Desesperación.

1K 113 16
                                    

Memo me dio la ficha de Mateo, más de cinco hojas de expediente, todo por hurtos y peleas callejeras sin importancia. El detenido estaba en la habitación de los interrogatorios de la central. Un habitáculo pequeño, únicamente con una lámpara redonda que alumbraba la mesa central, dos sillas y una de ellas ocupada. Esposado a la mesa por pies y manos, se mantenía tranquilo; mucho más de lo que a mí me gustaba verles ahí. Todavía con las heridas recientes, era como si su única preocupación fuera no dormirse debido a los calmantes que le habían dado.

—La única relación que tenemos son las huellas en el coche de Sammy y las imágenes del vídeo en el momento del secuestro.

—Suficiente para encerrarle una buena temporada.

—Sí, pero no vas ser tú.

Ese era Jaime a nuestra espalda, de brazos cruzados; sin americana, pero con un traje que se había puesto nuevo, tras ir a su casa a ver a su mujer y ducharse.

—Estás de coña, ¿no?

—No —respondió completamente serio—. Va a ser Memo.

—Jaime.

—No, Jessica. Estás demasiado involucrada y vas con tu mujer primero antes que con las pruebas.

—¿Y cómo cojones quieres que vaya?

—Haciendo una detención como debes, llevando un equipo como debes y haciendo el interrogatorio como debes.

—Voy a entrar yo.

—No. Y es una orden; así que no me hagas retirarte de esto porque sería peor y sabes que soy capaz.

—¿Quieres retirarme del caso? —pregunté encarándome con él.

—Haz lo que debes —dijo completamente tranquilo—. Y cómo debes.

En cuánto derribé a Mateo debí quitarle la pistola y ponerle las esposas; desde luego que lo último que debí hacer fue pegarle a diestro y siniestro. Si yo entraba en ese interrogatorio, acabaría perdiendo los papeles porque, como había dicho Jaime, yo no pensaba como debía. En mi cabeza solo estaba Samanta y eso era lo que debía evitar.

—Está bien —asumí dándole los papeles a Memo.

Me senté nuevamente en la mesa, mirando fijamente a Mateo; esperando que empezara, pero, sobre todo, que acabara de una vez esa pesadilla. Memo se preparó; para él tampoco era fácil, sabía lo que había en juego, y lo mucho que yo podía enfadarme si la cagaba. Aunque Memo, en ese instante, era el menor de mis problemas.

—Buenas tardes, Mateo. ¿Le han leído sus derechos?

El detenido asintió con la cabeza, sentándose mejor en la mesa y entrelazando sus manos.

—Bien. Intentaré ser rápido para que usted pueda salir de aquí y yo pueda dormir de una vez —dijo Memo sacando una foto de mi mujer—. ¿Dónde está?

Sin embargo, cómo ya había previsto anteriormente, Mateo no dijo nada.

—Le voy a ser completamente sincero. De momento solo nos interesa esta mujer, si nos dice dónde está, usted saldrá por la misma puerta que ha entrado y sin esposas.

Mateo solo sonrió, no se lo creía; pero era completamente cierto. Claro que, que no le detuviéramos en ese momento, no significaba que más tarde.

—No va a servir esto, Jaime.

—Hasta que se canse.

—No lo va a conseguir... No así.

Dejé a Jaime solo y de pie derecho, de fondo la voz de Memo insistir en un trato absurdo; Mateo no era idiota, y con ese método lo único que conseguiríamos era evidenciar lo perdidos que estábamos con aquel caso.

Miradas de celos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora