El despertar (I)

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Como ya sabéis, Aren era el último guardián de su tipo y, para fascinación de las ninfas, el más poderoso que habían conocido. Aren tenía dominio sobre el agua, aire, tierra, minerales, fuego, plantas, animales y cuanto existiera.

Desde su llegada al Sauce de Cristales se dedicó a pulir estas habilidades con las ninfas dividendo su día en tres sesiones de entrenamiento. Primero con Aqua, la ninfa del agua, luego con Olivo, la ninfa de las plantas y por último con Vera, la ninfa de la tierra, que parecía más querer castigarlo que ayudarlo.

Pasaron dos semanas de inmenso cambio y transformación, no solo en el muchacho, sino también en el ambiente. A pesar de que el sauce mantenía su aspecto cristalino, la nieve del claro se derritió para dar paso al césped y algunas florecillas, el agua del arroyo se tornó cálida y los pececillos abundantes.

Sin embargo, esta novedad pasó desapercibida por los terranos. Los caminos y lugares públicos o de reunión, estaban desiertos, como si un peligro invisible los mantuviera a todos encerrados en sus poblados. Nadie sabía explicar con certeza por qué los días de los mortales se habían vuelto tan grises y vacíos, aunque la respuesta era clara: por el miedo.

<<Balthajar>>.

Este no amenazaba a Aren ni a las ninfas siempre y cuando se mantuvieran dentro de las cortinas del sauce, tan pasivo que pocos creerían que una persona estuviera atrapada dentro. Persona que Aren despertaría una vez dominara sus poderes porque sí, poseer el helio más abarcador implicaba pasar más trabajo para aprender a controlarlo.

Ya entendido que el helio, a pesar de que lo que consume es la energía interna, depende mucho de las emociones, se puede presentar la problemática de los sentimientos de Aren. Por dentro, sus emociones sufrían altibajos que poco intentaba reparar. Por ejemplo, la experiencia de aquella tarde justo antes de que los días en calma terminaran, cuando Aren se encontraba en su entrenamiento con Olivo, arrodillado junto a las raíces sobresalientes del sauce, y concentraba su helio en las palmas de sus manos para dirigirlo hacia las raíces (Algunas raíces del sauce eran tan viejas y grandes que asomaban en la superficie).

Aren estaba intentando hacerlas crecer más rápido. Para que diera resultado, él debía tener pensamientos agradables y casi siempre, escogía aquellos en los que se encontraba Hylena. Recorría su piel con la imaginación, volvía a sentir el aroma de su cabello y la suavidad de sus labios. Todo aquello era lo que le inspiraba a dar vida, pero la realidad era cruel y siempre llegaba a arruinarle sus fantasías.

Su desaparición, el desconcierto, su muerte... La piel cálida de Hyna se volvía fría, su cabello quebradizo y sus labios, hielo. Entonces la desesperación, depresión y un poco de negación, interrumpían la concentración de Aren.

Las raíces que estaba haciendo crecer tres veces más rápido se detuvieron y encresparon en protesta por la repentina ola de negatividad.

— Quizás deberías encontrar la paz interior en otros recuerdos —Le aconsejó Olivo, arrodillada justo a su lado.

— O dar con un guardián que no estuviera tan muerto por dentro de lo harto que está de sus horribles recuerdos.

Olivo sonrió con compresión.

— Tú eres la última esperanza de Paraíso, elegido para el más grande y honorífico de los motivos. Confía en la Madre, ella nunca se equivoca.

— ¿La "madre"?

— La naturaleza, Aren, la que nos dios vida a las ninfas. Fue el amor desinteresado entre el hombre y lo natural lo que provocó nuestro nacimiento, pero la Madre nos crio y debes considerarla tu madre también.

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