Créete la mentira

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-¿Qué es esto? –preguntó Anthony con el ceño fruncido, mientras que, a unos pasos de él, Elijah alzaba una ceja con diversión.

-Un obsequio, para vuestro viaje. –contestó Jake como si fuera de lo más obvio.

-Es una humana. –replicó Anthony señalando con la mirada a la joven que miraba al suelo, en completo silencio.

Tenía el pelo castaño y muy largo, le caía como cortinas a ambos lados de su cara. Sus manos eran pequeñas y se mantenían inmóviles sobre su regazo.

-Corrección, es una Biteli. –le respondió Jake sin dejar de lado su sonrisa y moviendo levemente la cabeza para acomodar su flequillo.

-¿Nos regalas una Biteli? ¿En serio? –le preguntó Ellen a su hermano con incredulidad.

-Es una de mis mejores Biteli, sumisa y complaciente, muy complaciente. –la sonrisa de Jake se volvió un tanto pervertida y le echó una rápida mirada a la chica, como si estuviese arrepintiéndose de regalarla.

-¿Por qué? –cuestionó únicamente Elijah.

-Necesitaréis a alguien que os haga las tareas, porque, seamos sinceros, no creo que en mitad de vuestra misión, vacaciones o lo que sea que tengáis entre manos, os pangáis a limpiar o hacer la colada. –los otros tres vampiros se miraron entre sí, como si no hubieran pensado en eso. -¿A caso soy el único que piensa en esas cosas? –preguntó Jake con fastidio, como si no fuera la primera vez que le pasara algo así.

-Sí. –contestaron los tres vampiros y la Biteli asintió levemente con la cabeza sin que nadie se diera cuenta.

-Sois unos puercos. A saber cómo de sucias están vuestras casas. –dijo Jake arrugando un poco la nariz, demostrando el asco que le daban.

-No exageres. –dijo Elijah rodando los ojos.

-¿Qué no exagere? Si fuerais humanos habrías muerto hace mucho por alguna infección o algo.

-Lo que tú digas. –le respondió Elijah, acostumbrado al comportamiento de su amigo.

-Bien. Espero que cuidéis bien de Amélie. –les dijo Jake  a los vampiros y se giró hacia la Biteli. –Mírame. –le ordenó, la chica en seguida le hizo caso y lo miró. Jake se acercó a ella y le acarició con suavidad la mejilla. -¿Vas a ser una buena chica? –le preguntó con voz baja y susurrante, sin dejar de mirarla a los ojos, Amélie asintió sin dejar de mirarlo, parecía embobada o embelesada.

-Esto es raro. –le susurró Anthony a Ellen, la cual asintió.

-Recuerda que lo del dedo francés es algo nuestro. –dijo Jake haciendo que todos lo observaran confundidos. –Espero no tener quejas de ti. –y dicho eso le dio un beso en la mejilla y le susurró algo al oído, que los otros tres vampiros pudieron oír a la perfección: Cuídate, cielo.

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Laia tamborileó con rapidez sus dedos, mientras movía con nerviosismo una de sus piernas. Se aguantó las ganas de rascarse el cuello, porque no quería ponerse más nerviosa, o al menos no más de lo que ya lo estaba.

Ciertamente, no recordaba mucho de lo que había pasado, un par de voces hablándole, unos sonidos exasperantes enervándola y…. ¡Pum! Al instante estaba en la enfermería de su instituto, nerviosa y sobre saltada, sin detalles sobre lo que había ocurrido y con la incertidumbre recorriéndola de arriba abajo.

El sonido de la puerta abriéndose captó su atención, por la puerta entró Rixon, que parecía estar de encubierto, pues miraba de un lado a otro, como comprobando que no lo viesen.

Laia se relajó al instante, sus músculos se relajaron solos y sintió que la tranquilidad volvía a tener cabida en su vida.

