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—¿Vamos a jugar al minigolf?

Se detiene y mira a nuestro alrededor.

—¡Claro! —Casi doy saltitos de la emoción porque es una idea muy buena—. ¡Porque te gusta el golf! No sé jugar, pero el minigolf se me da de miedo. ¡Y así tú puedes practicar los golpes! Una idea estupenda, ¿eh?

—Con pelotas de golf que brillan en la oscuridad.

Harry echa un vistazo al local como si hubiera entrado en la película La dimensión desconocida.

—Pues sí. ¿Te va a despistar, grandullón? ¿Ya estás buscando una excusa para cuando pierdas?

—Ah, no voy a perder.

—Eso lo dirás tú. Soy muy buena en el minigolf.

Encontramos la taquilla de entrada y pagamos; bueno, Harry paga. Yo hago el amago, pero él insiste y, dado que cobra setecientos dólares la hora, no le llevo la contraria. Escojo una pelota que brilla en la oscuridad de color rosa para mí y le pregunto si quiere que le deje las pelotas azules. Luego, me río como una niña de doce años porque, sinceramente, ¿cuándo se superan los chistes de pelotas? Espero que nunca.

—Yo llevo la cuenta —anuncio y me hago con una tarjeta de resultados y un lápiz. Escribo nuestros nombres en ella mientras Harry se guarda la tarjeta de crédito en la cartera.

Me gusta cómo quedan nuestros nombres al escribirlos juntos. Payton y Harry. Como si fuéramos un equipo. Aunque estemos compitiendo el uno contra el otro, estar en la misma tarjeta nos convierte en dos personas que están unidas. Al menos en mi cabeza, así que pienso quedarme con esta tarjeta para siempre. La meteré en algún cajón o quizá entre las páginas de un libro, como las flores secas. Lo que me recuerda...

—¡Me gusta leer! —espeto. Coloco la pelota en el soporte del primer hoyo. ¿Tendrá un término oficial o se dice soporte?

—Me alegro por ti —responde Harry de manera inexpresiva.

—En mi tiempo libre. La lectura es uno de mis pasatiempos.

—Es un pasatiempo excelente.

—No caí el otro día, cuando me preguntaste. Y quería que supieras que me gustan otras cosas

aparte de comer galletitas saladas con sabor a queso.

—Entonces, ¿debería cancelar la caja personalizada de galletitas saladas que había pedido?

Parpadeo y lo miro de reojo. No estoy segura de si bromea o no. Lo pienso detenidamente durante tres segundos antes de aceptar que es una broma, porque no creo que nadie ofrezca cajas personalizadas de galletitas saladas, pero ¿quién no querría que fuera cierto? Le saco la lengua y golpeo la pelota. Se detiene a diez centímetros del hoyo.

—¿Qué tipo de libros te gusta leer?

—Novelas románticas —digo con orgullo, porque no me importa que sea un abogado elegante. No me avergüenzo de mis elecciones en cuanto a material de lectura. Además, no creerías la cantidad de autoras de romántica que ejercían como abogadas y lo dejaron porque era horrible. Me pregunto si Harry piensa lo mismo. A lo mejor por eso regenta el club, porque necesita sentirse realizado fuera del trabajo—. ¿Odias la abogacía?

—Pensaba que hablábamos de libros. —Es el turno de Harry. Su pelota se detiene a pocos centímetros de la mía.

—Sí, así es, me he distraído.

—Me encanta la abogacía. Normalmente me refiero a ella como derecho, pero abogacía tiene más gancho. Creo que el lunes enviaré una nota para pedir a todos los empleados del bufete que empiecen a referirse a su trabajo como abogacía a partir de ahora.

good time.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora