Tras recoger la ropa desperdigada por la habitación del hotel, me visto en silencio y me escabullo a hurtadillas, con los tacones colgando de la mano y un tiburón de peluche tuerto bajo el brazo hasta llegar al pasillo. Cierro la puerta de la habitación con suavidad y me calzo los tacones. Anoche Harry ganó el tiburón tuerto para mí en los recreativos y tengo grandes planes para dormir con él hasta que cumpla cuarenta.
Doy gracias a Dios porque hoy es domingo, eso significa que haré el paseo de la vergüenza por el hotel —el mismo hotel donde trabajo— topándome con el menor número de compañeros posible.
Anoche dejé el coche en casa porque tenía la intención de tirarme a Harry de camino a casa al salir del Double Diamonds, así que pido un Uber en el ascensor. Luego, con la cabeza bien alta, me deslizo por la recepción hasta la parada de taxis y saludo a Henry, del servicio de botones, y a Renee, el conserje. Que les jodan. Este podría ser un modelito para ir a misa, no están en posición de juzgarme.
Aun así, suspiro de alivio en cuanto me subo al Uber. Dios, lo de anoche fue una pasada. La noche más divertida de mi vida. Obviamente, salí de casa con la intención de pasar un buen rato, pero no se puede planear una noche así. No puedes planear reírte tanto que tengas que apretar las piernas para no hacerte pis encima. No puedes planear tropezarte y casi chocar con un imitador de Elvis en bicicleta con un loro sobre el hombro, ni que luego Harry tire de ti justo a tiempo y que diga: «A la mierda todo» antes de besarte hasta dejarte sin aliento de tal forma que no sepas si ha sido por haber tenido una experiencia cercana a la muerte o por sus labios. No puedes planear que haya granizados disponibles en vasos de treinta centímetros con forma de pene. Eso es cuestión de suerte.
No puedes saber que ir a por un trozo de pizza te recordará aquella fiesta de Halloween en la universidad donde confundiste un mapache con un gato. Dejaste abierta la puerta de la casa de la fraternidad, pensando lo guay que sería que tuvieran un fratgato como mascota. Pero el fratgato le echó el guante a un trozo de pizza y todos fliparon en colores porque era un fratpache y no un fratgato. El término «fratpache» hizo a todos reír más que cuando lo acuñaste por primera vez.
—Me encanta la forma en que le haces reír —dice Canon.
Sé que se refiere a Harry porque hemos perdido a Lawson en algún sitio en la última ronda de bebidas. Es difícil llevar la cuenta cuando bebes. Creo que el dicho habla de diversión, no
de personas, pero, sinceramente, si lo piensas bien, está claro que se aplica a las personas. Es muy difícil llevar la cuenta en Las Vegas.
—¿Qué tipo de risa? ¿Es como «ja, ja, quiero follarte» o más bien «ja, ja, eres una payasa»?
—No piensa que seas una payasa.
—Canon Reeves, eres el mejor compinche del mundo.
—Eso —dice, señalándome con la cerveza— es un hecho. En realidad, no se me reconoce lo suficiente.
No puedes saber que Harry Styles dice en realidad guarradas y que está muy, pero que muy por encima de ti, ni que, de hecho, es tu criptonita. Me da igual lo que signifique la palabra. Lo es. Todo él. Todo.
—Te necesito, Harry.
—Ah, ¿sí? ¿Tienes el coño húmedo para mí, Payton? ¿Húmedo, necesitado de atención y ansioso por mi polla?
—La verdad es que sí.
—A lo mejor te la dejo luego.
—Por favor. —Me inclino para estar más cerca y exhalo la palabra contra él. Es un puto bromista.