Mentiras

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CAPÍTULO 2

-¿Es cierto? -preguntó el chico, su pelo negro y sus ojos grises como estrellas o en sus malos días, como nubarrones que amenazan con acabar con lo que podría ser un bonito día. Era alto y tenía complexión de nadador, pálido y resplandeciente como la luna misma.

-¿El qué? -le dijo a modo de respuesta su tío Edgar, mejor conocido como el Rey de los vampiros.

-Que tienes una hija. -aclaró el joven, mirándolo con atención sin querer perderse un solo detalle tanto de su expresión como de su respuesta.

-Sí. -contestó únicamente el vampiro más antiguo.

-¿Por qué no me lo contaste? -apretó los dientes con fuerza y sus ojos grises centellearon por la furia, se sentía traicionado.

Edgar, alto y delgado, tal vez demasiado delgado. Lo observaba sentado desde su trono, color sangre y con relieves llenos de rubíes. Tenía el pelo negro, como todos los de la realeza, largo y recogido en una coleta baja. Su piel era igual de pálida que la de todos los vampiros y tenía los ojos negros como pozos sin fondo. No había nada parecido a sentimientos en ellos, había aprendido a interiorizar todo aquello que pudiera sentir, para no dar muestras de debilidad ante sus enemigos.

-¿Por qué habría de decírtelo? -le preguntó Edgar con indiferencia.

-¡Soy tu sobrino! -replicó el muchacho.

-Político. No eres de mi sangre. -soltó con acidez el Rey, que pudo ver a la perfección lo dolido que se quedó el chico tras sus palabras.

Para él era como un hijo, sus padres biológicos estaban muertos, uno porque al ser humano tenía fecha de caducidad y otro por culpa de una estaca en el corazón. Por lo que el chico, llamado Elijah, había pasado, cuando solo era un niño de 10 años, a estar al cargo de la mujer de Edgar y consiguientemente a cargo de él.

Desde entonces lo había criado y había estado a su lado, a pesar de que su mujer había muerto 200 años atrás y Elijah hacía mucho más que ya era mayor de edad. No tenía más responsabilidades en lo que concernía al chico, sin embargo, no había hecho nada para alejarlo de él o alejarse, lo había visto crecer, caerse y levantarse, renacer de nuevo como un vampiro con todas las de la ley ante los ojos de sus siervos...lo había visto equivocarse y enmendarse, enamorarse y odiar con toda su alma...lo había hecho sentirse orgulloso, nunca lo había decepcionado, siempre había estado a la altura de sus expectativas e incluso había estado muchas veces por encima de ellas...era su mejor soldado y su más fiel vampiro, perfecto estratega e increíble guerrero...no, simplemente no había podido dejarlo solo aun cuando ya no lo necesitaba.

-Bien. Si es así como pensáis, mi señor- Elijah nunca lo había tratado con tanta frialdad ni lo había tratado jamás de usted, lo veía como aun padre, pero sus palabras habían sido demasiado demoledoras y devastadoras. -Si me permite, me retiro. -dicho eso, hizo una exagerada reverencia y salió de la habitación dando grandes zancadas, cerrando las puertas detrás de sí con gran estruendo y un sonoro portazo.

Edgar observó como se iba, sabía que había herido a Elijah y en el fondo lo sentía, pero si quería que sus planes salieran bien, Elijah tenía que sufrir de ser necesario.

Había prioridades y él no era una de ellas.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

-¿Qué te dijo Anna? -le preguntó un hombre robusto y fornido, con grandes músculos, el pelo de un fuerte y llamativo rojo.

-Nada en realidad. -le contestó Rixon a Carter. -Le dije que tenía que contarle la verdad a Laia.

Carter asintió, conforme con sus palabras, sabía que Rixon no podía hacer mucho más, ahora tenía que actuar Anna.

-Ya hemos esperado más de lo normal. Tal vez no deberíamos haberle hecho caso a Anna y lo correcto habría sido decirle todo a Laia al cumplir los 14 años. Ahora ya sabría todo y ya estaría entrenada. -Carter suspiró y maldijo mentalmente el momento en que se dejó embaucar por la bella y seductora Anna, no le extrañaba que hubiese llamado la atención de un vampiro. Al fin y al cabo, también había captado su atención.

