las dos—. El señor director les está esperando en su despacho.
—¿A las dos? —pregunté.
La secretaria de mi mujer asintió al mismo tiempo que Jessica suspiraba, probablemente porque ella ya sabía para qué nos quería.
El despacho de Jaime estaba justo frente al de mi esposa, ligeramente más grande aunque también más caótico. Lo estructurada que Jessica era para llevar todo su papeleo, estaba lejos de ser una característica propia del jefazo.
Nos estaba esperando, sentado en su gran silla; aunque en cuanto entramos, se levantó pidiéndonos que cerráramos la puerta.
—Me encantaría que me explicarais por qué mi detenido tiene fracturado un dedo y una brecha del tamaño de mi mano en la cabeza.
—Se habrá caído —dijo Jessica con total indiferencia.
—En una celda de veinte metro cuadrados y esposado, ¿no? —Lo único que consiguió fue que Jessica se encogiera de hombros con indiferencia—. Jessica estoy al límite contigo, no puedo pasarte otra cosa más.
—¿Se supone que alguien te va a reclamar mi actitud?
—Sabes de sobra que no, pero también sabes que si te dejo hacer lo que quieres, otros de abajo vendrán a reclamarme el mismo trato.
—¿Y no sé supone que eres el jefe para que les digas lo que tienen o no tienen que hacer?
—Sí, y por eso te lo estoy diciendo a ti. No puedes saltarte lo que te venga en gana solo porque ocupes un puesto por encima de cualquiera. Tienes una placa y un nombramiento que defender, la gente tiene unos derechos que no puedes olvidar por mucho que quieras recuperar a tu mujer. La gente confía en ti y el cuerpo aún más, no puedes hacer eso. Y te guste o no, es una orden.
Jamás había visto a Jaime tan enfadado con Jessica, pero es que ella no se inmutaba en absoluto.
—¿Te ha quedado claro?
—¿Has terminado?
—Jessica...
—No, Jessica, no. Me importa una puta mierda la placa, Jaime; me da absolutamente igual los derechos de esos hijos de puta...
—Te estoy pasando muchas cosas por lo que nos une —dijo él interrumpiéndola—. Pero todo tiene un límite. Si un agente viene contándome los gritos de dolor que escucha de Mateo, tengo que abrirte un expediente.
—¿Quieres abrirme un expediente?
—Es lo que me estás obligando a hacer.
—Yo se lo pedí —sentencié subiendo un poco el tono de voz—. Y perdóname, Jaime; pero es que me gustaría poder avanzar con todo esto sin tener que mirar a todos lados cada minuto.
—Y lo entiendo, Sammy; pero no podéis hacer lo que habéis hecho. Hay normas, protocolos... —Miró otra vez a Jessica, que se mantenía de brazos cruzados—. Una puta placa y un puesto que no te puedes soltar como lo has hecho.
—¿Pretendes hacer que me crea que si tu mujer no desparece no hubieses hecho lo mismo? —Entonces mi mujer se encaró con su mejor amigo—. Sabes de sobra que me mandarías a hacer lo mismo que he hecho.
—Eso no es cierto, Jessica. Jamás te obligaría a hacer esa burrada.
—¿No? —Emitió una carcajada separándose y dando un pequeño paseo por el despacho del alto cargo del cuerpo—. El caso de Los Alcázar, el de la mafia del norte, el de los narcos, el caso Jaén, el de Kiko Cortés, el de Tarrassa, el de Juanjo... ¿Quieres que siga?

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Miradas de celos.
General FictionJessica Jenkins, ascendida ahora la inspectora jefe del todo el cuerpo nacional de policía; deberá enfrentarse a uno de sus mayores miedos. ¿Bastará la compañía y el amor de Samanta, su esposa, para que todo vuelva a la normalidad? Esta cuarta entre...