Al final, resulta que la opción C es la calle Fremont . «Las Vegas de la vieja escuela», así la ha llamado Canon.
Qué más da, será divertido. Aunque las atracciones, la adrenalina y el alcohol no son una buena combinación. Tomamos una limusina desde el club. Parece que las tienen disponibles porque suelen ofrecer a sus clientes un viaje gratis. Le he dicho a Harry que, si sus clientes no tienen dinero para pagar un taxi, lo más probable es que tampoco pudieran permitirse un baile privado. No le ha visto la gracia. Se equivoca, pero no pasa nada porque no soy rencorosa.
No estamos lejos de Fremont, pero es sábado por la noche en Las Vegas, así que tardamos veinte minutos en recorrer cuatro kilómetros. Veinte minutos en los que estoy apretujada junto a Harry en el asiento trasero de una limusina. Veinte largos y arduos minutos.
Para mí. Quién diantres sabe lo que siente Harry.
Me encanta estar apretujada junto a él. Hay espacio más que suficiente en el asiento trasero del coche como para no estar a un pelo de sentarme en el regazo de Harry, pero carpe diem, ¿no? Es cálido y suave, pero también firme y placentero. Sé que eso es un oxímoron, suave y firme, pero es que es tan masculino que roza la perfección. Alto y firme, y, aun así, su hombro es un lugar agradable donde apoyar la cabeza.
—¿Estás cómoda?
Mis arrumacos no han pasado desapercibidos.
—No tan cómoda como habría estado sobre tu escritorio —respondo.
Resopla a mi lado por toda respuesta. ¿Estará desintoxicándose del sexo? Como cuando la gente deja el azúcar o el gluten, pero cien veces peor.
Al otro lado tengo a Canon pegado al teléfono, ignorándonos. Lawson está en el asiento delantero enfrascado en una conversación sobre hockey con el conductor. Al menos, creo que hablan de hockey. Lo único que sé es que es irrelevante para mí.
Paramos frente al Golden Nugget y salimos del coche en tropel. La acera está en el lado de Canon y me tomo mi tiempo, ya que Harry tendrá que mirarme el culo cuando me levante del asiento para salir. Luego, me detengo en el bordillo, presumiendo de mis técnicas de seducción. Meneo un poco el trasero mientras me aliso el cabello sobre los hombros antes de apartarme.
Pero...
Pero ha salido por el otro lado, ha rodeado el coche y se ha perdido mi actuación por completo. Suspiro de forma audible mientras Canon se gira para mirarme.
—Relájate —me dice—. Esto es mejor que saltar en paracaídas, confía en mí.
—Genial. —Fuerzo una sonrisa porque tiene razón. En realidad, ni siquiera quería saltar en paracaídas. No quiero hacer leña del árbol caído, pero estoy bastante segura de que me habría secado el pelo en vano si hubiera saltado en paracaídas de un edificio.
Entramos y Canon se dirige a mí con una sonrisa.