-Lo hecho, hecho está. No te tortures por eso, ya es cosa del pasado. -le aconsejó Rixon, dándole una palmada en la espalda.

-Lo sé. - volvió a suspira. -Y dime , ¿ya has elegido? -preguntó y lo miró entre serio y divertido, para molestia de Rixon que rodó los ojos y bufó con fastidio.

-¿No estábamos hablando sobre como la cagaste? -Replicó Rixon pasándose una mano por su pelo rubio.

-Ahora ya no. Contesta. -se notaba que Carter estaba disfrutando de la molestia que sentía Rixon.

-Aún no he elegido. -confesó el chico, a lo que Carter frunció el ceño.

-Pues deberías darte prisa. Solo te queda un año. Si para entonces no eliges o encuentras...-empezó a decir Carter.

-Sí, sí, sí...-lo interrumpió Rixon con aburrimiento. -Estaré condenado a estar solo por el resto de mi miserable y patética vida, excluido de la manada y abandonado a mi suerte. -recitó como si se lo hubiera aprendido de memoria. Lo cual era probable. -Lo tengo muy claro. Y como has dicho aún me queda un año. Así que relájate.

-Solo quiero que tengas las cosas claras, Ri. No me gustaría tener que echarte. -dijo Carter, su voz seria y profunda.

Ya no había atisbo alguno de diversión o disfrtue en sus palabras, todo lo contrario, las pronunciaba como si le disgustaran y molestaran profundamente.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

-No estoy loca, mamá. ¡Te juro que es verdad! Mi ropa estaba llena de sangre. -Laia sentía que a medida que pasaba el tiempo, se desesperaba más y más. No podía creer todo lo que había pasado en tan solo una mañana.

-Hija, tranquilízate. -su madre le pasó una mano por el pelo, acariciándolo con cariño, para relajarla, como hacía cuando era niña y se alteraba por alguna cosa. -Solo estás estresada, acabas de salir de una dura semana de exámenes. Cuando yo tenía tu edad, también me imaginaba cosas por culpa de los exámenes y de tanto estudiar. -mintió descaradamente, ella había dejado los estudios siendo muy joven y pronto había comenzado a vender su cuerpo.

Pero prefería omitir su pasado, aquellos tiempos llenos de oscuridad y lágrimas, odiándose a sí misma por lo que hacía, pero sin tener otra opción más que la de seguir hacia delante sin pensarlo demasiado. Había un antes y un después en su vida, desde que había tenido a Laia. Y daba gracias a Dios por eso todos los días.

-No me he imaginado nada. -insistió Laia, tozuda y cabezona como siempre, Anna suponía que eso lo había sacado de su padre, en el cual evitaba pensar más de lo necesario.

Anna la miró con tristeza, tal vez debería haberle hecho caso a Carter. Puede que si le hubiese contado la verdad a Laia hace años, ahora todo fuera más fácil y manejable.

Pero como siempre, había actuado siendo una egoísta.

Compuso una sonrisa falsa antes de que Laia se girase para mirarla.

Sintió un escalofrío al mirar sus ojos, al rededor de su pupila había aparecido un aro rojo, que apenas se notaba en la profundidad del azul de sus iris, pero que Anna había aprendido a percibir con claridad.

-Está bien, hija. Te creo. -se apresuró a decir, en su tono más convincente y a veces podía llegar a ser muy convincente.

Laia pareció relajarse, seguramente la había creído, el aro rojo desapareció y todo volvió a la normalidad en sus iris, ahora completamente azules y calmados.

Anna también se relajó, cada vez eran más continuos los “síntomas” y sus ataques.

Los medicamentos que le había estado dando desde pequeña, empezaban a fallar y parecían dejar de controlar su otro lado. El lado que no era humano. Su lado vampiro.

¿Vampiros? ¿Y qué más? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora