PRÓLOGO

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PRÓLOGO

Su pelo era rojo como la sangre, sus ojos verdes y llenos de vida, su piel era morena gracias al intenso sol de verano. Caminaba deprisa en mitad de la noche, sus pasos apresurados resonando en el silencio mortal que habitaba en aquella oscura calle.

-Hola, preciosa. –se giró sobresaltada, encontrándose de frente con un hombre joven, debía rondar los 20 años, tenía el pelo oscuro, imposible era saber el color con exactitud con tan poca luz. Tenía ojos azules que brillaban en la oscuridad.

-Lo siento, tengo prisa. –dijo atropelladamente la pelirroja, volviendo a darse la vuelta para continuar su camino. Pero el chico volvía a estar frente a ella, impidiéndole el paso.

La muchacha abrió los ojos con sorpresa, dando un par de pasos hacia atrás.

-¿Cómo…? ¿Qué…? –preguntó incrédula y confundida.

El desconocido ladeó la cabeza y sonrió perezosamente.

-Vaya, cada vez se me da mejor dejar a las chicas sin palabras. –su voz sonaba divertida y comenzó a avanzar hacia la chica, ella dio más pasos hacia atrás.

-¿Q-qué q-quieres? –balbuceó la joven, sintiendo su corazón yendo a mil, quería correr, escapar, pero estaba paralizada por el miedo.

-¿Qué quiero? –repitió él, de repente, se encontraba  a unos centímetros de la pelirroja, que no era capaz de entender como aquel hombre podía ser tan rápido. –Quiero muchas cosas. –le susurró, mientras que con una mano le metía un mechón rojo de su pelo detrás de su oreja.

-¿Q-qué q-quieres  d-de m-mí? –tartamudeó, sintiendo la mano fría acariciando su mejilla.

Él le sonrió otra vez, pero ahora mostrando sus dientes, entre los cuales destacaban  unos finos y brillantes colmillos blancos.

-Tu sangre. –dijo antes de acercarse a su cuello y morder con fuerza y saña.

La chica gritó al sentir sus poderosos y fuertes dientes perforando su piel, gritó desde el fondo de su garganta, destrozando sus cuerdas vocales. Era un grito de dolor y terror, un grito imposible de escuchar sin sentir escalofríos y temblores.

Fue un grito que le supo a gloria al joven, en apariencia, que supcionaba su sangre, el mismo que tenía los ojos cerrados mientras degustaba lo que para él y los suyos era un auténtico manjar de dioses.

El grito acabó apagándose, al igual que el corazón de la muchacha dejaba de latir, pues no había sangre que bombear.

El hombre soltó su agarre sobre la chica, dejando caer el cuerpo inerte en el suelo, sin ningún cuidado.

Abrió sus ojos, ahora rojos  en vez de azules, relamiéndose la sangre que había quedado en sus labios y colmillos.

-Gracias, has sido de mucha ayuda. –le dijo al cuerpo sin vida, sonriendo satisfecho.

-¿Ahora hablas con muertos? Se nota que te vuelves viejo. –dijo una voz femenina. –Vaya desperdicio de vampiro. –bromeó la mujer.

El desconocido se giró y observó en silencio a la mujer. Su pelo era oscuro, negro si no recordaba mal, sus ojos castaños y grandes, enmarcados por largas y espesas pestañas, con pómulos marcados, y pálida como un fantasma, pero sin perder atractivo.

-¿No vas a decir nada, Ícaro? –preguntó la mujer, con la sonrisa algo decaída.

-Ahora soy Anthony. –respondió él, su voz ligeramente ronca y sus ojos, aún rojos, mirando con desconfianza a la bella mujer.

La mujer chasqueó la lengua, como si eso le disgustara.

-Prefería Ícaro, era mucho más poético. –dijo acercándose a él, con pasos lentos y confiados.

¿Vampiros? ¿Y qué más? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora