Lobo

505 52 4
                                    

Laia no tuvo que esperar mucho tiempo por Rixon, él llegó pronto, enfundado en una chaqueta negra de cuero que Laia recordaba haberle regalado por uno de sus cumpleaños. Rixon estaba dándole donde más le dolía, en los recuerdos sentimentales. 

Era un capullo y aún así lo adoraba.

-Laia. -murmuró él al llegar a su lado, a ella él nunca le había parecido un chico introvertido o tímido, todo lo contrario, desde que lo conocía (aquella lejana vez donde siendo pequeños ella le dio la paliza de su vida) Rixon había sido de lo más desvergonzado, no tenía miedo de nada y se afrontaba a todo con una valentía envidiable.

Sin embargo, con él frente a ella en ese momento, no pudo evitar pensar en que se veía vulnerable, como si la ausencia de ella le hubiera afectado más de lo que debería y querría reconocer.

-¿Qué querías enseñarme? -tal vez había sonado más brusca de lo que prentendía, pero no quería mostrar lo difícil que le resultaba estar tan cerca de él sin abrazarlo, sin bromear y decirle cuánto lo había extrañado.

No podía hacer eso, no mientras él se negase a contarle la verdad. Tenía que mantenerse fuerte o no llegarían a ningún lugar. No podía ceder ni si siquiera por lo guapo que se viese en esos momentos. 

Rixon cogió aire con fuerza, armándose de valor, y empezó a quitarse la chaqueta.

-¿Qué haces? -preguntó Laia con el ceño fruncido, viendo como el chico empezaba a quitarse toda la ropa, menos los calzoncillos. 

-Laia, querías que te contara la verdad y te la conté. -Laia lo miró en silencio, en parte demasiado confundida para hablar y en parte demasiado absorta por las vistas.

Sabía que su amigo practicaba deporte y estaba en forma, pero no sabía que practicase TANTO deporte como para estar TAN en forma.

-Pero no me creíste, así que voy a mostrarte la verdad en su estado más puro. 

-Esto no tiene gracia, Rixon, Deja tus jueguecitos de una vez y madura. -espetó Laia furiosa, las mejillas rojas del coraje, se había fiado de él y había vuelto a fallarle. Seguía con su estúpida broma de hombre lobo.

Laia se giró y le dio la espalda, temblando de furia, empezó a caminar, sin mirar atrás ni una solo vez.

Entonces oyó un gruñido, profundo y bajo, en absoluto humano. Un escalofrío recorrió su columna vertebral y paró de caminar.

Volvió a oír el gruñido, esta vez más cerca y Laia se giró.

Un grito de sorpresa se le atascó en la garganta, demasiado anonada para hacer algo o para pensar, se quedó embobada viendo la criatura que había frente a ella.

Era como un lobo pero mucho más grande y feroz, pero a la vez increíblemente majestuoso y hermoso, con un pelaje claro, parecido a la miel a la luz del sol y ojos dorados, increíblemente dorados. 

Solo conocía unos ojos así de irreales y eran los de el chico que segundos atrás estaba en el lugar del lobo.

La magnitud de la situación era enorme, tanto que su cerebro no acababa de procesarlo del todo.

El lobo o Rixon, Laia ya no sabía que pensar, se le acercó, su caminar era algo inseguro, como si no supiese si estaba haciendo lo correcto o tuviese miedo de que ella saliese corriendo. Lo cual era comprensible, ella misma se preguntaba por qué no había salido aún corriendo.

Con cuidado el lobo se acercó a su mano y la acarició suavemente con el hocico, Laia permanecía petrificada, observando sin pestañear al animal que la miraba con sus hipnotizantes ojos, cálidos de alguna forma rara y un tanto retorcida.

-¿Rixon? -susurró conmocionoda, el animal hizo una especia de asentimiento y dejó escapar un leve aullido, parecía que estaba afirmando lo dicho por la chica.

-Oh dios mío. -dijo Laia -Eres un lobo. -dijo con obviedad, a lo que él volvió a asentir. -Oh dios mío. -volvió a repetir, empezando a alucinar. -¡Eres un jodido lobo! -exclamó con incredulidad. -¡Joder! ¿Qué coño me he fumado.? 

El lobo se sentó como si fuera un perro obediente y se dedicó a mirarla mientras murmuraba cosas y decía que estaba loca, Rixon solo ladeó un poco la cabeza, Laia incluso podría haber jurado que el muy maldito estaba riéndose de ella.

-¡No me mires así! ¡Eres un puto lobo! -exclamó ella fuera de sí. -¡Por dios, haz el favor de convertirte de nuevo en humano o lo que sea!

Rixon, obediente, se levantó y con una tranquilidad y seguridad aplastante, todo lo contrario a unos segundos antes, fue hacia unos arbustos, para que Laia no viese la transformación, no sería bueno añadirle más dramatismo y sobrenaturalidad al asunto.

Un rato después salió vestido, aunque Laia presintió que sin calzoncillos.

-¿Ves? Te dije la verdad. -dijo Rixon, con las manos metidas en los bolsillos y encogiéndose de hombros, mirando hacia el suelo. Nuevamente cohibido, parecía haber perdido la seguridad que su forma de lobo le había otorgado.

-Eres un lobo- volvió a decir Laia y Rixon no pudo reprimir una risita por lo bajo.

-¿Solo vas a decir eso? -preguntó levantando la mirada del suelo y mirándola con atención, tal cual hacía siempre.

-¿Desde cuándo haces tanto ejercicio? -Laia se arrepintió en seguida de haber hablado, su subconsciente la había traicionado y había actuado por cuenta propia.

-¿Qué? -preguntó Rixon confundido.

-Que estoy flipando y no sé lo que digo. -se apresuró a decir Laia, enmendando su metedura de pata.

Rixon asintió.

-Entonces, ahora que sabes que no te mentí...¿volvemos a lo de antes? -Laia notó cierto tono de súplica en su voz.

-Entonces, ahora que sé que no me mentiste...Tengo un montón de preguntas. -contestó Laia. -¿Y si vamos a por un café y me cuentas todo? Creo que será un día muy largoooo.  

¿Vampiros? ¿Y qué más? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora