La cura.

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Edgar tosió con fuerza, haciendo sobresaltar al Biteli que lo acompañaba, que en seguida se apresuró a ir a su lado.

El joven Biteli vio con horror como la sangre brotaba de la boca de su amo, eso, claramente, no era algo bueno.

-Señor...-dijo el Biteli sin saber como actuar.

-Tráeme paños o algo, Jackson. -ordenó Edgar sin despegar su mirada de la sangre que manchaba su, hasta ese momento, impoluta moqueta.

-En seguida, señor. -dijo Jacson con sumisión y fue a buscar lo que le había pedido, en algún tiempo se habría negado  a hacer lo que le pedían, habría maldecido y gritado, habría intentado huír...Pero ya sabía como acabaría, siempre lo pillaban, siempre lo volvían a atrapar y lo torturaban, entrenándolo para ser un fiel sirviente, sumiso y callado.

Al menos, durante un tiempo, debía mantener un perfil bajo, tenía que conseguir que quitasen sus miradas de él y entonces podría escapar y esta vez no fallaría, volvería a casa...y se vengaría de los estúpidos vampiros.

Mientras, el rey Edgar se había tumbado en su cama, ajeno por completo a los pensamientos de Jackson. En esos momentos, le preocupaba más no poder aguantar lo suficiente, no ser capaz de seguir vivo hasta que encontrasen a Laia y la trajesen al reino, debía asegurarse de que sería una buena reina.

Pero también tenía que asegurarse de que su estirpe siguiera viva, no podía permitir que le pasara algo a esa chica, Ícaro y ella eran los últimos Miracles. Y teneindo en cuenta el poco interés que mostraba Ícaro por el reino o por cualquier cosa, el futuro de la familia quedaba en manos de una chica a la que ni siquiera conocía.

Suspiró con cansancio. Si hubiese tenido hijos con su amada Nicole no tendría tantos problemas, tendría algún heredero digno de la corona, alguien a quien él mismo hubiese instruido y educado...alguien como Elijah.

Él habría sido un perfecto gobernante, por desgracia, por sus venas no corrían la sangre de los Miracles. La única opción para que reinase sería que se desposase con Laia, pero eso no podría ser, si la bruja con la que había tratado no le había mentido, Laia tendría que establecer lazos con los vampiros europeos, con los cuales llevaban siglos y siglos enfrentados.

Y la única forma de establecer lazos verdaderamente duraderos entre vampiros, era, sin ninguna opción a duda, el matrimonio. 

Laia tendría que casarse con algún vampiro de la familia real europea, al menos tendría donda elegir, al contrario que él, el rey de Ataise se había asegurado de tener descendencia y tenía no uno o dos hijos, sino cinco nada más y nada menos, y eso sin contar a los múltiples hijos que había tenido fuera del matrimonio.

Edgar solo esperaba que Laia encontrase entre esos chicos a alguno que fuera de su agrado, no la conocía, pero era su familia y deseaba que fuera feliz, pero ante todo, estaba la seguridad del reino.

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-Es todo tan...wow. -dijo Laia aún algo incrédula, una taza  de chocolate caliente reposaba entre sus manos blancas como la nieve.

-Lo sé. -suspiró Rixon, aún no le había dicho que ella era mitad vampiro, ya había tenido demasiadas emociones fuertes por un día, cuando se calmase y tueviese más o menos interiorizado lo de los hombres lobo, entonces y solo entonces, le contaría el resto de la historia.

-¿Y de pequeño te transformabas? -susurró Laia, intentando que nadie más los oyese, estaban en una cafetería y no sería bueno que les escuchasen hablar de algo así.

Rixon se rio por lo bajo.

-No tienes que susurrar, Lai, al menos no aquí. -dijo con una sonrisa de lado.

-¿A qué te refieres?' -preguntó ella con el ceño fruncido.

-Piensa en el nombre de la cafetería. -dijo únicamente él, recargándose en su silla.

-The mon & The Wolfs...-dijo en alto Laia y entonces la entendió. -¡Qué obvios sois, por dios!

-Lo obvio pasa desapercivido. -contestó Rixon con tranquilidad.

-Entonces, todos los que están aquí, ¿son como tú? -preguntó sorprendida.

-No necesariamente, aquí vienen los que conocen nuestro mundo, sean de la especie que sean.

-Hablas como si hubiera muchas especies diferentes. -dijo ella alzando una ceja.

-Y las hay. Pero volviendo a tu pregunta...-cambió él de tema con rapidez. -No, de pequeño no me transformaba. Aunque desde entonces ya entrenaba para cuando tuviese mi primera transformación. Por lo general suele ser sobre los 14 o 15 años, aunque hay casos en los que a pesar de tener padres con el gen, el hijo no se transforma. 

-El gen del lobo. -dijo Laia y Rixon asintió. -¿Por qué algunos no se transforman? -Rixon se encogió de hombros.

-No lo sabemos, simplemente pasa, algunas veces algunos nacen totalmente humanos, pero no lo notamos hasta que llega el momento en el que tienen que transformarse y no son capazes. -explicó Rixon. -Para algunos es una bendición nacer sin ello, pero otros lo ven como algo horrible. 

-¿Y no lo habéis investigado o algo? -preguntó Laia.

-Mi hermano, antes de irse, lo estuvo investigando. -dijo Rixon, sus ojos se oscurecieron y su semblante se volvió serio. -Odiaba ser un hombre lobo, se detestaba a sí mismo y se obsesionó con la idea de deshacerse de su parte de lobo. Decía que si había personas que nacían sin el gen, entonces era posible deshacerse de él. Quería crear algo así como una cura.

-¿Y por eso se fue? ¿Se fue para investigarlo? -preguntó Laia.

-Poriblemente, la verdad es que no sé sus motivos, nunca me los dijo. Solo sé que la idea de ser un humano lo tenía obsesionado. 

¿Vampiros? ¿Y qué más? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora