Cansada.

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POV SAMANTA

Abrí los ojos con calma, como no lo hacía desde que empezó todo eso. Sentí mi pijama, la sábana de mi cama y vi cómo la poca luz que la persiana dejaba entrar, empezaba a iluminar la casa. Suspiré sintiendo esa paz que en esos días tanto había añorado, todo estaba dónde y cómo yo quería; mucho más lo sentí cuando el brazo de Jessica me rodeó hasta llegar a mi pecho, su cuerpo pegado al mío y ella intentando espantarme todos los males.

—Estaba oscuro —susurré sabiendo que hablar de ello era buena idea, sobre todo cuando era mi mujer la encargada de llevar el caso—. Solo tenían una luz que alumbraba el colchón dónde yo estaba. Cuando me desperté ya tenía el chándal al lado y juraría que por el hambre que tenía, era por la tarde del mismo día. Intenté negarme, pero entre que ellos no entraban y que no me quedaba otra salida; al final me cambié. Y nada más hacerlo, entraron encapuchados, me agarraron y volvieron a echarme lo que me dejaba inconsciente.

—Cloroformo —dijo ella por mi espalda, atenta a todo lo que yo decía.

—¿Cómo lo sabes?

—Encontramos restos en tu coche.

—La siguiente vez que desperté, estaba igual pero supe que era otro sitio porque hacía más frío. —Me encogí de hombros sintiendo cada una de esas sensaciones—. Y... Ojalá pudiera contarte algo más, pero no pasó nada; es como si me hubieran abandonado. No comía, dormía cuando podía, hasta que se me empezó a ir la cabeza. Me dolía el estómago, el esófago... Todo. Iba por momentos, a veces pensaba en ti, otras en mi madre... Pero sobre todo en ti. En la gasolinera tuve un momento de lucidez, uno de los pocos que me quedaba debido a la falta de comida y agua, y por ti, supe que tenía que salir de allí.

—¿Te acuerdas de todo?

—De esos momentos sí, recuerdo caer del coche, mearme encima, vomitar... Y a ti —susurré cerrando los ojos rememorando el momento—. Supe que habrías puesto el país patas arriba y yo tampoco podía rendirme.

Y verdaderamente era así, no dudé, ni por un segundo que, en el momento en el que se hubiera enterado; su prodigiosa inteligencia, se había puesto a trabajar.

Me moví en la cama hacia ella, admirando enseguida sus ojos, su rostro y su apabullante belleza. Volví a cerrarlos, oliéndola, ese olor que tanto había divagado mi mente estando encerrada, soñando que en verdad la tenía al lado. Me acarició con delicadeza el rostro, apartándome el pelo que caía por delante; con esa manera que tenía Jessica de cuidarme, única para cualquiera. Agarré su mano, notando con mi pulgar las pequeñas heridas que tenía en los nudillos; y no dudé, ni por un segundo, que era de los golpes que le había dado a Mateo, el único arrestado que tenía por el momento.

Abrí mis ojos, encontrándome con los suyos, tan oscuros y profundos, tan fríos... Solo entonces me di cuenta que la mirada de mi esposa no cambiaría hasta que no diese con cada uno de los que me habían secuestrado. Jessica no pararía. Por eso acaricié su mejilla, sosteniendo su mirada con la mía; esos ojos que definían a la perfección su personalidad.

—No estés así —susurré sintiendo esa frialdad—. Sé que los vas a encontrar y me dan hasta cierta pena pensar en lo que les vas a hacer... Pero no estés así conmigo.

—¿Así cómo?

—Con tu hermetismo laboral —contesté dejándome caer sobre ella—. Estoy contigo y no me pienso mover de tu lado porque, ahora mismo, es donde mejor me siento.

Sus poderosos y firmes brazos me rodearon todo el cuerpo, parecía como si fuera capaz de darme tres vueltas con ellos; y yo, que agarré sus mejillas, la besé como había querido hacer esos días, como ella necesitaba. Mi lengua se juntó con la suya, mis labios se fundieron con los suyos y todo lo que habíamos construido las dos, estaba emanando en ese instante.

Miradas de celos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora