La profecía (II)

31 6 0
                                    

El subconsciente le jugaba malas pasadas a Tristán, que sufría de mareos incontrolables. Ya la noche había caído, pero la extraña aura que le rodeaba no desaparecía; le susurraba al oído engaños y maldades.

Oye las pisadas de tu condena, bestia salvaje. Se acerca, se acerca. Eres inútil y débil, ¡inútil y débil! Que venga la oscuridad de la muerte y te lleve con ella.

La puerta de la bodega se abrió, un esqueleto raquítico de cuencas brillantes avanzó hasta Tris. El joven fijó la mirada en aquel cadáver viviente y se le hirvió la sangre, mas su aprensión en su tobillo le impedía moverse.

¡Inútil y débil!, ¡inútil y débil! Indefenso, bestia, ¡abominación! Todo eso eres tú. Incapaaaz, incapaaaz. ¡Muere sin gloria, asesino de tu misma sangre! Muere sin haber vengado a tu padre. ¡JAJAJAJA!

Tristán fue dominado por esas acusaciones y empezó a agitarse entre gruñidos, llegando a arrastrarse por alcanzar al odioso visitante. La furia le encendía las entrañas y ver al esqueleto negruzco acercarse le recordaba la muerte de su hermana. Sus sentidos pedían sangre.

¡CRACK!

La cadena que lo apresaba se rompió de un estrepitoso jalón y Tris se encontró libre. Se abalanzó sobre el cadáver con los puños en altos, disfrutando de los quejidos del ser con cada golpe. La extraña voz le apremiaba.

¡Sí, horrible bestia! ¡Hazle pagar por sus actos! Que lo podrido de esa alma tiña el suelo de negro. ¡Culpable, culpable! Golpea, ¡golpea!, ¡GOLPEA! A la culpable de tus pesares...

Un fuerte dolor de cabeza lo tumbó al lado de su víctima. De repente, recobró la lucidez... y quedó paralizado. Abrió la boca para decir el nombre, pero se le había quebrado la voz.

Sentía que le faltaba el aire.

Acunó el cuerpo sin vida de su madre. La nariz partida, el rostros desfigurado, el cuello roto, las lágrimas que se le mezclaron con la sangre... él la había...

Tristán temblaba horrorizado, incapaz de creer en lo que había hecho. Él era el monstruo, sí, sin dudas estaba loco, quizás hasta la muerte de su hermana... Peor aún, quien mató a su padre.

La puerta de la bodega se abrió nuevamente. Los ojos suplicantes de ayuda de Tristán se cruzaron con los de Ala.

La joven jefa tardó unos segundos en asimilar lo que veía, pero mientras más se acercaba... Impactada, cayó de rodillas. Arrebató con cuidado el cadáver de las manos de Tristán y se aferró a él con fuerza.

Tristán tuvo el impulso de alejarse de allí. Se puso en pie y tropezó con los restos de la cadena que todavía sujetaban su tobillo, volviendo a caer.

Ala le miraba sin reconocerlo. Ese no era Tris, eso no estaba sucediendo, debía matarlo, debía consolarlo, debía... Los pensamientos se le mezclaban con el dolor y le costaba pronunciar alguna palabra. Dejó de pensar y habló con el corazón.

— Huye.

Los pies de Tristán respondieron por sí solos; él tampoco sabía qué pensar. Tambaleante, corrió lejos de la bodega, de la aldea, de todo, chocando los restos de la cadena contra la nieve. La tormenta ya estaba en su apogeo y había sumido a la aldea en una quietud desierta. Solo los latidos de su propio corazón opacaban el rugir del viento.

Con la mente perdida, tropezó con alguien en medio de la oscuridad.

— ¿Tristán? —Se extrañó Jaco— Oh, no.

La profecía ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora