La profecía (I)

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Pasado un mes, regresaron a la aldea una tarde nublada y fueron recibidos con ímpetu. El bullicio de felicidad de los que esperaban ansiosos a los viajeros disminuyó cuando distinguieron el carretón y la jaula.

Nya se abrió paso entre las personas, preparándose para las malas noticias. Sabía por los rostros de los recién llegados que algo andaba mal.

<<Muy mal>>.

Jaco fue al encuentro de su hermana y le dijo algo que Nya no logró escuchar.

Ala negó con la cabeza.

Jaco se mostró aturdido y corrió en dirección a la casa de Lyana.

El grupo de viajeros comenzó a dispersarse, dejando la carreta con la jaula, movida por caribúes, en el medio del camino. Dentro yacía un bulto debajo de una manta.

Ala permanecía al lado de esta con la mirada clavada en la nieve. Entonces fue Nya quien fue a su encuentro.

— Ala —Llamó la anciana en cuanto la tuvo bastante cerca.

Echó una rápida mirada a la jaula para luego hacer la pregunta más importante.

— ¿Dónde están los dos copos de nieve?

La joven jefa levantó la mirada. Tenía los ojos hinchados y rojos. Incapaz de responder, se aferró a la pulsera de Hylena que se había puesto en la muñeca de su marca de nacimiento. Hizo acopio de sus fuerzas y logró decir con voz ronca.

— Fallé, Nya... los perdí.

En ese momento llegó Lyana, pasó de largo entre la anciana y Ala, y posó su mirada en la jaula.

— Tris... hijo mío.

— ¿Tristán? —Se extrañó Nya—, ¿por qué estás enjaulado? ¿Dónde está Hylena?

El joven reaccionó ante el nombre de su hermana y la manta cayó. Un par de escalofriantes ojos azules comenzaron a revolotear en todas direcciones; las figuras de los aldeanos se convirtieron en monstruos podridos que amenazaban con clavarle los colmillos.

Intentó defenderse. Se abalanzó contra los barrotes de la jaula, golpeándose una y otra vez entre gruñidos.

Tristán había enloquecido.

Lyana se llevó ambas manos a la boca, resistiéndose a llorar. Su hijo tenía la cabellera alborotada y las manos llenas de heridas, además de una extraña cicatriz negra en el cuello.

Todos observaban el horrible espectáculo.

— ¡Es una bestia! —Se espantó Mohuy.

— Es una maldición, su sangre de oso se apoderó de sus sentidos —Agregó Wey—. Ala, por favor, dinos qué ha pasado.

— ¿Qué ha pasado?, ¡yo les diré qué ha pasado! —Interrumpió Tato, el entrenador de perros de caza, que sí había ido al Templo— Los de las demás provincias han matado a Hylena. ¡Eso ha pasado!

— ¡Suficiente! —Se hartó Lyana— Ya no quiero escuchar más sobre el tema.

— Lyana...

— No, Ala. Lo he perdido TODO.

Lyana se alejó hasta su casa sin mirar para atrás, mientras su hijo seguía poseído por las alucinaciones.

Un incómodo decaimiento se extendió por la más alegre de las aldeas.

Analizaron qué hacer con Tris. Estaba peligrosamente enfermo y nadie sabía cómo ayudar en realidad, así que pensaron en retenerlo por un tiempo. Pasaron mucho trabajo sacándolo de la jaula y llevándolo a un almacén donde le encadenaron. Ni siquiera en ese momento dejó de luchar.

<<Está enfermo de su hermana —Pensó Nya—, y solo ella lo puede curar>>.

Con el crepúsculo, la joven jefa llamó a una reunión general en la herrería, supuestamente para verificar la situación de su aldea durante su ausencia. Pronto la conversación tomó otro rumbo.

Afuera empezó a nevar.

— Se acerca mal tiempo —Dijo Jaco de repente—. Nuestro dios está molesto, justo como cuando murió Boro.

Quedaron en silencio. Todos estaban absortos en sus propios pensamientos.

— Le prometí que los cuidaría hasta el fin de mis días, y le fallé... Intenté que sus hijos tuvieran una vida normal y los lleve a su propio funeral.

— No tenías modo de saberlo —Le consoló su hermano.

Aunque en el fondo la muerte de Hyna y Tris era un temor conocido.

— Matar a los gemelos —Repitió Mohuy para sí mismo—. Si querían un sacrificio, ¡espero que este les dé para celebrar hasta en el Imperio Divino!

— Sigo sin entender lo que pasó —Se quejó Jaco—. Si Hyna se ahogó en las aguas, ¿cómo atravesó la densa capa de hielo?, y bueno... Tris tampoco tenía indicios de haber matado a su hermana, ¿no?

— ¡Qué estupidez estás insinuando! —Explotó el herrero.

— La sangre... —Recordó Ala—, pero no había cuerpo; ningún rastro.

— Solo Tristán nos puede decir la verdad —Aseguró Blanca.

— Esta tragedia es culpa de la codicia de las personas, de nadie más —Sentenció Wey.

Volvieron a quedar en silencio. Nya en un rinconcito, que no había dado opinión, tomó la palabra.

— Revivir, no existe mayor pérdida de tiempo que recordar y revivir. El destino ya está escrito y nosotros, simples mortales, solo podemos avanzar en él... Joven jefa de los Llanos Blancos Centrales, ¿qué hacemos ahora?

Todos miraron a Ala.

La hermana de la partera, siete maestros de armas, Ghu "El Cocinero" y Tato, el entrenador de los perros de caza, también estaban en la herrería.

Si algo caracterizaba a los terranos era que nunca olvidaban y rara vez perdonaban. El mayor reto para estas personas sería levantarse cada mañana cargando con la muerte de Hyna y el enloquecimiento de Tris, pero vivían en un mundo de lucha constante. Si la culpa de esta tragedia era directamente de las otras provincias o guerreros llameados arrasaban los bosques, convertirían la tristeza en furia y se alzarían más fuertes.

Ala respiró hondo, el mandato pesaba sobre sus hombros. Años de supervivencia, tradiciones y costumbres influenciaban cada decisión.

— Vivir.

El encuentro acabó con esas últimas palabras. Nadie tenía cabeza para discutir cualquier asunto y Ala estaba ansiosa por intercambiar unas palabras con Lyana.

Al salir de la herrería se detuvo en la entrada. El viento le despeinaba mientras esperaba a la anciana.

Nya salió apoyada en su bastón.

— Tenías razón —Admitió la jefa ante la anciana—, he sido muy ingenua, Nya, estoy pagándolo muy caro.

Nya miró a la joven con comprensión.

— Oh, Ala, no te derrumbes ahora que la verdad saldrá a la luz.

— ¿Qué quieres decir?

— Los días difíciles no hacen más que empezar, están destinados a suceder. No te atormentes con lo inevitable.

Y sin dar más explicaciones, se despidió.

Ala se abstuvo de preocuparse o aliviarse con aquellas palabras, iría a visitar a Lyana aunque esta no le diera la bienvenida. Sin embargo, a pesar de que dentro de la casa las luces estaban encendidas, cuando la joven jefa llamó a la puerta, nadie abrió.

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