Siempre, desde que tenía memoria, había reaccionado así ante la presencia de Rixon. No hacía falta que él hablara o dijese algo, con tan solo verlo se calmaba, era algo inmediato, no sabía por qué era así pero en esos momentos lo agradecía.

-Ey, ¿cómo estás? –le preguntó Rixon en un susurro y con una pequeña sonrisa, acercándose a ella a pasos tranquilos y pausados.

-Ri, ¿qué hago en la enfermería del insti? –directa al grano, como siempre, ella no era de las que se iban por las ramas.

-¿Enfermería del insit? –Preguntó Rixon con confusión –Esto no es la enfermería del insti, Laia.

 -¿Qué? ¿Entonces dónde estoy? –se alarmó Laia, juraría que esas paredes tan blancas pertenecían a la enfermería del insti y si en algo era ella experta, era justamente en la enfermería de su instituto, no por nada se había pasado media vida estudiantil metida allí.

-Bueno…digamos que estás…en un sitio….mmm… ¿cómo decirlo sin que suene mal? –parecía que Rixon estaba pensando en alto, porque para Laia nada de lo que decía tenía sentido.

-Habla de una vez. –le exigió Laia con exasperación.

-Estás en una clínica privada. –contestó Rixon.

-¿Una clínica privada? –preguntó confundida, su madre no tenía dinero para pagar una clínica privada y aunque así fuera, ¿qué hacía ella en una clínica privada? -¿Qué hago aquí? ¿Qué está pasando?

-Ayer tuviste…bueno, más bien tuvimos…un accidente. –Rixon se rascó la nuca y apartó la mirada de ella, Laia se percató entonces de que el chico llevaba una gasa en el cuello y tenía un moretón apenas notorio en la parte inferior de su mandíbula.

-¿Un accidente? ¿Por qué no me acuerdo? –el pánico era notorio en la voz de Laia, sus pérdidas de memoria empezaban a asustarla de verdad.

Rixon suspiró y la miró directamente a los ojos, Laia no pudo hacer otra cosa sino quedarse sin respiración.  Jamás había visto a Rixon con esa mirada tan triste y desesperada, ni siquiera cuando su hermano se había largado del país, ni cuando su mascota se murió. Jamás.

-Yo…-Rixon guardó un instante de silencio. –Simplemente no puedo más, Laia. Estoy harto de esto, ¿vale? Así que ahora voy a salir por esa puerta sin responder a ninguna de tus preguntas, y lo sé, es injusto. Te sentirás enfadada e iracunda, pero sinceramente, prefiero eso mil veces. Cuando salga, no volveremos hablar de esto nunca más, si lo mencionas, haré como si estuvieras loca y empezaras a alucinar. Haré como que nunca tuvimos ningún accidente, en realidad, haré como si estuvieras metida aquí porque eres tan patosa que te caíste por unas escaleras. Y más te vale hacer lo mismo, aunque en el fondo sepas que nada es verdad, aunque sea un engaño y no lo entiendas, créete la mentira.

Y sin decir más, Rixon se levantó y salió por la puerta, dejando totalmente descolocada y confundida a Laia.

Rixon tomó una fuerte bocanada de aire, sabía a la perfección que no estaba haciendo otra cosa sino retrasar el momento de la explosión, porque todo acabaría explotándole en la cara, a él y a la madre de Laia.

Puede que todo acabase yéndose a la mierda, puede que ese fuera el momento perfecto para confesarle todo a Laia, para decirle que era un jodido hombre lobo y que ella era medio vampiresa. Que le tomara por un loco si quisiera y punto.

Pero no, no podía hacerlo.

Al final no era otra cosa sino un pobre adolescente, asustado por la idea de perder a alguien más, temblando ante la idea de que Laia lo despreciara, trémulo ante el pensamiento de volver a estar solo.

¿Era cobarde y egoísta?

Desde luego.

Pero en el fondo no era otra cosa sino un niño solo y lleno de pánico. No podíamos culparlo por eso, en absoluto diferente a alguno de nosotros.

¿Vampiros? ¿Y qué más? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora