A veces, el destino te hace un favor. Como justo ahora, porque mi teléfono ha elegido este momento exacto para hacer sonar la alarma. No tengo ni idea de por qué tengo una alarma programada un domingo por la tarde, pero en cualquier caso el móvil emite ese sonido molesto desde la cocina.
¿Ves? Es el destino.
Dejo los brazos de Harry con un «espera» y me pongo la camiseta mientras me dirijo a la otra habitación, donde está el teléfono, porque no hay nada más molesto que los tonos de alarma de los móviles. Entonces, veo para qué era la alarma.
Asesoramiento personal. Tengo una cita de asesoramiento personal en quince minutos. Vale, es la sesión de Meghan, ese es solo un pequeño detalle, pero creo que todos coincidimos en que realmente necesito a alguien que me guíe. Si soy sincera, es probable que no haya una persona en el área metropolitana de Las Vegas que lo necesite más que yo.
¿Por qué demonios puse la alarma para que me avisara solo con quince minutos de antelación? Es evidente que asumí que estaría vestida a las dos menos veinte de la tarde, de lo contrario la habría programado antes. Mierda, no tengo mucho tiempo. Y si me pierdo la cita, no sabré cuándo será la siguiente sesión, y no tengo posibilidad de cambiarla. Está decidido. Debo ir.
—¡Me tengo que ir! —anuncio y vuelvo corriendo a mi habitación—. Tengo una cita. Lo siento, me voy corriendo. ¡Llego tarde!
Me subo las bragas por las piernas en lo que debe de ser la salida menos sexy de la historia de la evasión de la consumación del matrimonio que haya existido jamás. Lo siguen los típicos saltitos para subirme las mallas.
Qué sexy.
Estoy segura de que eché por tierra cualquier fantasía que Harry tuviera acerca de casarse con una zorra cuando le dije que tomaba bebidas isotónicas en la ducha, así que lamentarse no tiene ningún sentido ahora.
Harry se sienta en la cama con un resoplido y un suspiro y se masajea las sienes con los dedos. Maldito peliculero. Recojo el sujetador del suelo, pero decido que no tengo tiempo para lidiar con eso, así que me lo cuelgo de un brazo y luego meto de cualquier manera las cosas que tengo desperdigadas en la cómoda en el bolso. Excepto los condones y el lubricante, porque ya he aprendido la lección del bolso diminuto y no los voy a necesitar.
Me calzo las primeras chanclas que encuentro y me giro hacia Harry a toda prisa, con el sujetador en una mano y el bolso en la otra.
—Ya hablaremos... —Lo señalo con la mano en la que tengo el sujetador antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo—..., más tarde —añado después de plegar el sujetador contra el pecho.
Harry apoya la espalda en el cabecero y me observa. No ha intentado interrumpir mi verborrea, se ha limitado a observarme en silencio mientras me movía por la habitación como un torbellino de camino a la puerta. No estoy segura de lo que piensa porque no dice nada y su rostro tiene una expresión neutra de calma muy intensa. Una expresión neutra de calma es cuando eres incapaz de saber lo que la otra persona piensa porque no da ninguna pista facial y tú no lees la mente.
Lo sé, lo sé. Podría... preguntar. Podría preguntarle qué piensa. Hablar con él. Comportarme como la adulta que mi carné de conducir dice que soy. Solo necesito un segundo para pensar y tengo una cita y... Soy una idiota.
Una idiota con doce minutos para colarme en otra sesión de asesoramiento personal.
En caso de que te lo preguntes, me las arreglo para ponerme el sujetador en el coche. Es una hazaña bastante mágica que requiere mucha movilidad, estirarse de forma extraordinaria y que un semáforo se quede en rojo mucho tiempo, pero ya lo llevo encima. Llego al Estimúlame con dos minutos de antelación, aparco el coche de cualquier manera y me apresuro al interior. Vestida con mis mallas, una camiseta, chanclas y el bolso de anoche.