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El vestuario del Double Diamonds me recuerda a un balneario. Vestidores, duchas y un tocador enorme para maquillarse. Hay unas cuantas filas de taquillas apretujadas en una esquina, pero no chirrían nada al abrirlas y cerrarlas como las de metal porque están hechas de madera y deben de tener bisagras de cierre suave, ya que todavía no he escuchado ninguna cerrarse de golpe.

Justo tras las puertas hay una sala de espera, con una mesa de centro rodeada de sillones. Contra la pared más alejada, veo un par de butacas de respaldo alto con una otomana a juego entre ellas. También hay un mostrador de café parecido al que tiene Harry en su oficina. Bajo la encimera, hay una hilera de minineveras con puerta de cristal llenas de una variedad de botellas de agua, bebidas energéticas y refrescos. Incluso hay una cesta de fruta sobre la mesa. Lo único que falta son suaves albornoces blancos con el logo del Double Diamonds bordado.

Nunca había estado en un club de striptease, pero esto no debe de ser lo normal. La parte delantera parece justo lo que cualquiera esperaría de un club de striptease. Ruidoso y oscuro. Con luces estroboscópicas que parpadean y mujeres guapas bailando. Con vasos entrechocando y el golpeteo de la música. El despacho en la parte de atrás no cumple para nada con mis expectativas. Es tranquilo, pacífico. Silencioso. Está claro que aquí se ha invertido dinero en insonorizar la parte delantera de la trasera.

Nada entre los bastidores del Double Diamonds ha sido lo que esperaba.

Dejo mi bolso en una de las sillas y me dirijo hacia el tocador, donde Lexie está sentada frente a un espejo de maquillaje. El vestuario también está sorprendentemente vacío. O quizá no lo sea tanto, pero no es como lo imaginaba. Oigo el agua correr en una ducha y, al entrar, me he cruzado con una chica que salía del vestuario, aunque imaginaba una habitación repleta de chicas semidesnudas yendo de un lado para otro y, quizá, algunas riñas por quién se queda con la barra buena esa noche.

De verdad, necesito controlar mi imaginación.

—Estás preciosa, nena —le digo a Lexie cuando me aproximo. Y lo digo en serio. Rhys está jodido.

—Tú también estás guapa —comenta Lexie, mirándome en el espejo.

—¿De verdad?

Me miro y finjo sorpresa, como si esta noche estuviera guapa por casualidad. No lo es. Me he duchado y me he lavado el pelo por segunda vez en el día de hoy solo para secármelo hasta que me quedara liso y sedoso. Tengo una melena rubia y muy abundante, así que no lo seco a la

perfección todos los días. Ni tampoco suelo ponerme crema hidratante de los pies a la cabeza ni pintarme los labios del rosa perfecto que grita «fóllame». Ni conjuntar un top ceñido y escotado con unos vaqueros de tiro bajo que se me ajustan al trasero a la perfección. Está bien, está bien. Puede que me haya puesto un poco de iluminador corporal para resaltar el canalillo.

—¿Irás al Hennigan más tarde? —pregunta Lexie, refiriéndose al bar que hay cerca de nuestro apartamento y tratando claramente de descubrir por qué me he esforzado tanto en arreglarme esta noche cuando es ella la que se va a subastar.

—Eh, no lo sé. ¿Puede? —Espero que no—. Bueno, ¿cuál es el plan? ¿Ya ha llegado Rhys?

¿De verdad vas a hacerlo, Lexie?

—Sí, quiero hacerlo. Si Rhys aparece, pienso hacerlo. El caso es que me gusta, Payton. Creo que puede ser mi cisne.

Juro por Dios que cuando me cuenta que los cisnes se aparean de por vida porque eligen a su pareja de forma minuciosa le salen corazoncitos revoloteando de la cabeza.

Creo que yo soy un puercoespín. Una vez leí que el puercoespín hembra atrae a los machos y escoge a uno, pero que lo hace esperar hasta que está lista y dispuesta antes de presentarse para el sexo. Cuando queda satisfecha, le dice al puercoespín macho que se vaya a la mierda porque prefiere estar sola. Obviamente, lo estoy parafraseando, pero ya me entiendes.

good time.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora