—Tengo que irme, guapísima.
Es temprano. Es temprano y Harry está inclinado sobre mí en la cama, con los pantalones puestos y la cremallera a medio subir. Lleva la camisa desabotonada. Me da un beso en la sien y vuelve a decirme que se marcha. Por la luz de la habitación, deduzco que es tan temprano que la alarma todavía no ha sonado, no deben de ser ni siquiera las siete.
—¿Por qué? —Bostezo.
—Tengo que estar en el juzgado a las diez y antes necesito ir a casa a cambiarme.
¿Al juzgado?
¡Al juzgado!
¡Esta es mi oportunidad! Mi oportunidad de demostrar que soy una esposa fiel y que lo apoya.
¡Mi oportunidad para contribuir! Me incorporo en la cama como un resorte y me llevo las sábanas al pecho.
—¿Por qué? ¿Te han detenido? —Parpadeo para deshacerme de la somnolencia y me concentro en hacer cuentas—. ¿Necesitas dinero para la fianza? Oye, Harry, tengo unos mil cuatrocientos dólares en una cuenta de ahorros y, si almuerzo en la cafetería del trabajo todos los días hasta que cobre, podría sacar otros cien de la cuenta. Así que, si la fianza es de mil quinientos dólares o menos, cuenta conmigo. —Sonrío, contenta conmigo misma.
Harry parece menos contento. Un poco confuso. Es posible que esté algo alarmado.
Ay, Dios. Es serio. Es algo serio. Por eso se casó conmigo. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. No es estúpido y seguro que no estaba tan borracho, intuía que no lo estaba. Asumí que había sido un acto de locura temporal o que llevaba mucho mucho tiempo sin echar un polvo, pero que quizá lo que de verdad quería era casarse antes de que lo metieran en la cárcel.
—Si es una cantidad mayor o si te condenan, podría esperarte. Fuera —añado, porque lo único que hace es abotonarse la camisa y mirarme fijamente—. ¿De cuánto estamos hablando?
¿Entre cinco y diez años? Solo tengo veintidós, así que aún nos quedaría mucho tiempo. —Me enrosco un rizo en el dedo y lo retuerzo porque no dice nada—. ¿Entre diez y veinte? —pregunto, y sé que seguramente suene menos entusiasta—. ¿Crees que te permitirán tener visitas conyugales? Porque me gustaría tener hijos en algún momento y, si esperamos hasta que cumpla los cuarenta, eso podría ser un obstáculo.
Ladea la cabeza y se mete la camisa por los pantalones con los ojos todavía fijos en mí, lo que
me recuerda algo más. Algo aparte de lo adorables que serían nuestros hijos, pero ahora tengo que centrarme.
—¿Necesitas que recoja algo de la tintorería? —Sueno entusiasmada de nuevo, porque sí soy capaz de hacer esto—. No van a guardarte las cosas durante más de seis meses y me encantaría ocuparme de eso por ti. Pero solo mientras estés en chirona, no vamos a convertirlo en un hábito.
Maldita sea, hasta podría hacerme una insignia de esposa porque lo estoy petando.
—Payton, tengo que estar a las diez en el juzgado porque soy abogado penalista y estoy trabajando en un juicio.
Ah. Me rasco la nariz. Esto no lo he visto venir, de verdad que no. Esperaba que necesitara una tarjeta de residencia permanente o algo así, pero anoche mencionó que nació en Nevada, así que eso ni siquiera tiene sentido.
—¿Eres abogado?
Estoy bastante segura de que lo digo con el tono que una reserva para cuando descubre que va a llover el día de su boda.
—Sí, siento decepcionarte.
—No pasa nada. —Me encojo de hombros—. Todavía podemos jugar a las visitas conyugales en prisión, si quieres. Podría vestirme como una alcaide sexy y comprar esposas con pelo.