Niña loca

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Rixon no habla, las palabras se quedan atascadas en su garganta. negándose a salir, un "no te vayas" se pierde a medio camino.

-Me voy. -dice Edward, serio e impasible, como si hablase del tiempo, como si no estuviese abandonando a su hermano de 11 años, como si no lo estuviese dejando solo.

Edward vuelve a abrir la boca, como si fuese a decir algo importante, pero lo piensa mejor y la vuelve a cerrar.

Rixon jamás sabrá lo que podría haberle dicho.

Rixon siempre se quedará con la duda de que habría pasado si no se hubiese ido.

Rixon seguramente no volverá a ver a su hermano.

Rixon llorará por las noches durante mucho tiempo, pero lo superará.

Porque Rixon siempre lo supera, ya está acostumbrado. 

Su hermano finalmente se da la vuelta, con tan solo una pequeña mochila al hombro. Rixon no entiende como puede haber metido toda su vida en esa simple mochila, pequeña y vieja. 

¿Llevará algo para recordarlo? Posiblemente no.

Aprieta sus manos en fuertes puños, intentando controlar las lágrimas que luchan por salir. mientras, Edward, su única familia, sigue caminando, sin darse ni una sola vuelta para mirarlo por última vez.

Cuando la figura de su hermano se aleja y difumina, cuando está seguro de que no volverá y no lo verá, solo entonces, Rixon se permite llorar.

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Pocas veces en su vida Rixon ha estado realmente nervioso. Se podría decir que tiene nervios de acero, pero ahora, mientras observa como Laia duerme en una camilla, mientras espera que se despierte, siente como el estómago se le hace un nudo.

La observa con cuidado, fijándose en todos los detalles en los que siempre se fija, como en la forma en la que sus labios se acentúan en una leve sonrisa, pero a la vez frunce entrecejo entre sueños.

Suspira y se pasa las manos por los ojos, apenas ha dormido pensado en que le dirá a Laia, está claro que lo de no decirle las cosas no funciona pero sigue sin verse preparado para contarle la verdad.

Vuelve a mirarla, su piel igual de pálida que el día en que la conoció.

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-Me llamo Laia. -una voz, aguda y tímida, llamó la atención de Rixon, que dejó su coche de juguete para mirar a la niña que tenía enfrente de él. 

Rixon se quedó mirándola en silencio. Tenía el pelo negro y largo, unos ojos azulísimos y una piel extremadamente pálida, parecida a la nieve.

La niña frunció el ceño.

-Deberías decir tu nombre, como yo lo he hecho. -había cierto tono de regaño en su voz, lo que hizo que Rixon frunciera el ceño, ¿quién se creía esa niña para regañarlo?

-¿Y si no quiero decirte mi nombre? -el mismo Rixon sabía que eso no tenía sentido, pero solo quería molestar a esa niñita y hacerle saber que él no se dejaba mangonear. 

-¿Por qué no habrías de querer hacerlo? -la molestia evidente en su voz, para disfrute de Rixon.

-Porque eres una niña tonta. -respondió Rixon con simpleza, volviendo a centrarse en su juguete e ignorando a la niña. 

-¡Oye! ¡Tonto serás tú! -Rixon hizo oídos sordos y siguió jugando- ¡No pases de mí, niñato! -chilló la niña, antes de lanzársele encima y empezar a darle, o intentar darle, cachetadas intercaladas con arañazos.

-¡¿Pero qué haces, loca?! -chilló el niño, entre sorprendido y enfadado -¡¡Quita de encima, bicho!!

-¡¡Bicho serás tú!! -chilló ella, mientras él intentaba sacársela de encima.

-¡¡Ayuda!! ¡Está loca!! ¡¡¡Loca!!! ¡¡¡Va a matarme!!! -empezó a gritar él, en busca de auxilio. Pero nadie le hacía caso, las madres que estaban en el parque estaban demasiado ocupadas hablando entre sí, como para darse cuenta de que una niña le estaba dando la paliza de su vida.

Al final, una madre, la de Laia al parecer, se percató de lo que estaba pasando y se decidió a intervinir para parar la pelea.

-Pídele disculpas, Laia. -le ordenó su madre, dándole un leve empujón.

-Perdón. -gruñó entre dientes la niña, mirando mal a Rixon que tenía marcadas sus uñas en la mejilla.

-Niña loca. -gruñó a su vez él.

-¿Dónde están tus padres? -preguntó la mujer, viendo que nadie venía a ver que pasaba,

Rixon apretó los dientes con fuerza y miró hacia otro lado.

-No tengo. -dijo con furia contenida.

La niña lo miró con nuevos ojos, su cara se relajó y dijo:

-No pasa nada, yo no tengo padre.

Rixon la miraría algo sorprendido, ella le sonreiría antes de irse, prometiendo volver al día siguiente, él la llamaría "niña loca" pero al día siguiente, estaría allí, esperándola y ella llegaría y nunca le fallaría.

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Un suspiro se escapó de los labios de Rixon.

-Te quiero tanto. -murmuró mirándola con ojos tristes, ella sin percartarse de nada, se removió entre sueños. 

¿Vampiros? ¿Y qué más? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora