El fin del invierno (I)

12 2 0
                                    

De vez en cuando Tristán y el fénix se adelantaban para cerciorarse de que no hubieran obstáculos en el camino, pero por lo general permanecían muy cerca de las balsas por si ocurría algún accidente. El joven no sabía si reír o llorar.

— ¡Resistan! —Animó Ala manteniéndose firme.

Wey se inclinó sobre el borde de la embarcación para vomitar.

— ¡Jajaja!, ¡débiles todos! —Se burló Klog desde otra embarcación, una de las que estaba al frente— ¡Nos vemos en el fin del mundo! ¡Jajaja!

La anchura del río no evitaba que las balsas chocarán entre ellas, por otra parte, era muy poco probable que alguien cayera.

— ¡Hombre al agua! —Anunció Sita.

Klog abrió los ojos como platos.

— ¡Mille, no es momento para chapuzones!

Amance, de veinte años (Dos menos que Sita) y ojos castaños grandes, tendió su lanza de lince a Mille para que subiera.

— Torpe —Le dijo Amance.

— Fantasma —Se defendió Mille.

Amance era muy callada e introvertida por lo que solían hacerle bromas fingiendo que no estaba presente. Sin embargo, era muy ágil con la lanza.

Ignorando el espectáculo de los guerreros, a Tristán no le gustaba la tranquilidad que los rodeaba.

— Urano desapareció después de aquel día —Comentó al fénix—. Me preocupa, si nos ataca ahora estaremos en desventaja.

Entre más avanzaban aumentaba la ira del Avalancha.

— ¡Odio estos malditos trastes! —Exclamó Jaco.

— ¡Ya queda poco! —Animó su hermana.

— La verdadera acción está por llegar —Agregó Sore.

De repente, las aguas comenzaron a calmarse al tiempo que los corazones de los guerreros se aceleraban.

Ala sujetó con fuerza la lanza.

— El fin del río...

¿Miedo?, jamás ¿Inseguridad?, tampoco. Estaban molestos, enérgicos, impacientes.

La batalla era inminente.

La blancura de la nieve a ambos lados del Avalancha se hizo gris, luego negra, y el agua por la que navegaban parecía contaminada.

— No me gusta lo que ven mis ojos —Se espantó Wey.

— Pues prepárate —Avisó Jaco—, que va a empeorar.

Una niebla muy densa se los tragó. Erizaba la piel, traía el sonido de las voces perdidas, olía a muerte.

Tristán los perdió de vista.

— ¡Maldición!

El fénix descendió intentando reencontrar a los terranos, pero no mucho, tenía un mal presentimiento respecto a la niebla.

— Ni el fuego de tu cuerpo, ni el viento que crean tus alas la dispersa —Entendió Tristán—, esta niebla está maldita... Hemos llegado.

<<¿Qué le pasó al Gran Blanco? —Preguntó el muchacho para sus adentros>>.

— ¿Dónde está mi pueblo? —Pensó en voz alta.

Solo la corriente del río interrumpía el silencio que había surgido de la concentración adquirida por los guerreros. Nadie se atrevía a moverse o hablar, estaban explotando sus sentidos.

La profecía ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora