—¿Vas a azotarme? —Le dedico una mirada cautelosa mientras me doy la vuelta. No me importa especialmente. Solo me gustaría saberlo. O a lo mejor me importa porque me ha puesto nerviosa cuando se ha quitado el cinturón. Creo que un azote divertido con la mano estaría bien, pero no estoy segura de cómo me sentiría si me golpeara con la correa—. ¿Con el cinturón?
Se detiene y desvía la mirada del punto en que sus manos estaban bajando la cremallera de sus pantalones hasta mi rostro.
—Preferiría no hacerlo, pero supongo que podría si lo necesitas para correrte.
—No, gracias.
—¿No, gracias? —Sonríe y sacude la cabeza al tiempo que sus pantalones caen al suelo—.
Joder, no puedo contigo.
—Pocos pueden —coincido y me doy la vuelta, flexionando las rodillas y los brazos antes de mirarlo de nuevo por encima del hombro. Estoy de acuerdo con hacer la postura del perrito durante un rato. No es lo que he pedido, pero de verdad que tengo más capacidad de adaptación de lo que muchos piensan.
—Eres la mujer más mandona y exasperante que he conocido nunca.
—Dime algo que no sepa.
—No te follé anoche porque estabas borracha.
—Tú también lo estabas —contraataco.
Me rodea las caderas con las manos y me acerca a él hasta que mis rodillas se encuentran al borde de la cama y me cuelgan los pies. Agarro la colcha y meneo el culo un poco a modo de invitación. Me acaricia la piel antes de recorrerme la columna vertebral con un dedo. Despacio, desde el trasero hasta la nuca. Me estremezco y me aguanto el gemido, sobre todo porque temo que parezca que estoy fingiendo, y no es cierto. Para nada. Es probable que solo el roce de las manos de Harry por mi piel haga que me corra. Su tacto me estremece de las maneras más placenteras, me calienta la piel, hace que se me ponga la carne de gallina allá por donde pasea las yemas de los dedos.
Luego, se enrosca mi cabello en un puño y me endereza de un tirón, con una mano en la cadera para mantenerme firme mientras baja los labios hacia mi oreja. Me agarra el pelo con más fuerza y me inclina la cabeza ligeramente hacia un lado, acariciándome la piel con su aliento cálido cuando habla.
—¿Siempre te comportas de forma tan estúpida, Payton? —pregunta con suavidad, pero con un tono serio.
—¿Puedes ser más específico?
—¿Sueles emborracharte con hombres que apenas conoces?
Me desliza la mano por la cadera hacia delante, con los dedos extendidos por mi vientre y, los dos de en medio, descansando solo un centímetro más arriba de donde los quiero.
—No, nunca.
—Aun así, anoche lo hiciste.
—Sí.
—¿Por qué?
—Confiaba en ti —murmuro. Es probable que ahora no sea el momento de mencionar mis teorías acerca del destino porque esto parece una especie de prueba de detección de mentiras de un pervertido y corro el riesgo de decir más de lo que me gustaría mientras dirige los dedos a mi zona inferior.
Luego, me mordisquea el lóbulo de la oreja y entierra la mano entre mis muslos. Me separa los pliegues con dos dedos y su dedo corazón se desliza hasta el centro, húmedo. Lo mueve arriba y abajo, jugando con mi apertura antes de retirarse para estimularme el clítoris haciendo círculos. Una y otra vez. Hace que me tiemblen las rodillas y seguramente me desharía de su abrazo si no fuera porque me está sujetando el pelo con el puño y tiene su antebrazo contra mi estómago.