Mi mujer.

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POV JESSICA

Tenía en mi mesa el informe final del caso de Samanta, punto por punto redactado gracias a un gran amigo de Memo que escribía ochenta palabras por segundo. Las pruebas en el ordenador de Olivia habían sido claves. Se había pasado meses y meses copiando mi manera de trabajar, tan meticulosa, tan perfeccionista; y sin embargo, se había olvidado lo más esencial, borrar todas las pruebas.

Los pasos a seguir de la policía ante un secuestro, había seguido miles de casos para que no se le pasara nada por alto; como si ir contra mí, para ella, fuera un juego de niños.

Solo tuvo que ir a la sala de pruebas perdidas para coger un móvil cualquiera, averiguar de quién era y activarlo nuevamente. Y por supuesto que Olivia podía hacer eso porque yo le había dado potestad para hacer cualquier cosa a mi nombre. Era mi asistente y, como tal, yo quería rapidez.

Las fotos en su ordenador eran la puntilla para encontrar el motivo por el que había secuestrado a mi mujer. Nuestros encuentros en mi despacho estaban fotografiados, grabados o capturados en su pantalla; de alguna manera. ¿Por qué? Por la misma razón por la que había organizado todo aquello: por ella misma.

Al final yo llevaba razón, no era por mí, pero es que tampoco lo era por Samanta. Olivia se había obsesionado tanto conmigo, que la única manera de solucionarlo fue quitarse de en medio a mi esposa.

Contratar a un grupo de sicarios a sueldo para ello. Todo estaba bien, sus planes iban a la perfección de no ser por un pequeño inconveniente: yo misma. Deduje que la falta de pago de Olivia a sus hombres era por la sencilla razón de que no hubo ningún acercamiento conmigo. Intentó besarme y para nada fue correspondido.

Su plan se estaba yendo a la mierda.

No había hablado con ella, todavía; porque yo quería hacerlo, aunque ni Jaime ni Memo ni Samanta me dejaban. Tampoco les juzgaba, no confiaba en que se me fuese la cabeza y la ahorcara como estuve a punto de hacer en nuestro paseo.

De todos esos pensamientos me sacaron los nudillos de alguien llamando a la puerta, esperé hasta que vi a mi nueva asistente. Una mujer de cincuenta años, treinta de recepcionista en una clínica dental y recientemente en paro. Una amiga de confianza de la mujer de Jaime. Ya no buscaba rapidez y eficacia, buscaba a alguien... En quién confiar.

—El coche acaba de recoger a su esposa, en unos quince minutos estará aquí.

—Gracias, Victoria.

Ella cerró la puerta y yo me levanté, cruzándome de brazos, directa a la ventana por la que miraba toda la calle. Quince minutos para que Samanta llegara y se tirara todo el día en mi despacho; su alta médica estaría en cuestión de días, y ella quería volver al trabajo. Apenas tenía secuelas de nada, no lograba comprender de qué manera, pensar en mí y estando a su lado, había supuesto una clara mejoría en su estado.

Samanta estaba bien... Samanta estaba muchísimo mejor que yo.

Trece minutos y no me lo pensé más. Salí de mi despacho ignorando a mi nueva secretaria, mirando de reojo el despacho de Jaime; vacío, y bajé. El mismo recorrido que llevaba haciendo innumerables veces esos días; solo que en vez de girar a la izquierda, fueron dos veces la derecha hasta llegar a la sala cuarenta y dos. Tomé aire, metí el código y entré.

Olivia estaba sentada en la cama, de brazos cruzados y con las esposas; visiblemente cansada y con los rastros de mis manos sobre su cuello. Me quedé apoyada en la puerta, mirándola fijamente y apretando mi mandíbula con las mismas ganas que tenía de acabar con todo eso. Ella se levantó, tensándose visiblemente, quizás recordando que estuve a un segundo de quitarle la vida.

Miradas de celos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora