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—¿Tienes todo lo que necesitabas o quieres que te traiga un trozo de pizza?

Miro a Mark con el ceño fruncido porque no ha sido una oferta sincera. Ha sido una oferta envuelta en sarcasmo y crítica por lo que he decidido almorzar: un bol de pasta y un plato lleno de pavo relleno, puré de patatas, salsa y judías verdes. Y una magdalena. Vale, dos, pero estoy sufriendo una crisis y me cabe todo en una bandeja, así que no sé por qué me da la tabarra. Una bandeja equivale a un almuerzo, todo el mundo lo sabe. Le dedico una mirada asesina cuando levanto mi bandeja y oteo la cafetería de empleados en busca de un buen sitio. Almorzamos tarde porque nuestra reunión de departamento se ha alargado una eternidad, al contrario que mi matrimonio, que solo ha durado doce días.

Mirándolo por el lado bueno, ya estoy en la cuarta fase del duelo: depresión y carbohidratos. Creo que el luto se me da bastante mejor de lo que esperaba, lo cual es algo triste, aunque lo voy a incluir en mi lista de cualidades porque tiene mérito.

Eso me recuerda a otra cosa que debería hacer.

—Deberíamos buscar a Gwen en internet —digo después de localizar una mesa adecuada para comer y quejarme. La mesa tiene un banco y se encuentra en la pared más alejada de la cafetería de empleados; este tipo de mesas son ideales para sesiones privadas de quejas y cotilleos. Y para desabrocharte los pantalones ante una ingesta calórica óptima.

Lexie ha almorzado hace una hora, y me alegro, porque ahora mismo no puedo fingir que estoy contenta y todavía no le he contado que me he casado. Menos mal, porque casi estoy soltera, así que ¿por qué sacarlo a relucir?

Aceptación. Esa es la última etapa del duelo. Voy a fingir que no he llegado a ella porque paso de saltarme la etapa de los carbohidratos. A la mierda todo.

—Claro. —Mark se desliza en el banco frente a mí—. Suena bien.

—¿Se te dan bien las matemáticas? —le pregunto mientras abro el buscador de internet en el móvil—. ¿Cuántas cajas de galletitas saladas con sabor a queso crees que necesitaré para llenar una bañera conmigo dentro?

—No pienso responder a eso.

—Tenía en mente unas veinte cajas, pero luego he pensado si eso bastaría para que resultara agradable o si apenas alcanzarían a cubrir el fondo de la bañera. ¿Qué opinas?

Mark suspira mientras desenrosca el tapón de la botella de agua, como si se resignara a

mantener una conversación acerca del volumen de galletitas saladas que se necesitan para llenar una bañera.

—Creo que necesitarías cien cajas o más.

—Ostras, pero eso son unos trescientos dólares en galletitas saladas. ¿Crees que podré reclamar el gasto en la anulación?

—Creo que en una anulación no puedes reclamar nada. Para empezar, hablas de ella como si fuera una devolución de impuestos, y no lo es. Si preguntas si puedes pedir a Harry que te compre cien cajas de galletitas saladas con sabor a queso como una especie de arreglo financiero para vuestro matrimonio fallido, la respuesta es no. Las anulaciones no funcionan así.

—El día no puede ir a peor —gruño y escribo «bufete de abogados Styles» en el buscador.

Tienen una web muy bonita y, en base al número de abogados que trabajan con él, es una empresa bastante grande. Si fuera una esposa que apoya mucho a su marido y no una futura exmujer amargada, estaría muy impresionada. Hago clic en la pestaña «Abogados» y ahí está, Gwen Jones. Hay una foto suya. Es rubia, estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de California, en Los Ángeles, y la odio. Esas son las primeras cosas que sé de ella. Es socia del bufete, lo cual me irrita muchísimo y hace que gane otro punto para la columna de «la odio». Está especializada en derecho de familia y, en su tiempo libre, colabora en la junta directiva de las exploradoras del sur de Las Vegas.

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