El encuentro (III)

11 4 0
                                    

La noche llegó rápida y ligera, ya para cuando Tris se había calmado y rendido de pensar. Estaba tumbado en el suelo junto al fénix, quien también había dado tregua, lamentando su existencia.

De repente, el ave que ardía como una llama disipadora del frío nocturno, soltó un graznido de dolor y su cuerpo tembló cual pobre víctima de una insoportable tortura. Tris retrocedió un poco, inseguro sobre lo que sucedía, pero atento, por si se le presentaba la necesidad de defenderse. Para confusión del chico, la enorme ave comenzó a achicarse. Sin dejar de retorcerse el fénix cambió de forma, y pronto sus graznidos se convirtieron en gritos desgarradores.

Una vez terminado el espectáculo, el chico se acercó hacia lo que era entonces, una mujer de unos 20 años, hermosa y llameante, desnuda en su plenitud.

¿Qué era ese nuevo ritmo que marcaba su corazón? Se sintió ridículo, incapaz de comprender por qué se sentía así.

Dyagna, agotada, se tumbó de lado sobre el suelo, ajena a su desnudez o a la mirada del chico. Su cabello de fuego derritió la nieve cercana.

— Balthajar sabe perfectamente cuanto odiaba a tu gente —Murmuró la joven—. Cuando me encadenó, solo a mí susurró la manera de verme libre. "Cuando el amor sea más grande que el odio" me dijo. Nadie lo sabe, por lo que los guardianes corrompidos aseguraron que la profecía marcaba mi libertad, que el elegido, portando la más filosa de las hachas, lograría romper la cadena porque así debía ser.

>> Hasta yo lo creí, preferí ese destino antes que perdonar... amar... La primera vez que te vi una extraña sensación de alegría me invadió, ja, tus ojos me trajeron recuerdos... pronto recapacité y... el odio fue mayor. Intenté agarrar el hacha por mi cuenta y liberarme yo misma. Este es el resultado de mi testarudez.

Dyagna se acomodó para quedar frente a Tristán, esperando una mirada juzgante. Sus ojos se encontraron. Tris estaba demasiado atraído por aquella mujer como para juzgarla o odiarla, al contrario, sentía la necesidad de consolarla.

<<¿Qué es esta sensación?>>.

Se sentó en la nieve de espaldas a Dyagna. No era capaz de razonar al mirarla.

<<Debe ser una broma del destino... si mi atención no ha tenido otra dueña que no fuera mi hermana y de repente... solo con una mirada... >>.

Mentía, no fue solo con una mirada. Fue la capacidad que tenía de opacar las estrellas cuando se movía, presumiendo aquellas curvas que debían ser prohibidas. Fue lo salvaje de su aura, que quemaba de un modo tan inadecuado que lo censure del libro. Fue el hechizo de su voz suave y fogosa a la vez, que reveló a Tristán deseos que nunca imaginó desear.

— Descansa —Logró decir Tris—. En la mañana pensaremos en una solución.

— ¿Todavía tienes esperanzas?

— ... Las acabo de encontrar.

Tardaron horas en caer dormidos y sumidos en sueños vacíos, pero no se atrevieron a dirigirse la palabra; la relación entre ambos era demasiado incómoda e inestable.

Los primeros rayos del sol asomaron junto con los gritos de Dyagna. Tris se despertó de un saltó para encontrarse con la semidiosa retorciéndose de dolor nuevamente.

— ¡Aléjate! —Gritó Dyagna.

Tris no pudo alejarse, una fuerza más grande que la razón le pidió que se quedara junto a ella. Sin saber por qué, se abalanzó sobre el cuerpo tembloroso de Dyagna y la abrazó. Los cuerpos de ambos se entrelazaron. El calor y el frío volvieron a estar en contacto, como siempre debió ser; rebeldes, enérgicos, jóvenes.

La profecía ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora