Epílogo

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Aren entró al nuevo templo con la túnica que le cosieron las ninfas. Atravesó el gran salón decorado por los candelabros llameantes, observando cada rostro que allí se encontraba. Distinguió a Sore sosteniendo a los dos hijos de Jaco, junto a la esposa de este y Ala. Vio a Klog hablando con Blanca y a Mohuy riendo con su esposa.

Sintió paz después de mucho tiempo.

Subió con calma los escalones de piedra que daban al trono. La cima estaba lejos, pero el techo también era alto, toda una obra construida y pintada por los habitantes. Dio la espalda al último escalón y detalló en los dos asientos que reinaban en el pequeño espacio, de espaldar alto y brazos tallados con forma de animales; ambos cubiertos por pieles y flores pálidas.

<<Así serán las cosas a partir de ahora —Aceptó>>.

A la derecha de los dos sillones estaban paradas las ninfas, una al lado de la otra. Hicieron sincronizadas reverencias cuando cruzaron la mirada con el joven guardián. Aren imitó el gesto y se colocó entre ellas mientras esperaba la entrada de quienes ocuparían aquellos asientos.

Hacía un calor sofocante. Parecía que fue ayer cuando la nieve dominaba la superficie, sin embargo, bien atrás habían quedado las vestimentas abrigadas y las noches congelados. Por los grandes ventanales se colaba el frescor primaveral y el canto de las aves, melodía que retumbaba en las paredes alegrando el alma.

— Las flores de la nueva estación ya empiezan a abundar, joven guardián —Dijo Olivo—. Mas debo admitir que vuestro jardín de flores invernales no tendrá nada que envidiar a los nuevos retoños.

— Estoy en desacuerdo —Protestó Aren—. La pequeña Hylena ya ha demostrado su potencial como guardiana de las plantas, ¿no es cierto? Si logras que ponga sus manitos sobre los nuevos retoños mis flores quedarán en el olvido.

— Tu jardín y lo que representa, nadie podrá olvidarlo —Aseguró Vera.

— Aren —Llamó Aqua—, nosotras todavía recordamos ese día, en que desapareciste y de la nada, la tierra sanó. ¿Cuándo nos confiarás lo ocurrido?

Aren se mantuvo imperturbable.

— Hay heridas que creemos que cicatrizan, sin embargo, solo hace falta tocarlas para que vuelvan a doler. Todavía no estoy listo.

Aqua se mordió el labio inferior, la incertidumbre agobiaba sus pensamientos.

— Esperaremos —Aseguró Olivo.

Quedaron en silencio, contemplando la espera de los mortales desde lo alto. Los habitantes habían estado tentados a llenar el salón con largas mesas que presumieran los mejores banquetes, pero se conocían muy bien entre ellos, y sabían que si se dejaban llevar por la emoción el festejo, acabarían convirtiendo en una parranda de borrachos aquella actividad de gran importancia... así que se limitaron a colar enormes barriles de cerveza (Solo unos pocos) de cada rincón del mundo. Las diferentes provincias ahora estaban unidas en una sola, Paraíso, una región donde se viviría en armonía con lo natural; sin miedo, sin engaños, sin injusticias.

Aren estaba satisfecho con lo que veía, pero desde su posición notó a Ala algo extraña. Ella, con agilidad, se había separado un poco de su familia.

La joven jefa amaba a sus sobrinos con el alma; ambos tocados por el fuego: Boro y Nya, en honor a esas dos personas que fueron como parientes para Jaco y Ala. Verlos le traía alegría y nostalgia, una mezcla que ciertas noches llegaba a ser letal. Y en ese momento, casi a punto de comenzar la celebración, había sufrido un bajón emocional.

<<Tengo que controlarme. Mis sobrinos crecerán y se sentirán culpables si notan que me entristezco cuando los veo>>.

Escurridiza, pensó que podría esconderse en un rincón para sumirse en sus pensamientos sin ser descubierta.

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