No me alza la barbilla con la yema de los dedos. No; en lugar de eso, me cubre la mandíbula con la palma de la mano con los dedos clavados en la piel de la nuca y el pulgar sobre mi mentón. Sus labios suaves, firmes y cálidos encajan a la perfección con los míos. Y está claro que no me besa con indiferencia. Lo hace como si quisiera hacer guarradas conmigo.
Me encanta cuando tengo razón.
Es casi tan satisfactorio como sentir la lengua de Harry explorando mi boca, pero ningún «te lo dije» del mundo podrá superar este beso. Sabe a menta y huele como debería oler un hombre adulto. Es un aroma fuerte y masculino. Como un bosque en otoño, con una casa en un árbol ya acabada con una escalera hecha de cuerda para subir. Es cálido. El calor de su cuerpo resulta agradable. No me había dado cuenta de que hacía fresco en el pasillo hasta que ha presionado su cuerpo contra el mío.
Sujeto esa chaqueta que tanto me gusta entre los dedos, con suavidad, pero, debajo de ella, Harry está duro. Y no me refiero a su pene. Si se ha empalmado, no se está restregando contra mí como un adolescente cachondo. Hace un minuto me habría conformado con restregarme con un adolescente cachondo, pero ya no. Ahora que estoy en mitad de un beso perfecto, no quiero nada más. Con lo de que está duro me refiero a que es firme en aquellas partes que deben serlo. Tengo los antebrazos presionados contra su pecho, tan robusto que me pone a mil. Estar en contacto con él me hace sentir a salvo. Como si de repente hubiera desarrollado algún tipo de gusto prehistórico por la fuerza, la virilidad y los músculos. O quizá solo me guste la imagen mental que me he hecho de él follándome contra la pared sin dejarme caer.
Desliza la otra mano hacia mi cabello y tira de él para ladearme la cabeza y cambiar el ángulo del beso, y eso hace que una ola de calor me recorra el cuerpo. Cuando me acaricia el cuero cabelludo con las yemas, retiro todo lo que he dicho acerca de un polvo rápido. Quiero más, cualquier cosa con tal de que ocurra ahora mismo.
Pone fin al beso y da un paso atrás. Aparto los dedos de su chaqueta a regañadientes. Estoy desplomada sobre una pared que ni siquiera sabía que estaba ahí y agradezco el apoyo. Ambos respiramos con dificultad, mirándonos a los ojos mientras nuestros pechos se elevan ligeramente. En alguna parte, una puerta se cierra y suena un teléfono. Después, todo queda en silencio.
—Te lo dije —suelto de golpe, porque no puedo evitarlo.
Ha desperdiciado cinco minutos haciéndose el duro cuando podríamos haber estado dándonos el lote. Además, quien afirme que decir «te lo dije» no resulta satisfactorio, miente. Y encima, el
beso ha sido incluso mejor de lo que esperaba y, en serio, lo que había imaginado era espectacular.
—Sí, es verdad.
Me da la razón porque es un hombre listo. Luego, se pasa el pulgar por el labio inferior y casi pierdo la cabeza.
—Entonces, ¿vamos a tu casa? ¿A la mía?
Preferiblemente su casa, porque ya sé cómo es la mía y soy una cotilla.
—¿A tu despacho? —sugiero cuando no dice nada—. ¿Hay algún cuartito de la limpieza por aquí? Creo que eres demasiado alto para follar de pie, pero no me importa intentarlo si quieres. A menos que tengas un cuarto de placer con un columpio o un potro.
—Un cuarto de placer —repite, despacio, con la cabeza ligeramente ladeada—, con un columpio.
—Vale, vale. Por tu tono deduzco que eso es un no. No hace falta que me juzgues. —Es él quien tiene un club de striptease ¿y me juzga por preguntarle por un columpio sexual? Qué tío—. No te preocupes. Es más bien algo que me gustaría hacer antes de morir y no un requisito no negociable.